sábado, 17 de diciembre de 2016

Gracias Reverte por inventar a Falcó

Arturo Pérez-Reverte Falcó Guerra Civil espías España Alfaguara

Hace poco pensé que, además de escribir mis propios textos, podría atreverme a escribir sobre lo que otros escriben. Quizá pueda dar un poco de respeto, pero al fin y al cabo, no solamente disfruto de cada lectura, sino que también me gusta recomendar algunos de los libros que mejor me lo han hecho pasar. Así que me parece lógico canalizar todo eso en este blog. No serán reseñas al uso, de momento, sino que contaré las sensaciones que tuve mientras los leía, mi relación con algunos libros y autores, los motivos por los que me haya gustado y lo que se me ocurra. Hoy empiezo con la última novela de Arturo Pérez- Reverte, Falcó, de la editorial Alfaguara. A ver si os gusta.

Empezaré diciendo que es el primer libro que leo de Pérez-Reverte. Seguiré diciendo que me ha encantado y quizá me quedo corto con esa palabra. Me ha durado dos semanas en las manos. Es una novela trepidante, en la que no paran de ocurrir cosas. Con un comienzo como "la mujer que iba a morir hablaba desde hacía diez minutos en el vagón de primera clase" está todo dicho. Desde la impactante primera frase hasta la última te mantiene sumergido en la acción, sin saber en ningún momento lo que vendrá a continuación.

La novela tiene como escenario la convulsa España del año 1936. El protagonista es Lorenzo Falcó, un agente de los servicios de inteligencia. El nuevo personaje de Pérez-Reverte lo tiene todo para convertirse en el protagonista de una nueva serie del autor. No sé a vosotros, pero sé cuando me gusta un libro porque tengo la sensación de que me gustaría poder conocer a su protagonista y tomarme una cerveza con él. Con Falcó me ha ocurrido. Es un tipo único. En un momento de la novela, se realiza la siguiente descripción: "El mundo de Falcó era otro, y allí los bandos estaban perfectamente definidos: de una parte él, y de la otra todos los demás".

A Falcó le encargan una misión que podría cambiar el curso de la historia de España. Lo hará junto a sus compañeros Fabián Estévez, los hermanos Montero, y Eva Rengel. El carácter de cada personaje está muy bien descrito, no ya en profundidad, sino a través de gestos puntuales que delatan el valor o cobardía de algunos de ellos. Falcó es de los que se atreven. De los que asumen las consecuencias de sus actos. También es un canalla y un mujeriego. Por ese motivo hay también algunas escenas muy subidas de tono con descripciones bastante explícitas.

Es una historia en la que se habla, y mucho, de la lealtad, del engaño, de la traición y del valor. También contiene muy buenas descripciones de cómo era la vida en la España del 36, meses después del golpe de Estado de Franco contra la República con el que se inició la Guerra Civil. De la miseria y del fanatismo que hay en toda guerra.

Falcó tiene todo lo que se le tiene que pedir a un buen libro. Arturo Pérez-Reverte inventa una historia, con su principio, su nudo y su desenlace. Inventa un personaje con gran futuro, Lorenzo Falcó. Con una trama muy bien montada que te mantiene enganchado desde el principio hasta el final. Y te sorprende, vaya que sí te sorprende. Como en las buenas novelas de espías, nada es lo que parece. Ya estoy esperando el siguiente.

martes, 13 de diciembre de 2016

Me gusta, no me gusta

Aficiones luna mar hobbies

Me gusta llegar a casa y que esté ella. Me gusta la radio. Me gusta el reflejo de la luna en el mar. Me gusta el café de los domingos. Me gustan los días en los que juega mi equipo. Me gusta hacer listas de cinco sobre cualquier tema. Me gustan las noches que no se acaban nunca. Me gusta contar las luces de los faros. Me gusta el poema de Neruda en el que dice que puede escribir los versos más tristes esta noche. Me gustan los matices. Me gusta que mi hermana me haga reír. Me gusta perderme dentro de un libro. Me gusta la gente que tiene pasiones. Me gusta la alegría de las reuniones familiares. Me gustan algunas rutinas. Me gusta el misterio. Me gusta quedarme en el sofá con mis padres viendo alguna serie por la noche. Me gusta ir moviendo a los Reyes Magos en el Belén. Me gusta ver capítulos de Friends en bucle. Me gustan las sonrisas amables y sinceras. Me gusta estar con gente. Me gustan las tormentas. Me gusta andar sin rumbo por las calles de Madrid. Me gusta hacer amigos en cualquier lugar. Me gusta imaginarme dentro de una película de aventuras. Me gusta Calafell. Me gusta el momento en el que se apagan las luces del cine. Me gustan los días de sol en invierno. Me gusta el sexo de repente. Me gusta entusiasmarme con las cosas más tontas. Me gusta el primer baño del verano. Me gusta el barullo de gente. Me gustan las personas que aceptan los desafíos de la vida con valentía. Me gustan las personas que han aprendido a no preocuparse por todo. Me gusta ver llover desde la ventana. Me gustan los amigos que te dejan su cama y duermen en el sofá. Me gusta comerme el pico de la barra de pan recién salida del horno. Me gusta recordar los buenos momentos con alegría por haberlos vivido. Me gusta pensar en cada momento como una oportunidad. Me gusta pasear por el barrio latino de París. Me gusta la emoción que acompaña al inicio de cualquier viaje. Me gusta disfrutar de un buen plato de carne. Me gusta cuando ella se ríe.

No me gusta el silencio. No me gusta equivocarme y no aprender de ello. No me gusta el sectarismo. No me gusta el frío. No me gusta la gente maleducada. No me gustan las avispas. No me gusta ponerme rojo. No me gusta que las emociones dicten mi conducta. No me gusta llegar tarde. No me gustan las alturas. No me gusta que me interrumpan cuando cuento algo. No me gusta la sensación de estar perdiendo el tiempo. No me gustan los números. No me gusta no atreverme. No me gusta que el futuro me asuste en vez de ilusionarme. No me gusta sentirme decepcionado. No me gusta saber que he decepcionado a gente. No me gusta planchar camisas. No me gusta la persona que no sabe perder. No me gustan los aguafiestas. No me gusta hacer una tortilla francesa y que se me rompa en pedazos. No me gusta perder la capacidad de sorprenderme de la vida. No me gusta darme cuenta de que no hay leche cuando voy a tomarme el café por la mañana. No me gusta el imprudente. No me gusta que me cambien los planes. No me gustan las personas que andan por la calle como si sólo estuviesen ellos. No me gusta darle tantas vueltas a las cosas. No me gusta morderme las uñas. No me gusta ser tan torpe. No me gustan la personas que no tienen contradicciones. No me gusta quejarme. No me gusta verte triste.

Algo parecido a esto que he escrito es lo que nos pidió la profesora de Lengua y Literatura en cuarto de ESO. Eran deberes. Por el motivo que sea, no los hice y a la profesora no le gustó. Muchos años más tarde, aquí lo tienes, Mavi, el “me gusta/no me gusta” pendiente.

martes, 6 de diciembre de 2016

Vidas desde el tren

Viajes en el tren

Cuando viajo en tren suelo utilizar mucho la imaginación. Me ocurre, sobre todo, en viajes al extranjero cuando vas del aeropuerto a la ciudad y paisajes de barrios residenciales se van sucediendo ante tu mirada. En ocasiones, más que imaginarme, lo que me sucede es que se me amontonan las preguntas.

