Mi foto preferida de Marathon Foto.
Escribo casi una semana después de una experiencia que creo
que me ha cambiado la vida. El domingo 24 de abril de 2016 corrí, y terminé, mi
primera Maratón. Me habían dicho, había leído por ahí, que no vuelves a ser el
otro después de haberte enfrentado a los 42,195 kilómetros
de esta mítica prueba. Tenían toda la razón, toda.
Desde hace días me siento en una nube. Y empiezo a dudar de
si me podré bajar de ella en algún momento. Desde que crucé la línea de meta
hasta este momento en el que esto escribo una semana después, me siento más
capaz, más vital, pienso que muy grande tiene que ser el obstáculo que me
detenga, más optimista aún de lo que suelo ser, creo que tengo menos miedos, y
que puedo sacar adelante todo reto que me proponga en la vida si lo afronto con
el mismo esfuerzo, sacrificio y espíritu de superación.
Me he pasado la semana buscando en Google "experiencias
primera maratón" y no podía parar de identificarme con cada palabra, con
cada emoción descrita en esos textos. Eso me hizo animarme a hacer yo lo mismo.
Por eso aquí voy a compartir la inolvidable experiencia de mi primera maratón,
el 24 de abril de 2016 en mi ciudad, Madrid. Me limitaré a ir escribiendo todos
los pensamientos, emociones y sensaciones que me acompañaron antes, durante y
después de la carrera. Espero que os guste y que si dentro de un tiempo algún
novato busca "experiencias primera maratón" pueda salirle mi texto y
disfrutar de él como yo lo he hecho con el de otros.
La semana previa al gran debut me pasó una cosa que nunca me
había pasado. Soñé durante tres días consecutivos con la maratón. El lunes, el
martes y el miércoles se me aparecía en sueños el día de la carrera.
Desde que me levantaba hasta que me acostaba, no existía otra cosa. Pensaba en
todo el esfuerzo hecho desde enero. Pensaba en la lesión de rodillas que me
hizo parar casi un mes en febrero y con serias dudas de poder correr la
maratón. Pensaba que ya estaba todo terminado. Que quedaban apenas unos días
para estar cumpliendo el sueño de correr una maratón. El viernes por la tarde
me fui a la Feria del Corredor a recoger mi dorsal y me costó no emocionarme.
La noche de antes, la idea era meterme en la cama a las
21:30 o 22:00, pero finalmente, entre unas cosas y otras, me dan las 23.30. Por
supuesto, me ceno mi buen plato de pasta, básico antes de cualquier carrera, ni
qué decir antes de una maratón. Me voy a dormir con la duda de si podré
conciliar el sueño, pero tengo suerte y caigo fácil.
A las seis suena el despertador. He dormido de un tirón, no
todo lo que quería, pero he descansado bien. La carrera es a las 9 y lo
recomendable es desayunar tres horas antes de la prueba y no hacer experimentos
de ningún tipo. Así que me preparo mi bocadillo tostado de jamón york y mi
café. Me noto calmado. Creo que es un mecanismo de defensa para no
descontrolarme. Es el gran día que llevo esperando hace años. Y no quiero
pensarlo mucho porque sé que se me puede ir de las manos. Lo disfruto, pero con cabeza.
Por la noche, como debe hacerse, me dejé todo preparado en
la mesa: camiseta, imperdibles, pantalón, zapatillas, reloj cargado, vaselina,
geles. Desayuno y ya me preparo. Ahora sí que sí. No son las ocho y ya estoy
listo, así que me despido de mi novia, que sabe mejor que nadie lo que han sido
estos meses para mí y a la que le debo mucho por haberme animado y apoyado en
todo momento, y me sonríe y me dice que lo voy a hacer muy bien. Es un momento
emocionante, de los muchos que están por venir en este día.
En el metro ya empiezo a ver a corredores y los nervios van
en aumento. Voy muy bien de tiempo y eso me permite disfrutar del momento y
observar bien a mi alrededor. Los ojos de ilusión, el entusiasmo generalizado.
