Vivo en un pueblo del Mediterráneo dónde cada verano, como en tantos lugares de playa, ponen un chiringuito. Su llegada significa el comienzo de la mejor época del año. Su retirada supone todo lo contrario. El final del sol, de las vacaciones, de la diversión permanente. A las personas nos gusta resistirnos al final de la época estival.
Llega septiembre y tratamos de seguir la buena vida. Nos aferramos al sol. El chiringuito también lo hace. Durante casi todo el innombrable mes que sucede al de agosto, ahí sigue. Cada vez más vacío. Cada vez más triste. Pero trata de prolongar su buena vida. Le queda poco para decir hasta pronto.
Durante las últimas vacaciones, mi madre y yo, que nos solemos fijar en lo que hacen los perros, descubrimos a uno especial. Se llamaba (y se sigue llamando, que no cunda el pánico) Golfo. Se pasaba el día en el chiringuito, lo cuál tampoco puede extrañar mucho siendo poseedor de ese nombre. Allí jugaba, saltaba por la arena y conocía a otros perros. La playa era su vida, como la de todos nosotros. Y el chiringuito, el lugar alrededor del cual giraba todo su mundo.
Hace ya unas semanas quitaron el chiringuito. El verano se había terminado de forma oficial. La gente de paso se había ido ya, y la señal definitiva era ver la playa sin el chiringuito. Pero cuál fue mi sorpresa cuando durante varios días me encontré a Golfo paseando con su dueño cerca de la zona del chiringuito.
Mis padres estuvieron hace poco aquí. Un día paseando con mi madre lo vimos. Y mi madre tuvo una ocurrencia que me pareció curiosa. Según ella, Golfo buscaba el Chiringuito. No entendía muy bien qué había sucedido. Él iba cada día allí y de repente su centro de diversión había desaparecido. Pero seguía yendo y husmeando. Pensaba que tenía que estar en algún rincón. Quizá debajo de la arena. Un sitio tan grande y toda la gente no podían haber desaparecido tan fácilmente.
Y él los buscaba desesperadamente. Buscaba la diversión que de forma tan injusta le habían arrebatado. Pero Golfo es un perro espabilado. Y no tengo ninguna duda de que sabrá encontrar otros lugares en los que divertirse durante el frío invierno. Hasta que, de repente, un día de Mayo, tal vez Junio, pase por ahí y se vuelva loco al ver que el chiringuito vuelve a estar dónde una vez estuvo.
Quizá todos hemos sufrido el Síndrome de Golfo. Creo que a todos nos han quitado algo alguna vez. Y no hablo ya solamente de los maravillosos días de sol y diversión. A todos nos han quitado algo en la vida. Y a todos se nos hizo extraño cuando nos sucedió. Todos, como Golfo, lo estuvimos buscando durante un tiempo, sin dar crédito a lo sucedido. Pero al igual que Golfo, encontramos otras ilusiones.
Y los días de verano siempre vuelven, no lo olvidéis.