Me fijo en una casa concreta y pienso cómo serán las rutinas más tontas. Me pregunto si el que viva ahí se duchará por las mañanas o por las noches. Si se tomará un café con leche, o solo, al desayunar. ¿De cápsulas o de cafetera de toda la vida? O si no tomará café. Si se echará azúcar o sacarina. Si la noche anterior se habrá dejado la ropa colocada para adelantar tiempo o si coge lo primero que encuentra en el armario al despertarse. Si es capaz de levantarse de golpe o va retrasando el despertador.

Si trabajará en la ciudad, y cómo hará el trayecto hasta su oficina. En caso de que vaya en transporte público, me invade la necesidad de saber si irá en autobús, o si alguna vez cogerá el mismo tren en el que voy yo en ese momento. Si la parada del autobús o la estación de tren le quedan cerca de su hogar, o si tiene que coger algún transporte que le lleve. Si va en coche, me gustaría saber si suele pillar atasco o su carretera no suele tener problemas de tráfico. Desearía saber si concilia el sueño con facilidad o si le cuesta dormirse, y si, en todo, caso duerme lo necesario.

También me gustaría mucho saber si le gusta salir por las noches o no. Y si es que sí, si lo hace por la ciudad o se queda en su pueblo. Si sus amigos viven en la ciudad o en el pueblo. Debo tener obsesión por el tema del transporte público, porque no me resistiría a preguntarle si tuviese la oportunidad por cómo vuelve a casa las noches que sale, si hay una buena red de autobuses nocturnos para los noctámbulos de la zona. Me pregunto, si tiene alguna hija adolescente, si ella saldrá por la ciudad o por el pueblo, y si llama antes a sus padres al regresar de la fiesta.

Pagaría por tener una conversación con él por saber si es aficionado del equipo local, y en caso de que la respuesta fuese afirmativa, por conocer su opinión acerca del entrenador actual y saber si él le da su visto bueno o lo considera un manta. No estaría mal conocer qué hace por las noches, y no me refiero a ser indiscreto preguntándole por el sexo con su pareja o con la persona que sea, sino a algo que me parece aún más interesante: saber qué hace después de cenar. Si ve la televisión en directo, al estilo clásico, cambiando de canal, o si es una persona moderna que consume series en plataformas como Netflix. O si prefiere ver deporte. O no ve nada y lee un libro (y qué libro). Aquí vendría a mi cabeza la pregunta de si se ha leído Elguardián entre el centeno. O se queda escuchando música (¿y qué música sería?) antes de irse a dormir. No sé, pero todo esto último es algo que necesitaría saber si pudiese tener una conversación con ese tipo.

Si preferirá los días de sol radiante o disfrutará de la melancolía que acompaña a los días de lluvia. Si le gustará viajar y descubrirmundo o, por el contrario, es de poco moverse de su sitio. Por supuesto, en algún momento le haría algún comentario político que me permitiese hacerme una idea del pie del que cojea. Y en caso de verle receptivo, le preguntaría si le gusta el gobierno que hay en su país. No estaría mal saber tampoco si le gusta la Navidad o es más bien Ebenezer Scrooge.

Si tendrá pareja. Si estará enamorado. Si lo habrá estado alguna vez. Si preferirá enamorarse o estar enamorado. Si pensará que el amor es necesario o no resulta primordial para sobrevivir. Si será un caballero, un canalla, o sabrá utilizar las ventajas que ambas formas de vivir ofrecen. Si tiene alguna historia entre manos o sufrió algún desengaño y no quiere saber nada del amor en un tiempo prudencial. Si será romántico. O si serán una pareja de esas que uno ve de vez en cuando y piensa que esos dos estarán siempre juntos aunque no los conozca de absolutamente nada.

Me gustaría saber cómo pone la funda del nórdico, si lo consigue a la primera o necesita varios intentos. Si le gusta planchar, y en caso de que le guste, qué trucos utiliza para plancharse sus camisas. Si su sofá tendrá chaise longue y, si lo tiene, y además tiene pareja, quien se suele sentar en él. Cuál será su lado de la cama. Si le gusta más la cerveza o el vino. Si los cacahuetes o las almendras. Si tendrá mascota, qué nombre le habrá puesto y por qué.

Todas estas preguntas, y muchas otras, se abalanzan sobre mi cabeza en esos cortos viajes de tren. Cuando me quiero dar cuenta, he llegado a mi destino. Ensimismado, trato de salir de la vida de ese sujeto imaginario y voy recuperando la mía, no sin dificultad, sobre todo cuando a uno le gustaría quedarse a vivir, aunque sólo fuese un tiempo, en esa otra vida.

martes, 22 de noviembre de 2016

Mis cinco canciones favoritas



Por si no lo sabéis, hoy es el Día de la Música. Por ese motivo, he querido publicar una lista de mis cinco canciones preferidas. Soy muy dado a hacer listas de cinco sobre cualquier cosa, sobre todo desde que leí la novela Alta fidelidad, de Nick Hornby, uno de mis libros preferidos. Cuesta mucho elegir cinco "de-lo-que-sea" y dejar fuera a otros tantos "de-lo-que-sea". Es un auténtico sacrificio. Y si hablamos de algo tan personal como pueden ser las canciones de la vida de uno, ni os digo. Hay algunas que te acompañan en distintos momentos de la vida, otras que permanecen ahí, eternas. Solamente tú sabes el significado que tienen para ti. Serían muchas más, pero al final me he quedado con estas cinco. Espero vuestros "top five" también.

1- Rock & Roll Star, de Loquillo.

Porque sí. Porque es escuchar la guitarra eléctrica con la que arranca y ya tengo toda la piel de gallina. Me gusta por la historia que cuenta, el sueño de un chaval que le cuenta a todo el mundo que va a ser una rock and roll star. Y vaya si lo consiguió. Habla de sus miedos y de sus anhelos. Me gusta porque tiene dos frases que me parecen brillantes. Una es "debo ser algo payaso pero eso me hace feliz". No puedo sentirme más identificado, la verdad. La otra es "también me emborracho y lloro cuando tengo depresión", viniendo a decir que es una persona como otra cualquiera. La naturalidad con la que afirma esos sentimientos tan humanos me conquistó desde la primera vez que la escuché. Y la primera vez que la escuché también guarda relación con que sea mi canción preferida del mundo mundial. Mi padre me grabó una cinta por las dos caras de canciones de sus discos de vinilo y cd´s. Y la primera canción de la cinta era esta. Supongo que en algún momento de mi vida hubiera descubierto esta canción de otra forma. Pero no hubiera sido lo mismo, sospecho.



2- Bobby Jean, de Bruce Springsteen.