Empiezo a venirme arriba y aún no he llegado a Cibeles. Cuando llego, voy
subiendo las escaleras de la salida del metro de Banco de España sabiendo que
la primera imagen que vea en ese momento se quedará en mi retina para siempre y
disfruto del momento. Pero no hay tiempo para más.
Rápidamente, empieza mi momento de nervios y agobio. Y eso
que voy bien de tiempo. Para poder ir a los baños me he metido por el lado que
no tenía que haberme metido y como yo, muchos otros corredores, que no podemos
pasar al otro lado hasta que bajemos y bajemos y encontremos una entrada
habilitada por la organización. Cuando llego a los baños, veo la cola y veo que
muchos se están yendo a un sitio a mear. No puedo esperarme a la cola o se me
hará tarde. Me voy dónde van todos. Ya está. Ya puedo ir a buscar mi cajón de
salida, el segundo.
Voy subiendo y me coloco en mi puesto. Quedan diez minutos
para que comience la carrera. Nervios, emoción. Y de repente, una cierta
sensación de miedo. He entrenado, todo ha ido bien, sí. Estoy entusiasmado,
también. Pero de repente pienso: tío, que vas a correr 42,195 kms. Y me invade
una cierta sensación de respeto que creo que no me viene nada mal para templar
el entusiasmo del comienzo cuando se produzca el pistoletazo de salida.
Salen los de élite y ya nos toca a nosotros. La suerte está
echada, a por ello, me digo. Aquí lo tienes. Estás en el centro de Madrid, de
tu ciudad, en tu amada plaza de Cibeles, vikingo. Ponte a correr y disfruta
como te mereces, joder. Piso la línea de salida y todo empieza. Me siento eufórico
y se me olvida cualquier miedo. Pensaba que habría mucho más apelotonamiento y
que no podría correr a gusto hasta pasado un rato. Nada de eso. Nada más
empezar ya voy a mi ritmo, a gusto. Subida por la Castellana los primeros 6 kms.
Hasta pasar Plaza de Castilla y llegar a las cuatro torres.
Voy buscando mi hueco en la subida.
Al poco de empezar, primer contratiempo. Los geles me
estorban mucho. Sólo tengo un bolsillo, pequeño, en la parte trasera del
pantalón. Llevo dos geles y el tercero me lo dará mi madre en el km 33 o mi novia al pasar por Sol (19). Y
solo con dos ya noto que me pesa mucho el bolsillo. Saco uno y decido llevarlo
en la mano. Segundo contratiempo, que me estoy meando y acabo de empezar. Así
que veo a otros que se van a un sitio y aprovecho yo también. Me preocupa esto
nada más empezar. Para continuar, y esta es la peor noticia sin duda, dolor de
estómago que, tristemente, me va a acompañar ya hasta el final.
Al principio no le hago mucho caso, quizá lo noto menos, y
sigo a buen ritmo. Apenas pasados dos kms, vuelvo a sentir la imperiosa
necesidad de mear. De nuevo veo a otros que están en un sitio y allá que voy.
Me preocupa haber empezado así. No puedo estar cada tres kilómetros parando. Lo
había entrenado psicológicamente en los entrenamientos. Se trataba de focalizar
la atención en la carrera y no en eso. Pero el día de la carrera es el día de
la carrera.
Sigo subiendo hacia Plaza de Castilla y paso uno de los
momentos más felices de toda la carrera. En los puentes que hay arriba en la
Castellana hay gente dando gritos de ánimo y con pancartas, se me pone la piel
de gallina, les aplaudo, les saludo, les abrazaría si pudiese. La felicidad que
siento en ese momento es indescriptible, y eso va a ser solamente el aperitivo
de lo que está por venir.
Sigo y me doy cuenta de que mi novia puede estar por casualidad
a la altura del Bernabéu, ahí no contaba con verla y me hace ilusión pensar que
al ver a los corredores subiendo se haya puesto ahí a ver si me ve pasar, me
voy fijando, la veo y la doy un beso. Sigo tan feliz y voy a muy buen ritmo,
unos 4.30 o 4.40 aproximadamente. Incluso en algún momento veo que me pongo a
4:00 o 4:20. Me siento tan bien que no me preocupa el estar yendo más rápido de
lo previsto, aunque no era eso lo planeado.
