domingo, 24 de febrero de 2013

Recuerdos de aventuras infantiles


Una infancia acompañada de “Los Cinco” no es una infancia cualquiera. Por eso la mía no lo fue. Además de las aventuras de Tintín, de las que hablaré otro día, parte de aquel periodo lo pasé leyendo los libros de “Los Cinco” de la escritora inglesa Enid Blyton. Y entonces no alcancé a imaginar el impacto que tendrían en mi vida.

Los cinco eran Julián, Dick, Ana, Jorgina y Tim. Los tres primeros eran hermanos y eran primos de Jorgina. Tim era el perro de ésta, y siempre les acompañaba. Leer “Las aventuras de los cinco” significaba sumergirme en un mundo de aventuras con mayúsculas. Había imaginación, riesgo, misterio, descubrimientos, emoción, investigaciones, problemas. Eran muchas las sensaciones que le recorrían a uno leyendo aquellas líneas. En repetidas ocasiones me sentía dentro de la historia, era uno más, el sexto, y quería ayudarles cuando se veían en apuros.

Porque esa era su especialidad. Meterse en líos. Cada libro empezaba con una situación tranquila y familiar. Y, de repente, sin saber muy bien cómo, los cinco estaban metidos de nuevo en problemas. Siempre existía la figura del malo que tramaba algo, ellos le descubrían, y entonces él quería detenerlos de cualquier forma. Este era el esquema básico de cualquiera de sus historias. No estamos hablando de peligros cualquiera, no. En más de una ocasión, los chicos se las tenían que ver con tramas de contrabando, robos, secuestros y tesoros. Los últimos eran mis preferidos, por supuesto.

Cada verano, en la playa de Calafell, unos niños jugaban a ser los cinco. Éramos mi hermana Olga, mi amigo Lluís, su hermana Clara, y yo. No teníamos perro, pero nos lo inventábamos. No había malos, pero nos los inventábamos. No había ninguna aventura real que vivir, pero nos la inventábamos. No había peligro alguno que nos acechase, pero nos lo inventábamos. Del tractor que pasaba limpiando la playa cada noche hacíamos algo temible, siempre aparecía y pensábamos que lo conducían los malos que querían acabar con nosotros. Todo lo inventábamos. Todo estaba en nuestras mentes. Y lo pasábamos en grande.

Enid Blyton murió en 1968, pero siempre me hubiera gustado conocerla y poder decirle que, gracias a ella, unos niños eran felices todos los veranos jugando en una playa a que eran los cinco y que se metían en un lío distinto cada noche.

¿Y vosotros? ¿Tenéis algún libro de infancia que os marcase?