Porque habla de la que yo creo que es la amistad más pura. Habla del mejor amigo que todos teníamos cuando éramos más pequeños, adolescentes, y del que no volvimos a saber nunca nada. Del que, como dice la canción, "nos gustaba la misma música, nos gustaban las mismas bandas, nos gustaba la misma ropa" y del que "nunca nadie me va a entender de la manera que tú lo hacías". Habla de cómo le hubiera gustado poderse despedir de él. De cómo fue a su casa a intentar despedirse y su madre le dijo que Bob ya no vivía ahí, que se fue lejos. Durante la canción, le saluda, y le dice que, allá donde esté, "in some bus or train traveling along in some motel room", habrá una radio sonando y que, si suena la canción, la cante y sabrá que él está pensando en él. Y yo ya estoy llorando. Si es que me pasa cada vez que la escucho. Hace unos meses tuve la inmensa fortuna de que me dejasen acceder a un concierto de Bruce cuando ya estaba finalizando. Fue entrar, y de repente, sonaron los acordes de Bobby Jean. La canté como nunca la he cantado. Me emocionó como nunca me había emocionado. Fue algo extraordinario e irrepetible. Nunca lo podré olvidar, nunca.



3- Save tonight, de Eagle-Eye Cherry.

Me gusta porque habla de que "mañana me voy lejos", de que "todo lo que necesitamos es la luz de la vela, tú y yo, y una botella de vino, así que bebe conmigo y retrasemos nuestra miseria". Porque la letra es bonita. Porque te hace pensar en la importancia de disfrutar del ahora. Por su música. Porque desde que la escuché por primera vez, me enganchó. Porque me motiva, y me hace venirme muy arriba cada vez que la escucho. (Riki, qué tiempos en Calafell cuando sonaba esta canción en algún momento de la noche.)



4- Summer of 69, de Bryan Adams.

Porque que levante la mano ahora mismo el que no tenga un verano inolvidable. Porque que levante la mano el que no tenga un verano de su vida grabado a fuego en su memoria. Porque todos tenemos un verano en el que éramos "jóvenes e inquietos". Porque todos tenemos un verano que "parecía que iba a durar siempre". Un verano en el que, "si tuviésemos la elección, nos gustaría estar siempre". Un verano del que decimos que "aquellos fueron los mejores días de mi vida". Un verano en el que me dijiste que "duraría para siempre" y en el que, "cuando sostuviste mi mano, supe que era ahora o nunca". Gracias Bryan Adams, por plasmar tan bien ese verano al que a todos nos gustaría volver.



5- Y Nos Dieron Las Diez, de Sabina.

Porque si no la escuché 357.894 veces cuando era pequeño no la escuché nunca. Porque mis padres la ponían una y otra vez en casa. Podía haberla odiado, pero no fue así. Y les estaré siempre agradecido por haberla puesto tantas veces. Porque con el paso de los años la fui valorando. Porque con el paso de los años entendí la letra, a la que prestaba menos atención cuando era pequeño. Porque habla de mis historias de amor preferidas, la del chico que, con tan solo una noche, se enamora perdidamente de una chica un verano y acude al mismo pueblo al verano siguiente con toda su ilusión y se lleva el chasco de que la chica ni está, ni se la espera. Porque habla de "un pueblo con mar, una noche". Y ya con eso es suficiente. Porque habla de tomarse una copa en la barra de un bar, de enamorarse de "los ojos de gata" de la camarera. Porque describe muy bien la sensación del amor repentino que uno ha sentido de repente en alguna ocasión en mitad de la oscuridad de la noche, con una copa en la mano en un bar, tras estar hablando con una semidesconocida y tener que decirte a ti mismo "cuidado chaval, te estás enamorando" y pensar que no existe nada más en ese momento que la noche, tú, y ella.


lunes, 21 de noviembre de 2016

Holden y los patos de Central Park



Hay momentos en la vida que sabes que nunca olvidarás. No tienes que esperar un tiempo a que hayan pasado para ser consciente de lo determinantes que fueron. Lo sabes en el mismo instante en que ocurren. De igual manera ocurre con la literatura. Seas más o menos lector, a veces pasa por tus manos un libro que te deja huella. En ocasiones es una frase la que consigue emocionarte. De vez en cuando, es un diálogo el que te arrolla. Lo estás leyendo y ya estás deseando volver a leerlo desde el principio, pero sigues leyendo hasta el final, muy rápido, para poder volver a leerlo lo antes posible.

Eso, exactamente eso, es lo que me ocurrió a mí con un diálogo de El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, Un libro de cabecera para miles de personas en todo el mundo. Una religión generación tras generación. Dejadme contaros un poco acerca de la historia que en él se cuenta. Se publicó en 1951 y en él se cuentan las peripecias de un adolescente rebelde, Holden Caulfield, por la ciudad de Nueva York durante unas navidades. “Una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas”, en palabras del propio Caulfield, uno de los personajes más entrañables de la literatura universal. Se habla de sexo, de alcohol, se dicen palabrotas. Fue un libro prohibido en muchos institutos de Estados Unidos, no así en otros.

Es la historia del miedo a crecer que todos hemos experimentado, de un chaval que siente rechazo hacia casi todo y todos, excepto por su hermana Phoebe, a la que adora. El autor, Salinger, escribió esta obra, y ante su abrumador éxito, decidió recluirse por completo hasta el año 2010, ni más ni menos, cuando murió por causas naturales. No escribió más, no quiso que su novela se llevase al cine, se mostró siempre huraño ante los periodistas y no concedió ninguna entrevista. 

Os contaré también que existe una sombra sobre este libro. Resulta que ha sido fuente de inspiración para ciertos asesinos. Así, brevemente, un repaso: Mark David Chapman asesinó a John Lennon a tiros en Nueva York. Bien, ese día Chapman portaba un ejemplar de El guardián entre el centeno. En una de sus páginas escribió lo siguiente: “esta es mi declaración” con una firma: “El guardián entre el centeno”. Tras disparar a Lennon, en vez de huir, se sentó en la acera y se quedó leyendo ahí el libro esperando a la policía. Después, declaró: “Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caulfield, el resto de mí debe ser el Diablo.” Es el más famoso, pero también John Hinckley, que intentó matar al presidente Ronald Reagan en 1981, y Robert John Bardo, que asesinó a la actriz Rebecca Schaeffer, declararon estar obsesionados con la novela de Salinger. A veces da miedo. Porque piensas que tú te hubieras llevado bien con esa gente que compartía esa afición por ese libro contigo.