Aquí con mi Oli mordiendo la medalla al terminar.
Ya nos acercamos hacia Bravo Murillo. Aquí me doy cuenta de
lo importante que es el saber que en un punto vas a ver caras conocidas. Mi
amigo Nacho me dijo que estaría alrededor del km 10. Y ya voy con el subidón
antes de verle, pero el subidón es doble porque además de Nacho, está también
ahí Álvaro, con el que no contaba en ese kilómetro. Llevan hasta una mini pancarta
en un papel dándome ánimos. Me río al verles, son una pasada, me siguen
corriendo unos metros hasta que ya les dejo atrás. Álvaro me avisa de que
también estará en el 39 y me quedo con ello. Me dura la felicidad por haberles
visto durante un buen rato. En Cuatro Caminos, una vez más, me meto en un baño
de los de la organización a mear por tercera vez en 10 kilómetros. Me
digo que esto no puede ser. Que se acabó. Estoy perdiendo mucho tiempo así.
Me doy cuenta de que los 10 kms se me han pasado volando. Y
me lleno de felicidad dispuesto a emprender la bajada por Raimundo Fernández
Villaverde. El dolor de estómago sigue ahí, es como una punzada que no se va.
Me da mucha rabia que me pase esto el día de la carrera. Mentalmente me impide
estar concentrado en el ritmo y en las sensaciones, sino que mi atención
empieza a irse al dolor. Cuando todos me decían que todo iría bien, que había
entrenado bien, etc. yo prefería ser prudente porque sé que el cuerpo humano es
muy caprichoso y te puede jugar malas pasadas aunque tú hayas puesto todo de tu
parte para que no te ocurra nada.
Sigo corriendo. Nos acercamos a un momento clave. En el km
14, en la Calle Serrano, se dividen los de la Media Maratón y los de la Maratón.
Hasta ese momento, todos los corredores habíamos ido juntos. Había leído sobre
este momento, pero no me imaginaba que fuese tan emotivo una vez que estás ahí.
Los que siguen por la Media nos empiezan a aplaudir a los que nos desviamos
hacia la Maratón, y nosotros les devolvemos el aplauso. No nos conocemos de
nada, pero nos une el esfuerzo y el buscar una meta. Es muy emocionante. Nos
alientan, nos gritan y nos mandan ánimos. Qué momento.
Continuamos y llegamos a la calle Almagro. Toca una subidita
prolongada, pero a la que no tengo ningún miedo porque la he hecho muchas veces
en los entrenamientos. Y sé que al final de la subida espera Marlix, compañera
de entrenamientos en Mapoma todos los domingos, que ha venido a animarnos a
todos los del grupo. Y el saber que viene un punto en el que verás a alguien,
hace que te crezcas. Voy subiendo y en la subida el dolor de tripa se hace más
agudo. Será el esfuerzo. Seguimos Santa Engracia hacia arriba y ya nos
aproximamos al parque de bomberos. Aquí tiene que estar Marlix. Y ahí aparece,
con su entusiasmo y transmitiéndome una energía de la que no sé si ella es
consciente. Me aguantó muchos domingos con mi problema de las rodillas y me
hace especial ilusión verla en ese momento. No me podía hacer una idea de la fuerza
que te puede dar el ver rostros conocidos durante la carrera.
Con ese subidón, me cruzo por delante de un corredor sin
darme cuenta y me protesta enfadado. Le pido perdón, le digo que no me he dado
cuenta y pienso que en un día así, no es para ponerse como se ha puesto. Pero
no le doy más importancia y sigo a lo mío. Nos acercamos hacia uno de los
momentos con los que más he soñado durante los últimos meses: Gran Vía y Sol.
Bajamos San Bernardo, pasamos por Quevedo, y ahí ya empiezo a crecerme. El dolor
de estómago sigue molestando, pero no le permito tener el protagonismo en este
momento. Quiero disfrutar de lo que viene.
No sé bien dónde es esta foto, pero me gusta.
Vamos bajando San Bernardo, se hace más estrecho y ya ves
Gran Vía. Ya estoy ahí. Estoy corriendo por la Gran Vía. Han cerrado las calles
para que nosotros seamos los protagonistas. Estoy corriendo por una de las
calles más emblemáticas de mi ciudad, disfruto como un niño del momento. Las
sensaciones se disparan. No es fácil de explicar.
Subimos hacia Callao y se escuchan muchos gritos. Me vengo
muy arriba, es un momento único y empiezo a hacer lo que hacen otros
corredores, cual Cholo Simeone empiezo a levantar los brazos hacia arriba
animando al público a aplaudir aún más, luego paso a aplaudirles y otra vez
empiezo a levantar los brazos, también es una forma de darme ánimos a mí mismo.
La gente se vuelca. Y entre esos gritos, uno especialmente dirigido a mí, del
gran Iván, al que esperaba unos metros adelante en Preciados y que se ha
colocado en Callao. Me giro, le veo y me hace una ilusión enorme verle ahí. Es
un tío al que tengo mucho aprecio y ha hecho el esfuerzo de venirse solo una
mañana de domingo a verme pasar un minuto. Un grande.
Bajo Preciados como una moto, con el subidón reciente y el
que está por venir. Uno de los momentos señalados. El paso por la Puerta del
Sol. Preciados está lleno de gente y se escucha el barullo procedente de Sol.
Al llegar siento una sensación de superioridad respecto a todo y todos, una
sensación de plenitud. Soy protagonista en el centro de mi ciudad. No puedo
pedir más. Y encima aquí habían quedado en verme mi novia (Oli) con mis dos
amigas de la universidad, Tere y Anisi. Entro en la Calle Mayor, abarrotada de
gente. No las veo. Intento ir más lento. No las veo. Nervios. Por fin aparecen.
Las choco la mano y a Oli vuelvo a darle otro beso. Casi le choco la mano a una
mujer pensando que era Anisi. Me fijo en que no está Anisi. Les pregunto desde
la distancia a Oli y a Tere, pero ya no me escuchan. Estamos en el km 19.
Buscando a Oli, Tere y Anisi en Sol.
Acercándome a la media maratón, hago balance: me siento muy
bien. He ido a buen ritmo. Las rodillas me están respetando. No estoy teniendo
problemas de rozaduras. Estoy bebiendo en cada avituallamiento, como me habían
dicho. En el km 10 me tomé el primer gel y creo que empeoró mi tripa. Si no
fuese por la tripa, todo lo demás está saliendo bien. Llegamos a la Media
Maratón, en Ferraz. La he hecho en 01:40.
El dolor de tripa se hace más intenso que nunca y busco con
urgencia cualquier cafetería. Finalmente, me meto en una. Voy al baño, después
le pido una botella de agua, le doy un par de sorbos y la dejo ahí. Unos
clientes caen en la cuenta de que estoy corriendo la Maratón, se ríen, y me dan
ánimos para seguir. Compruebo horrorizado que la tripa me sigue molestando, no
me lo puedo creer. Ahora viene una bajada de varios kilómetros hasta llegar a
la Avenida de Valladolid. La hago intentando recuperar el tiempo perdido,
aunque sé que es irrecuperable y me da bastante rabia. Hago lo que puedo sin
volverme loco, porque sé que voy a necesitar fuerzas en esta segunda mitad.
En la Avenida de Valladolid hacia Príncipe Pío noto por
primera vez calor. Incluso se lo escucho a otros corredores. Es una calle en la
que el sol pega mucho. Cuando me voy acercando a Príncipe Pío, empieza un
murmullo. Toda la vida pasando por ahí, es mi parada de metro, y nunca se me
hizo tan especial pasar como ahora. La gente invade la calle animando y dando
gritos a los corredores. Y de repente, me gritan: ahí están, sin yo esperarlo,
nuevamente, Oli, Tere y, aunque no la vea, también está Anisi. Son mis groupies
particulares. Y si ya estaba sintiendo una felicidad inmensa por estar
corriendo la Maratón por Príncipe Pío, pues ahora aún más con este nuevo
empuje.