Es el único libro que me he leído dos veces. Y de vez cuando lo cojo y me pongo a leer por cualquier página. Disfruto con cada línea. Es divertido, el lenguaje es coloquial, nada enrevesado, es corto y no paran de pasar cosas, por lo que te enganchas fácil y te lo puedes terminar rápido. Holden está loco, hablemos claro. Es un tipo único. Solamente alguien como él puede estar tan obsesionado con un tema. Su principal preocupación es la siguiente: ¿Dónde van los patos del lago de Central Park en invierno cuando el lago se congela? Aquí va el diálogo que yo puedo leer una y otra vez sin cansarme. El diálogo que, cuando leí por primera vez, no quería que terminase nunca porque sabía que no habría otra primera vez. Esto es un resumen:

“Pero, en fin, como les iba diciendo, subí al taxi, y pronto el taxista empezó a darme un poco de conversación. Se llamaba Howitz y era mucho más simpático que el anterior. Por eso se me ocurrió que a lo mejor sabía lo de los patos.
-Dígame, Howitz -le dije-. ¿Pasa usted muchas veces junto al lago del Central Park?
-¿Qué?
-El lago, sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de Central South Park. Donde están los patos. ¿Sabe, no?
-Sí. ¿Qué pasa con ese lago?
-¿Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando ahí? Sobre todo en primavera.
¿Sabe usted por casualidad dónde van en invierno?
-Adónde va, quién?
-Los patos. ¿Lo sabe usted, por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen?
El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona.
-¿Cómo quiere que lo sepa? -me dijo-. ¿Cómo quiere que sepa semejante estupidez?
-Bueno, no se enoje por eso.
-¿Quién se enoja ? Nadie se enoja.
Decidí que si iba a tomarse las cosas tan a pecho, mejor era no hablar. Pero fue él quien sacó de nuevo la conversación. Volvió otra vez la cabeza en redondo y me dijo:
-Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan en el lago. Esos sí que no se mueven. "

Me parece fascinante. No encuentro otra palabra, sinceramente. La historia de un adolescente que coge un taxi en Nueva York y no tiene otra cosa que preguntarle al taxista si sabe dónde van los patos de Central Park en invierno me parece sublime. Este diálogo es el que más recuerda todo el mundo que ha leído la novela. Hay muchos otros grandes momentos, pero este fragmento es el que lo dice todo de Holden Caulfield, de su creador, Salinger, y del mundo que les rodeaba. Un mundo en el que a nadie le importa dónde van los patos de Central Park cuando el lago se congela en invierno. Y eso es desolador, para Holden, que se siente profundamente incomprendido, y para el lector, que se siente identificado con esa sensación de desamparo. Todos hemos necesitado en algún momento que un adulto nos asegurase que "los patos iban a seguir ahí", que nada iba a cambiar.

Siempre he tenido un sueño. Siempre he querido ir a Nueva York, coger un taxi y preguntarle al taxista si sabe dónde van los patos del lago de Central Park en invierno. Desearía con locura que el taxista me siguiese el rollo. Estoy convencido de que todos los taxistas de Nueva York tienen que conocer El guardián entre el centeno. Estoy convencido de que hay gente que ya ha hecho lo que yo quiero hacer. Lo peor es que estuve en Nueva York, y estuve a punto de preguntárselo al taxista que me llevaba de vuelta al aeropuerto, pero tuve miedo de que fuera un Howitz de la vida, se enojase por mi pregunta, y decidiese poner fin al trayecto. En serio, la gente de esa ciudad está muy loca. 

Eso sí, los pude ver, qué alegría. Hablo, por supuesto, de los patos de Central Park. Los vi, estaban ahí en pleno mes de diciembre. Pero, claro, el lago no estaba congelado todavía. No pude resolver la duda. Me supo mal, por mí, y por Holden. Yo quería hablar con Holden y poder tranquilizarle asegurándole que los patos seguían ahí, o haber conocido a alguien que me dijese que en primavera vuelven, que no había nada de lo que preocuparse.

lunes, 14 de noviembre de 2016

París siempre será una fiesta



Decía el escritor Ernest Hemingway que París no se acaba nunca. Él vivió durante siete años y sabía de lo que hablaba. Pero no es necesario vivir allí tanto tiempo. Basta poner los pies encima una sola vez para que su recuerdo te acompañe siempre. Para que sientas la necesidad de volver una y otra vez.  He estado en varias ocasiones en distintas circunstancias. Siempre descubres sitios nuevos. Con mi familia las primeras veces, otra vez con un buen amigo a visitar a mi hermana que vivió un tiempo allí, la última vez con mi novia. París siempre vale la pena, como también decía Hemingway.

Todo en ella es especial. Parece una ciudad cuidada como un escenario. Puedes ir a ver la Torre Eiffel, a visitar la Tumba de Napoleón, a disfrutar de los cuadros de los impresionistas en el Museo D`Orsay o en L´Orangerie, te puedes cansar de todo lo que hay que ver. Pero al final, con lo que uno más disfruta es de sus calles, de cada rincón, de cada esquina, de sus terrazas con las estufas, de sus farolas, de sus cafés, de las escenas que uno contempla en cada lugar.

Me quiero detener en El Barrio Latino, Le Quartier Latin. Es el barrio en el que siempre he querido vivir. Siempre he tenido clarísimo que, de vivir una temporada en París, viviría ahí. Porque tiene un encanto que no tiene ningún otro barrio del mundo, al menos que yo haya conocido. No puede compararse con nada. Es el barrio bohemio de la ciudad. Me podría pasar horas caminando por el Boulevard Saint Germain, deteniéndome en cada una de sus tiendas, fijándome en cada uno de los personajes que lo transitan, entrando en cualquiera de sus tiendas, parándome a tomar un café, una cerveza o lo que surja en sus innumerables terrazas, hasta llegar a la plaza Saint Michel para seguir observando todo lo que ocurre a mi alrededor.

Entre sus calles han vivido siempre personajes relacionados con la cultura. Sobre todo escritores. En los felices años 20 uno de mis escritores preferidos, Hemingway, se instaló ahí con su mujer. En la Rue Cardenal Lemoine.  De sus años en la capital parisina salió su novela París era una fiesta que no deja de ser un diario de aquellos años en los que el joven escritor y periodista americano afirmaba que “éramos muy pobres y muy felices”. Yo confieso que en realidad siempre he querido ser Hemingway y vivir en los años 20 en París. Siempre he soñado con escribir mi primera novela en Les Deux Magots, como él, uno de mis grandes ídolos literarios.



Una de mis fotos preferidas, sin duda. Escribiendo mi primera novela en Les Deux Magots.

El escritor americano se movió a París en concreto porque allí vivían “las personas más interesantes del mundo”. Se ganaba la vida como corresponsal del Toronto Star. En aquella década se concentraban en París intelectuales, pintores, escritores. Un numeroso grupo de artistas con ganas de devorar la vida. Entre ellos, el irlandés James Joyce, con el que Hemingway se pegaba buenas juergas alcohólicas hasta casi perder el conocimiento, Ezra Pound, Scott Fitzgerald, Picasso y la escritora americana Gertrude Stein, que se convirtió en la mentora de varios de ellos.

Su vida transcurría entre los cafés de Saint Germain Des Prés. Allí acudían todos los días. Hemingway se dedicaba a escribir. Su lugar favorito para que le viniese la inspiración era el mítico café de Les Deux Magots, al lado del no menos mítico Café de Flore. Le gustaba sentarse fuera, al abrigo de las estufas, y contemplar lo que ocurría delante de él. Entraba en calor con un clásico “café au lait” que luego ya pasaba a ser un ron St James según avanzaba la escritura, supongo que con el consiguiente cambio de trazo del lápiz en su libreta de lomos azules.