Viene la parte de la Casa de Campo. He leído en muchos
sitios que son unos kilómetros complicados. Desaparece el público que sí que
hay por las calles y se hace más solitario, en un momento de la carrera en el
que empiezan a asomar las primeras dudas. El comienzo es por el lago, yo he
entrenado muchas veces por ahí y me siento como en casa. Después ya vamos por
un recorrido que no conozco y sí que empiezo a tener mis primeros momentos de
debilidad. Nada serio, pero es un aviso en toda regla. Km 28.
Me sorprende que sí que hay público animando. Mucha gente
que va a montar en bici se para a animarnos. No contaba con ello y me hace
sentirme muy bien y recuperar algo de fuerzas. Dos amigos me dijeron que quizá
estaban por la Casa de Campo con la bici para verme, aunque no me lo
aseguraron. Los 4
kilómetros que dura el recorrido por el pulmón de Madrid
me los paso buscándolos con la mirada, en los giros voy especialmente atento.
Nada. Sé que al salir de la Casa de Campo hay una cuesta muy dura pero corta.
Al llegar a ella, pienso que igual se han colocado ahí. Tampoco. Son cosas que
también pueden pasar. Aunque supone un bajón, pienso que hay que seguir, que
estoy corriendo la primera maratón de mi vida y nada puede desanimarme.
Aquí en segundo plano subiendo esa cuesta, creo.
Queda nada para vivir un momento muy feliz. Voy a ver a mi
madre en dos puntos, uno al pasar por el Puente de Segovia, y otro a la altura
de Virgen del Puerto con la Calle Segovia. La veo por primera vez y os puedo
asegurar que me da muchísima fuerza para seguir. Sigo adelante con una sonrisa
de par en par y ni siquiera me doy cuenta de que mis groupies Oli, Tere y Anisi
están otra vez ahí gritándome. Me enteré después.
Pasamos por la Ermita del Santo. Kilómetro 31-32. Acabo de
empezar a sufrir. Y ya no pararé de hacerlo hasta terminar. Pienso lo lejos que
estoy del Retiro (la meta). Son diez kilómetros. Los he hecho muchas veces.
Pero se me van a hacer tan largos. Es el primer momento en el que me detengo
del todo. Una parada de diez, veinte segundos, para recuperar un poco. Sigo, y
paso al lado del Calderón. Puente de San Isidro, y aquí toca tomarse el único
plátano que había planeado tomarme durante la carrera. Con el dolor de estómago
pienso que cualquier cosa puede ser una bomba de relojería, pero aún así me lo
tomo porque creo firmemente que me puede beneficiar más que perjudicar. Paro a
comerlo, creo que ni me lo acabo.
Entramos en una de las partes que más ilusión me hacía del
recorrido: mi barrio de toda la vida. Las calles que me han visto crecer y que
me han acompañado siempre me ven ahora correr la Maratón. Veo a un chico que
iba dos cursos por debajo de mí, con el que pocas veces me saludo al vernos,
pero en este momento le pego un grito "¡Javi!", se gira, me busca, se
sorprende al verme y me grita "¡Vamos máquina!" con entusiasmo. Cosas
que creo que sólo pueden ocurrir en un momento así. Metros más adelante reconozco
a un vecino de mi portal de toda la vida, no recuerdo su nombre y le grito con
fuerza "¡Hasta luego!" al reconocerme, veo su cara de sorpresa y me
manda un grito de vuelta dándome ánimos. Momentos únicos que sabía que podía
vivir al pasar por mi barrio.
Y ahora toca ver a mis padres al subir la Calle Segovia. Me
hace mucha ilusión y me hace coger fuerzas. Cuando les conté que por fin quería
correr la maratón después de varios amagos en sucesivos años, dudé de que les
fuese a gustar. Pensaba que podían tener miedo de que me pasase algo y que no
les gustase la idea. Qué equivocado estaba. Como con tantas cosas en la vida,
me apoyaron, como lo han hecho siempre con mi hermana y conmigo cuando han
visto que algo nos hacía especial ilusión. Y ese apoyo es fundamental para
perseguir ciertas metas, os lo puedo asegurar.
El hecho de que estén ahí a la vuelta de la esquina
esperando para animarme demuestra todo esto que estoy diciendo. Y por fin les
veo. Me paro, porque mi madre tenía como misión traerme isotónica y un gel para
el último esfuerzo. Aprovecho para beber, mi padre se ríe, yo me río y les digo
que "esto es durillo". Les doy dos besos y sigo. Ahora viene la peor
parte. Soy consciente.