Relacionado con este mundo, os hablaré ahora de mi librería favorita del mundo mundial: Shakespeare and Company, un lugar muy auténtico. Situada en la orilla izquierda del Sena, frente a la imponente catedral de Notre Dame, es un rincón que cualquier debería visitar al menos una vez en la vida. Me la descubrió mi profesora de Literatura en mi primer año de Periodismo, Margarita Garbisu. Llevé ahí a mis padres y a mi hermana y les gustó mucho. Ahora he llevado a mi novia y también le ha parecido un lugar con un encanto especial. No dejéis de ir si tenéis la oportunidad.



Aquí, con esta cara de felicidad en mi librería y mirando hacia Notre Dame.


No se trata de una librería al uso, estamos hablando de un verdadero rincón para los amantes de la literatura. Hay que decir que no es la original, que estaba situada en la Rue de L´Odéon, a unos 650 metros de la de ahora, en la Rue de la Bûcherie. La Shakespeare and Company de los años 20 y 30 fue fundada por Sylvia Beach, una librera y editora americana que convirtió a este lugar en el mayor centro de la cultura anglosajona en aquella época. Sylvia Beach fue como una madre para muchos de esos artistas. Incluso tenía dos camas arriba por si alguno necesitaba quedarse alguna noche a dormir. Ella publicó el Ulises de Joyce cuando este libro había sido prohibido en Estados Unidos y Reino Unido por “pornográfico”.



Aproveché y me compré mi libro favorito en mi librería favorita: El guardián entre el centeno.


La librería cerró con la ocupación alemana de París. Un oficial nazi pidió el último ejemplar que quedaba de la reciente novela de Joyce, Finnegans Wake, y Sylvia Beach se negó a dárselo. Cerraron el local y a ella se la llevaron a un campo de concentración a Alemania. Allí estuvo seis meses. Sobrevivió.

En 1951 un americano que había llegado a París como soldado en la II Guerra Mundial, llamado George Whitman, abrió una nueva librería, Le Mistral, que se convirtió en un referente también. En el año 1958, Sylvia Beach conoció a Whitman y decidió traspasarle “el nombre y el espíritu” de su antigua librería. A los dos años de morir Beach, Whitman cambió el nombre de su librería y así renació la Shakespeare and Company. Hoy en día es gestionada por la hija de Whitman, a la que su padre quiso poner de nombre Sylvia Beach. Sigue manteniendo el mismo espíritu. Y arriba sigue habiendo dos camas y un precioso piano que cualquiera puede tocar. Una parada inolvidable en el recorrido de cualquier persona que visite París. Para pasar una noche en una de las camas, hay que dedicar dos horas de trabajo durante el día a la librería, dedicar una parte del tiempo a leer o escribir en ella, y es condición indispensable escribir una autobiografía de una página.



No podía irme sin hacerme esta foto.


Otro de mis rincones preferidos es la conocida como Plaza de los Pintores, en el también bohemio barrio de Montmartre. Podría quedarme horas dando vueltas por la plaza y por las callejuelas de alrededor, creo que no me cansaría. Es un lugar lleno de vida. Los pintores enfrascados en su arte, los habituales del barrio reunidos en alguna mesa de algún café, los turistas paseando y dejándose retratar en algunos casos. No te puedes perder ningún detalle y da rabia porque sabes que es imposible verlo todo y eres consciente de que te estás perdiendo cosas que están ocurriendo ahí, delante de ti.




Una de las cosas que más me gustan o que más gracia me hace cuando voy a París, o a cualquier otro lugar de Francia, es la capacidad infinita que tienen los franceses para debatir. No paran. Se sientan en cualquier mesa de cualquier terraza, debajo de su estufita, o en el interior, da igual. Siempre están debatiendo. Incluso poniendo un poco el oído te das cuenta de que pueden dar mil vueltas al mismo tema y volver a empezar. Me parece fascinante que no se agoten de reflexionar tanto y sobre temas tan serios y tan a menudo. Yo no sería capaz.

En mi última visita estaba tomando algo en un irlandés (siempre hay que ir a un irlandés, estés en el lugar del mundo en el que estés). Tenía al lado a tres hombres discutiendo a muerte. Pero era curioso porque en las pantalla estaba el partido de fútbol de la selección francesa y pasaban olímpicamente de él, pero cuando marcaban se volvían medio locos, hacían algún comentario al ver la repetición del gol, exaltaban a los suyos o los ponían a parir dependiendo de si el gol había sido a favor o en contra, para después continuar debatiendo como si no hubiese un mañana sin mirar a la pantalla en ningún momento. Me reía mirándolos.

Existe de siempre un eterno debate. En esta vida todo es elegir. Lo de los matices no se lleva hoy en día. Y en el mundo suele haber dos bandos: el de los que prefieren París y el de los que se quedan con Nueva York. La Gran Manzana me impactó cuando fui, incluso no me disgustaría vivir allí una temporada. Pero si alguien me dice: elige en diez segundos, ¿prefieres una casa en Nueva York o en París? Mi respuesta sería París. Porque París me gusta mucho.

Me gusta mucho París porque es bonita. Porque es elegante. Porque es romántica. Porque es antigua en sus formas y moderna en su pensamiento. Porque es especial. Porque está llena de vida. Porque tiene la Rue Huchette, una callejuela muy animada en el corazón del Barrio Latino. Porque tiene el Sena y pasear por Le Quai de Montebello, en su margen izquierda, mientras contemplas Notre Dame y vas viendo los puestos de los libreros es de lo mejor que te puede ocurrir en la vida, si eres una persona que sabe disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Me gusta París, también, porque sabe rendir homenajes a sus héroes históricos. Son numerosas las placas que te puedes encontrar por muchos rincones en honor a las personas que lucharon en la Resistencia contra la ocupación nazi de París y que ayudaron posteriormente a su liberación. Me gusta París porque el 13 de noviembre de 2015 unos salvajes trataron de impedir que la ciudad siguiese siendo una fiesta y no se enteraron de que París nunca jamás dejará de ser una fiesta.



La Rue Huchette, llena de bares. Un buen plan para empezar la noche.

P.D. Poco después de los brutales atentados del 13 de noviembre de 2015, el libro París era una fiesta se agotó en numerosas librerías de París. Mucha gente dejaba un ejemplar como homenaje entre las flores y las velas en los lugares de homenaje. También numerosos ciudadanos llevaban el libro en sus manos en el minuto de silencio del lunes 16 de noviembre de 2015.

domingo, 29 de mayo de 2016

A mi hermana del Atleti



Esto va para ti, "sis". No busco hacerte llorar, te lo aseguro. Pero si no te digo todas estas cosas no me voy a quedar a gusto, lo sé. Siempre pensaba que era la abuela mi motivo para ir con el Atleti en algunas ocasiones...hasta ayer, que fue por ti. Quiero intentar explicarte qué es lo que había en el abrazo que te di ayer por la noche después del partido. Porque hubo muchos detalles en los que no te fijaste, como es normal, pues no estaba la cosa como para fijarse en lo que hacía o dejaba de hacer tu hermano.