Riéndome con mis padres en la Calle Segovia.
De aquí, km 33, hasta el 40, es todo subida prácticamente.
Empezamos por el Paseo Imperial y Acacias hacia Atocha. Estos últimos
kilómetros están totalmente abarrotados de gente. Yo ya empiezo a sufrir, esta
vez de verdad. Sé que estamos yendo hacia Atocha, pero apenas puedo fijarme
bien en las calles y en el recorrido. Sólo escucho los gritos de la gente y
apenas les miro. Mi cabeza ya sólo piensa en seguir adelante de la forma que
sea. Me concentro en el esfuerzo.
Decido parar a tomarme el gel. Tenía dudas, por el maldito
estómago, pero con lo flojo que voy, creo que no me puedo permitir prescindir
de él. Lo abro, lo bebo un poco y lo tiro, no quiero tomármelo entero. Atocha
no llega nunca y mi cabeza se empieza a llenar de improperios hacia todo. Recordarlo
me hace gracia, porque cuando uno empieza a ir jodido en la maratón se le
empieza a poner cierta mala leche que no desaparece, al menos en mi caso fue
así. Se puede definir como hastío, ver que esto jamás se acaba.
Por fin aparece Atocha. Estoy destrozado. Es el km 37. 5kms
para el gran momento. Saco fuerzas no sé muy bien de dónde, sinceramente. No sé
cómo lo voy a hacer para aguantar corriendo 5 kms más, pero sí sé que lo voy a hacer.
Avanzamos hacia Neptuno. Impresiona el ambiente de toda la gente que hay dando
ánimos. No sé si ellos podrán darse cuenta algún día de la fuerza que dan a los
corredores. Que quizá son la única gasolina que en ese momento tan duro tienen
los participantes. Más que cualquier gel o trago de agua, son ellos el impulso
que te ayuda a no desfallecer.
Llegamos a Cibeles, subiendo Recoletos, por dónde
empezábamos a correr hacía tres horas y pico. Qué diferencia entre ese momento
y el de ahora. Con la sensación de que me iba a comer a la maratón, y ahora
pidiéndole clemencia para que no me coma a mí. Noto que voy a peor. Si en algún
momento había tenido una ilusión de volver a crecerme en algún punto de aquí a
al final, ya abandono toda esperanza. Voy de capa caída y doy por hecho que el
sufrimiento va a ir a más aún.
De repente, aparece nuevamente Marlix, que se ha movido de
Santa Engracia hasta aquí para dar ánimos en momentos muy delicados a los
"Androllos" de los domingos. No contaba con su presencia aquí y
aunque hasta sonreír me cuesta, lo hago y a duras penas le choco la mano.
Después me diría que me vio pálido. No me extraña.
Creo que empiezo a no tener color...
Y paso el km39. Ahora tiene que aparecer Álvaro en algún
momento. Y aparece. Lo hace cuando empieza la subida hacia Goya, me acompaña
unos metros y le digo literalmente "no puedo más, tú". Me grita y me
dice "¡¡3 kilómetros Guille joder, 3 kilómetros!!
¡¡Venga!!" y me dice una cosa al final que me hace reír muchísimo y que me
voy a guardar. Finalmente, le dejo atrás y sigo la subida riéndome a pesar de
estar "muriéndome". El maldito Álvaro es capaz de hacerte reír en
cualquier situación. Y qué bien me ha venido en un momento así, aunque sólo sea
por haber podido distraer mi atención del dolor y el sufrimiento.
La subida por Velázquez supone el momento más delicado, sin
ninguna duda, de toda la carrera. Hablamos de lo que va del km 39 al 40.
Encima, como la cabeza ya no me funciona bien, llevaba desde el 37 o así
pensando que esto se acababa en el 41. Cuando dejo a Álvaro atrás, pienso en lo
que me ha dicho de que me quedan 3kms y me doy cuenta de que esto acaba en el
42,195 no en el 41,195. Me cae como una losa sobre mi ánimo. Me pregunto cómo
me puede ocurrir semejante despiste en el gran día.