Quiero decirte que si bien me fui por la casa a gritar el gol de Ramos, no te creas tú que me noté a mí mismo muy entusiasmado gritándolo. Quiero decirte que desde que volví al sofá a sentarme, empecé a no tener claro con quién iba. Quiero decirte que cuando os pitaron el penalti a favor, me alegré. Y que cuando vi cómo lo fallaba Griezmann, me quedé helado, no sé si viste que no hice ni un gesto de celebración. Tampoco te diste cuenta de que en la segunda parte, alejé mi camiseta de la suerte de Mijatovic de mí y la dejé en una esquina del sofá. No quería estar en contacto con ella. Dirás que vaya tontería más grande, y puede que sea verdad, pero en ese momento ya no sabía a lo que agarrarme para que el Atleti marcase el gol que se estaba mereciendo.

No viste como se me humedecieron los ojos (igual poco, pero se me humedecieron, créeme), cuando marcó Carrasco y te vi gritándolo con una emoción en la voz como nunca te había visto, y cómo lo celebrabas con Mamá, y cómo estaba la abuela. Me emocioné por el gol pero también porque pensaba que era el comienzo de vuestra merecida victoria. El segundo estaba al caer, me decía, y me tranquilicé porque estaba convencido de que así sería.

No viste cómo me echaba hacia delante en el sofá cuando os acercabais al área, y cómo me echaba para atrás asustado cuando atacaba el Madrid. La señal más clara la tuviste en la tanda de penaltis, porque normalmente yo grito cada penalti metido como un loco y cada fallo del rival otro tanto. Cuando falló Juanfran, me quedé sin reaccionar. No me lo podía creer. Y al marcar Cristiano, me quedé petrificado. Después te fuiste del salón, supongo que a llorar, lo que también hizo Mamá, y me sentí aún peor.

Porque no te quité ojo en todo el partido. Veía tus gestos, y sé, porque te conozco, lo mucho que sufriste y todas las emociones que se te pudieron pasar por el corazón. Porque no se me olvida tu cara al ver a Griezmann fallar el penalti cada vez que lo repetían y tu "¿Pero cómo es eso posible?" con ese tono desolado que solamente es capaz de sacar de ti tu Atleti, porque tú nunca has hablado desde la tristeza.

Precisamente por eso, porque tu lugar nunca fue el de la amargura, te animo a que te levantes. Nunca has sido tú de tardar en levantarte después de haberte caído, que lo sé. Me has demostrado en numerosas ocasiones ser una tipa fuerte, hecha de pasión, y cuando lo pienso me doy cuenta de que tú nunca jamás podrías ser de otro equipo que no fuese el Atleti. Me invitaste a tu fiestón de graduación después de haber perdido la final de Lisboa y estuviste toda la noche bailando, saltando y bebiendo.

Porque como le leí ayer en Twitter a un atlético de pro como Iñako Díaz-Guerra, "lloraremos, beberemos, volveremos". Es lo que hiciste hace dos años. Y ayer volvisteis. Y volveréis de nuevo. ¿Y sabes qué? Cuando eso pase, que será pronto, estoy seguro, yo seré el primero en apoyaros como un atlético más. Estés en el sofá a mi lado o te hayas ido a ver la final con Mamá, Félix y Menchu a la ciudad que sea (a Mamá no la metes en un avión, así que prepárate para coger trenes y trenes), yo estaré ahí, apoyando, emocionándome contigo, y si hace falta, llorando, pero esta vez de felicidad, ya lo verás. Ya queda un día menos para que eso ocurra.

Mamá, Félix, Menchu, por vosotros también, pero una hermana es una hermana, como estoy seguro que entenderéis. Y por ti abuela, y por ti, Pili, que no me olvido.

Creo que no me queda añadir nada, "sis". Que en ese abrazo estaba todo esto que te digo. Que ahora, más que nunca, no se te ocurra dejar de creer.

Tu hermano que te quiere,


Guille

viernes, 27 de mayo de 2016

El falso dilema de un madridista



No sé muy bien ni lo que quiero contar en este artículo. Supongo que quiero hablar de la gran final de Champions que volverá a paralizar Madrid por segunda vez en tres años. Después de haberse visto las caras en Lisboa en 2014, lo que a todos nos pareció irrepetible, se repite tan sólo dos años después, esta vez en el escaparate, nunca mejor dicho, de Milán, en el estadio de San Siro.

Durante las últimas semanas he fantaseado con la posibilidad de ir con el Atleti. Creía que ese era un escenario bastante realista. Las razones eran, principalmente, mi abuela, mi madre y mi hermana. Y bueno, un poco también mis tíos. La familia de mi madre es ejemplo de amor a unos colores como he visto pocos en mi vida, creedme. Y sus previas en días de partidos importantes pueden alcanzar fácilmente la categoría de legendarias.

También tenía en la cabeza eso que habréis leído y escuchado en los análisis previos al partido, lo de que el fútbol le debe una al Atleti. Sí, que en realidad el fútbol no es una persona y no le debe nada a nadie, es caprichoso y si tiene que volver a ser cruel con el Atleti, lo será. Pero ay, que soy de los que cree en la justicia poética y me veía sinceramente animando al Atleti porque "se lo merece".

La tontería me ha durado hasta esta semana. Nada como los instantes decisivos de la vida para conocerse a uno mismo. Nada mejor que la vida nos ponga a prueba para conocer nuestras emociones más profundas. A pocos días de la gran final, escuchando hablar del partido en la radio, ya sentí esa punzada. Ocurre a cualquier aficionado de un equipo antes de un encuentro decisivo: hay un momento, en la semana previa, en la que salta un "click" del que ya no te recuperas hasta que empiece el partido. A algunos tarda en activárseles ese mecanismo hasta el día antes, otros hasta dos horas antes de que ruede el balón, y otros les salta el click a veinte días de la final y se vuelven locos.

El caso es que yo lo sentí ayer, creo. Hablaban de la final en la radio y, estando solo en casa, grité un "¡¡Vamoooooooossssss!!" que me sorprendió a mí mismo. Pero no debió causarme tanto asombro. Me di cuenta de que incluso era igual de ridículo que si de repente me levantase una mañana y me sorprendiese de ser rubio y tener los ojos azules. Soy del Madrid. Lo llevo dentro. Y nunca dejaré de ser del Madrid. No me sale otra cosa. No sabría sentir otros colores. Lo mío es el blanco. En el momento en el que lo descubrí, respiré bastante aliviado.

Cuando te gusta una chica, intentas estar siempre pendiente de cualquier acontecimiento que ocurre en su vida, por nimio que éste sea. Si el Real Madrid fuese una chica, yo la escribiría un mensaje preguntándole: "Qué tal, cuéntame cómo te ha ido el amistoso contra el Murcia" porque aunque no se juegue nada, necesito saber cómo ha quedado. Puede sonar tonto, pero me parece muy real.

Confesaré de todas formas que de pequeño era del Atleti. Me hice del Madrid porque, alguna vez en la vida, quería tener opciones de ganar. Suena muy mal, que conste que soy consciente. Pero era pequeño, veía al Madrid ganar y al Atleti perder, salvo en el año del Doblete, y me fui a lo fácil. Yo no sabía cómo iba a ser mi vida entonces, y me agarré a la seguridad del triunfo que me ofrecían entonces los blancos. Y bueno, mi padre tuvo mucho que ver, claro que sí. Esta es mi teoría. Mi abuela Loli os contaría que "la victoria", porque ella lo considera una victoria, de que sea del Madrid es suya. De hecho, suya es la mítica frase de "esa victoria es mía" una sentencia que soltó un día en el que la familia discutía acerca de mis orígenes madridistas.

El caso es que ya resuelto el dilema, que resultó ser completamente falso, de con quién ir mañana, ya sólo quiero que sea sábado por la tarde y disfrutar de la previa con amigos y después tocará irse a verlo a casa. Somos una familia dividida, mi padre y yo blancos, y mi madre y mi hermana colchoneras. Conseguimos superar lo-de-Lisboa. No era fácil. Cuando marcó Ramos, no sabía dónde mirar. Tenía a mi madre y a mi hermana delante. Me parecía tan cruel. Me sentía hasta culpable. Me fui a gritar y a celebrar el gol al pasillo. Y a pesar de estar feliz, tenía una sensación agridulce: intentaba ponerme en el lugar de mi madre y de mi hermana. Pensaba en mi abuela, que ya sufrió en el 74 el mismo castigo contra el Bayern. Pensaba que cómo podían tener esa mala suerte. Por eso tengo un deseo para mañana: que si gana el Madrid, por favor no sea de forma cruel de nuevo. Lo pido por favor, de verdad.


Y sí. Si gana el Atleti, me alegraré. No lo digo con la boca pequeña ni mucho menos. Por mi familia atlética sobre todo. Pero también por todos los amigos y compañeros de trabajo y de clase que la vida me ha colocado en algún momento al lado, y sin los cuales nada de esto sería lo mismo. Porque ese es también un elemento muy importante: lo que mola Madrid, y lo que mola que sus dos equipos estén ahí conquistando Europa por segunda vez en tres años, algo que no había ocurrido nunca. Decía hoy Panchito Varona que todo Madriddebería salir a celebrar después del partido, quizá es pedir mucho, pero la fiesta sería monumental. Y en Madrid no nos cuesta mucho pegarnos una buena fiesta por el motivo que sea. Venga, pensadlo.

domingo, 1 de mayo de 2016

Todo lo que pensé y sentí en mi primera Maratón


Mi foto preferida de Marathon Foto.

Escribo casi una semana después de una experiencia que creo que me ha cambiado la vida. El domingo 24 de abril de 2016 corrí, y terminé, mi primera Maratón. Me habían dicho, había leído por ahí, que no vuelves a ser el otro después de haberte enfrentado a los 42,195 kilómetros de esta mítica prueba. Tenían toda la razón, toda.

Desde hace días me siento en una nube. Y empiezo a dudar de si me podré bajar de ella en algún momento. Desde que crucé la línea de meta hasta este momento en el que esto escribo una semana después, me siento más capaz, más vital, pienso que muy grande tiene que ser el obstáculo que me detenga, más optimista aún de lo que suelo ser, creo que tengo menos miedos, y que puedo sacar adelante todo reto que me proponga en la vida si lo afronto con el mismo esfuerzo, sacrificio y espíritu de superación.

Me he pasado la semana buscando en Google "experiencias primera maratón" y no podía parar de identificarme con cada palabra, con cada emoción descrita en esos textos. Eso me hizo animarme a hacer yo lo mismo. Por eso aquí voy a compartir la inolvidable experiencia de mi primera maratón, el 24 de abril de 2016 en mi ciudad, Madrid. Me limitaré a ir escribiendo todos los pensamientos, emociones y sensaciones que me acompañaron antes, durante y después de la carrera. Espero que os guste y que si dentro de un tiempo algún novato busca "experiencias primera maratón" pueda salirle mi texto y disfrutar de él como yo lo he hecho con el de otros.

La semana previa al gran debut me pasó una cosa que nunca me había pasado. Soñé durante tres días consecutivos con la maratón. El lunes, el martes y el miércoles se me aparecía en sueños el día de la carrera. Desde que me levantaba hasta que me acostaba, no existía otra cosa. Pensaba en todo el esfuerzo hecho desde enero. Pensaba en la lesión de rodillas que me hizo parar casi un mes en febrero y con serias dudas de poder correr la maratón. Pensaba que ya estaba todo terminado. Que quedaban apenas unos días para estar cumpliendo el sueño de correr una maratón. El viernes por la tarde me fui a la Feria del Corredor a recoger mi dorsal y me costó no emocionarme.


 La noche de antes, la idea era meterme en la cama a las 21:30 o 22:00, pero finalmente, entre unas cosas y otras, me dan las 23.30. Por supuesto, me ceno mi buen plato de pasta, básico antes de cualquier carrera, ni qué decir antes de una maratón. Me voy a dormir con la duda de si podré conciliar el sueño, pero tengo suerte y caigo fácil.

A las seis suena el despertador. He dormido de un tirón, no todo lo que quería, pero he descansado bien. La carrera es a las 9 y lo recomendable es desayunar tres horas antes de la prueba y no hacer experimentos de ningún tipo. Así que me preparo mi bocadillo tostado de jamón york y mi café. Me noto calmado. Creo que es un mecanismo de defensa para no descontrolarme. Es el gran día que llevo esperando hace años. Y no quiero pensarlo mucho porque sé que se me puede ir de las manos. Lo disfruto, pero con cabeza.

Por la noche, como debe hacerse, me dejé todo preparado en la mesa: camiseta, imperdibles, pantalón, zapatillas, reloj cargado, vaselina, geles. Desayuno y ya me preparo. Ahora sí que sí. No son las ocho y ya estoy listo, así que me despido de mi novia, que sabe mejor que nadie lo que han sido estos meses para mí y a la que le debo mucho por haberme animado y apoyado en todo momento, y me sonríe y me dice que lo voy a hacer muy bien. Es un momento emocionante, de los muchos que están por venir en este día.

En el metro ya empiezo a ver a corredores y los nervios van en aumento. Voy muy bien de tiempo y eso me permite disfrutar del momento y observar bien a mi alrededor. Los ojos de ilusión, el entusiasmo generalizado. Empiezo a venirme arriba y aún no he llegado a Cibeles. Cuando llego, voy subiendo las escaleras de la salida del metro de Banco de España sabiendo que la primera imagen que vea en ese momento se quedará en mi retina para siempre y disfruto del momento. Pero no hay tiempo para más.

Rápidamente, empieza mi momento de nervios y agobio. Y eso que voy bien de tiempo. Para poder ir a los baños me he metido por el lado que no tenía que haberme metido y como yo, muchos otros corredores, que no podemos pasar al otro lado hasta que bajemos y bajemos y encontremos una entrada habilitada por la organización. Cuando llego a los baños, veo la cola y veo que muchos se están yendo a un sitio a mear. No puedo esperarme a la cola o se me hará tarde. Me voy dónde van todos. Ya está. Ya puedo ir a buscar mi cajón de salida, el segundo.

Voy subiendo y me coloco en mi puesto. Quedan diez minutos para que comience la carrera. Nervios, emoción. Y de repente, una cierta sensación de miedo. He entrenado, todo ha ido bien, sí. Estoy entusiasmado, también. Pero de repente pienso: tío, que vas a correr 42,195 kms. Y me invade una cierta sensación de respeto que creo que no me viene nada mal para templar el entusiasmo del comienzo cuando se produzca el pistoletazo de salida.