Sigo subiendo Velázquez, voy al límite. Mucha gente me ha
preguntado si en algún momento durante la carrera piensas en retirarte. La
respuesta que le di a Pepe fue la siguiente "no me creo que no haya nadie
que piense, al menos en algún momento, en retirarse". Es una prueba muy
exigente, llegas a los últimos kilómetros muy fundido y encima son cuesta
arriba. Lo humano es que se te pase la idea de la retirada por la cabeza. Eso
es lo normal. Y que se te pase por la cabeza, una, dos y tres veces.
Cuando eso ocurre, cada cual es libre de hacer lo que
quiere. Aquí no hay héroes que valgan. El querer serlo puede salir caro. En mi
caso, tengo clarísimo que voy a seguir. Estoy a dos kilómetros y medio de
cumplir mi sueño. Sé que lo voy a hacer, y es ese convencimiento el que me hace
seguir. Paro en Velázquez. Sé lo peligroso que es pararse en este momento, pero
lo necesito. Mis piernas son las de un robot y al volver a ponerlas en
movimiento para seguir la cuesta arriba, les cuesta responder. Me digo que no
más parones, que otro más y puedo quedarme ahí. Así que sigo y sé que ya no
pararé hasta la meta.
Se acabó el infierno de Velázquez y llegamos a Ortega y
Gasset. Ya no hay más subida, pero voy tan fundido que sea llano o bajada ya me
da igual. Corro por inercia, sin pensar, ni sentir. Cuando pienso sólo es en
que ya estoy a punto, que cada paso es una conquista más, que no queda nada,
que aunque me duela todo, estoy a punto de lograrlo. Es la ilusión de llegar a
meta el motor que me hace seguir. El saber que aquí no se arroja la toalla. Una
cosa es una lesión que te deje fuera. Ahí no te queda otra que aceptarlo y
punto. Pero lo que estoy viviendo subiendo Velázquez, y lo que llevo viviendo
desde el km35, creo que es algo que debes aceptar cuando corres la Maratón. No
sufrir en 42,195 kms es imposible. Lo hace desde el primero hasta el último de
los participantes. Y este sufrimiento es al que hay que vencer, es contra el
que hay sacar fuerzas.
Pasamos por la Plaza del Marqués de Salamanca. Y tiene lugar
una aparición estelar. Mi tío Félix aparece de repente corriendo a mi lado
dándome gritos de ánimo y diciéndome que esto ya está. En principio no iba a
poder venir, y como deportista, sabe lo mal que sienta que te digan que irán a
verte y luego no aparezcan. Así que prefirió no asegurármelo. Apenas tengo voz
para decirle nada. Cualquier cosa me cuesta un mundo. Félix ha estado estos
meses casi haciéndome de entrenador, preguntándome en todo momento. Verle justo
cuando casi estoy terminando me parece muy emocionante. Cuando hablé con él
después me dijo que me vio "jodidillo" pero que desde que estaba
esperándome ahí, vio de todo, y a gente que iba mucho peor que yo. También me
dijo lo de que iba un poco pálido.
Empezamos la bajada por Príncipe de Vergara. Esto es una
pasada. Está toda la calle llena de gente a uno y otro lado. Todas las aceras
están a rebosar de gente. Gritos por todos lados. Niños y niñas con carteles
para sus padres. Aunque voy muy mal, le choco la mano a un niño que tiene la
mano puesta. Ya no queda nada. De repente, un grito se eleva por encima de los
demás "¡¡Vamos Guilleeeeeeee!!" Me giro y ahí está mi hermana. Creo
que la grito "¡¡Olguiiiiiiiiii!!" porque aunque vaya medio muerto, me
hace una ilusión loca verla justo en este momento. No contaba con verla, como a
mi tío, por lo que el subidón es doble. Es un pequeño empujón que me hace
alcanzar la puerta de entrada al Retiro con una sonrisa enorme a pesar del
sufrimiento.
Entro al Retiro. Había leído que estos últimos metros por el
Paseo Duque de Fernán Núñez son muy emocionantes. Que son muy bonitos porque ya
divisas la meta y la gente te anima a un lado y a otro. Que se te olvidaban los
dolores. No me ocurre nada de eso. Sólo pienso en acabar cuánto antes esta
tortura. No puedo emocionarme. Mi único pensamiento es: "sigue, sigue, sigue,
ya se acaba, ya se acaba". A punto
de pasar por meta el último grito de aliento que lleva mi nombre antes de
terminar. Un "¡¡Vamos Guilleeeeeee!!" de mi novia que creo que debe
escucharse en todo el Parque del Retiro y alrededores. Me giro y saludo como
puedo levantando el brazo.
Con mi hermana al acabar :-))
Y cruzo. Acabo de cruzar la línea de meta de mi primera
maratón. Nada me gustaría más que poder escribir que es un momento único, que
sentí muchas cosas y que me puse a llorar o algo parecido. No. En mi caso
cruzar la meta significa una inmediata sensación de alivio como no había
sentido nunca. Se acabó el sufrimiento. "Ya está, joder, ya está",
pienso. Y ese es mi único pensamiento casi: "Ya está". Lo he pasado
realmente mal en los últimos cinco kilómetros y estaba deseando que este
momento llegase. Ya no tengo que correr más. No me creo que se haya acabado.
A punto de la llegada y mi cara creo que lo dice todo.
La he terminado en 3 horas, 34 minutos, 15 segundos. La idea
era hacerla en 3h 15 o por ahí. Pero a mitad de carrera ya me di cuenta de que
lo importante era terminarla. Otra lección de la maratón. Pienso en el parón
del baño en Ferraz y en los parones de los primeros kilómetros para hacer pis. Podría
haber bajado de las 3horas 30, pero ya me da igual. Estoy más que satisfecho. Y
en los días siguientes, mucha gente me dice que para ser mi primera maratón, y
encima en Madrid, con un circuito difícil de subidas y bajadas, supone una muy
buena marca.
Empiezo a encontrarme mareado. Me entran unas ganas inmensas
de vomitar y me voy hacia una valla, dónde no hay nadie, y vomito. Ando y
vuelvo a vomitar. Creo que ya está. Vaya forma de terminar mi primera maratón.
Luego al contarlo me río y mis amigos se ríen. Ya me siento mejor y voy a
recoger mi bolsa con bebidas y, sobre todo, voy a buscar mi medalla.
Creo que el dolor y la intensidad del esfuerzo realizado no
me permite pensar. Estoy como si acabase de correr una carrera cualquiera. Como
si no hubiese pasado nada extraordinario y joder, claro que acaba de ocurrir
algo extraordinario. Pero aún estoy recuperándome física y mentalmente. Me
preocupa como me voy a encontrar ahora con Oli, Tere y Anisi porque las dejé en
la meta y yo he tenido que seguir andando mucho para recoger mi medalla.
Al
final las veo de casualidad, me doy un abrazo muy especial con mi novia, sobran
las palabras porque los dos sabemos el significado que tiene ese momento.
Después, otro abrazo con Tere y con Anisi. Vamos hacia la entrada de El Retiro,
dónde nos espera mi hermana para irnos de cañas. Apenas puedo mover las piernas
y se ríen de mí, lo que es totalmente lógico. Me pongo muy contento al ver a mi
hermana y también la doy un abrazo. Momento de fotos y nos vamos a celebrarlo.
Ellas dicen que les ha gustado la experiencia, que les ha
parecido muy emocionante todo el público que hay animando y que les gustaría
repetir el año que viene. Y yo también quiero repetir, lo tengo claro. Ha
pasado una semana y ya estoy deseando volver a estar corriendo por las calles
de Madrid. A pesar del sufrimiento, quiero volver a estar ahí.
Quizá no resulte muy comprensible que diga que la quiera
volver a correr teniendo en cuenta lo que sufrí los últimos kilómetros. Sin
embargo, una de las cosas que aprendí es la siguiente: No. No se disfruta en
absoluto. Pero al recordarlo, te emocionas, créeme.
Con mi Oli, mi hermana, Tere y Anisi, celebrando.
Y aquí, el vídeo de mi llegada. Alrededor del segundo 30, con camiseta oficial naranja de la carrera y cara de sufrimiento.