Salen los de élite y ya nos toca a nosotros. La suerte está echada, a por ello, me digo. Aquí lo tienes. Estás en el centro de Madrid, de tu ciudad, en tu amada plaza de Cibeles, vikingo. Ponte a correr y disfruta como te mereces, joder. Piso la línea de salida y todo empieza. Me siento eufórico y se me olvida cualquier miedo. Pensaba que habría mucho más apelotonamiento y que no podría correr a gusto hasta pasado un rato. Nada de eso. Nada más empezar ya voy a mi ritmo, a gusto. Subida por la Castellana los primeros 6 kms. Hasta pasar Plaza de Castilla y llegar a las cuatro torres.

Voy buscando mi hueco en la subida.

Al poco de empezar, primer contratiempo. Los geles me estorban mucho. Sólo tengo un bolsillo, pequeño, en la parte trasera del pantalón. Llevo dos geles y el tercero me lo dará mi madre en el km 33 o mi novia al pasar por Sol (19). Y solo con dos ya noto que me pesa mucho el bolsillo. Saco uno y decido llevarlo en la mano. Segundo contratiempo, que me estoy meando y acabo de empezar. Así que veo a otros que se van a un sitio y aprovecho yo también. Me preocupa esto nada más empezar. Para continuar, y esta es la peor noticia sin duda, dolor de estómago que, tristemente, me va a acompañar ya hasta el final.

Al principio no le hago mucho caso, quizá lo noto menos, y sigo a buen ritmo. Apenas pasados dos kms, vuelvo a sentir la imperiosa necesidad de mear. De nuevo veo a otros que están en un sitio y allá que voy. Me preocupa haber empezado así. No puedo estar cada tres kilómetros parando. Lo había entrenado psicológicamente en los entrenamientos. Se trataba de focalizar la atención en la carrera y no en eso. Pero el día de la carrera es el día de la carrera.

Sigo subiendo hacia Plaza de Castilla y paso uno de los momentos más felices de toda la carrera. En los puentes que hay arriba en la Castellana hay gente dando gritos de ánimo y con pancartas, se me pone la piel de gallina, les aplaudo, les saludo, les abrazaría si pudiese. La felicidad que siento en ese momento es indescriptible, y eso va a ser solamente el aperitivo de lo que está por venir.

Sigo y me doy cuenta de que mi novia puede estar por casualidad a la altura del Bernabéu, ahí no contaba con verla y me hace ilusión pensar que al ver a los corredores subiendo se haya puesto ahí a ver si me ve pasar, me voy fijando, la veo y la doy un beso. Sigo tan feliz y voy a muy buen ritmo, unos 4.30 o 4.40 aproximadamente. Incluso en algún momento veo que me pongo a 4:00 o 4:20. Me siento tan bien que no me preocupa el estar yendo más rápido de lo previsto, aunque no era eso lo planeado.

Aquí con mi Oli mordiendo la medalla al terminar.

Ya nos acercamos hacia Bravo Murillo. Aquí me doy cuenta de lo importante que es el saber que en un punto vas a ver caras conocidas. Mi amigo Nacho me dijo que estaría alrededor del km 10. Y ya voy con el subidón antes de verle, pero el subidón es doble porque además de Nacho, está también ahí Álvaro, con el que no contaba en ese kilómetro. Llevan hasta una mini pancarta en un papel dándome ánimos. Me río al verles, son una pasada, me siguen corriendo unos metros hasta que ya les dejo atrás. Álvaro me avisa de que también estará en el 39 y me quedo con ello. Me dura la felicidad por haberles visto durante un buen rato. En Cuatro Caminos, una vez más, me meto en un baño de los de la organización a mear por tercera vez en 10 kilómetros. Me digo que esto no puede ser. Que se acabó. Estoy perdiendo mucho tiempo así.

Me doy cuenta de que los 10 kms se me han pasado volando. Y me lleno de felicidad dispuesto a emprender la bajada por Raimundo Fernández Villaverde. El dolor de estómago sigue ahí, es como una punzada que no se va. Me da mucha rabia que me pase esto el día de la carrera. Mentalmente me impide estar concentrado en el ritmo y en las sensaciones, sino que mi atención empieza a irse al dolor. Cuando todos me decían que todo iría bien, que había entrenado bien, etc. yo prefería ser prudente porque sé que el cuerpo humano es muy caprichoso y te puede jugar malas pasadas aunque tú hayas puesto todo de tu parte para que no te ocurra nada.

Sigo corriendo. Nos acercamos a un momento clave. En el km 14, en la Calle Serrano, se dividen los de la Media Maratón y los de la Maratón. Hasta ese momento, todos los corredores habíamos ido juntos. Había leído sobre este momento, pero no me imaginaba que fuese tan emotivo una vez que estás ahí. Los que siguen por la Media nos empiezan a aplaudir a los que nos desviamos hacia la Maratón, y nosotros les devolvemos el aplauso. No nos conocemos de nada, pero nos une el esfuerzo y el buscar una meta. Es muy emocionante. Nos alientan, nos gritan y nos mandan ánimos. Qué momento.

Continuamos y llegamos a la calle Almagro. Toca una subidita prolongada, pero a la que no tengo ningún miedo porque la he hecho muchas veces en los entrenamientos. Y sé que al final de la subida espera Marlix, compañera de entrenamientos en Mapoma todos los domingos, que ha venido a animarnos a todos los del grupo. Y el saber que viene un punto en el que verás a alguien, hace que te crezcas. Voy subiendo y en la subida el dolor de tripa se hace más agudo. Será el esfuerzo. Seguimos Santa Engracia hacia arriba y ya nos aproximamos al parque de bomberos. Aquí tiene que estar Marlix. Y ahí aparece, con su entusiasmo y transmitiéndome una energía de la que no sé si ella es consciente. Me aguantó muchos domingos con mi problema de las rodillas y me hace especial ilusión verla en ese momento. No me podía hacer una idea de la fuerza que te puede dar el ver rostros conocidos durante la carrera.

Con ese subidón, me cruzo por delante de un corredor sin darme cuenta y me protesta enfadado. Le pido perdón, le digo que no me he dado cuenta y pienso que en un día así, no es para ponerse como se ha puesto. Pero no le doy más importancia y sigo a lo mío. Nos acercamos hacia uno de los momentos con los que más he soñado durante los últimos meses: Gran Vía y Sol. Bajamos San Bernardo, pasamos por Quevedo, y ahí ya empiezo a crecerme. El dolor de estómago sigue molestando, pero no le permito tener el protagonismo en este momento. Quiero disfrutar de lo que viene.


No sé bien dónde es esta foto, pero me gusta.

Vamos bajando San Bernardo, se hace más estrecho y ya ves Gran Vía. Ya estoy ahí. Estoy corriendo por la Gran Vía. Han cerrado las calles para que nosotros seamos los protagonistas. Estoy corriendo por una de las calles más emblemáticas de mi ciudad, disfruto como un niño del momento. Las sensaciones se disparan. No es fácil de explicar.

Subimos hacia Callao y se escuchan muchos gritos. Me vengo muy arriba, es un momento único y empiezo a hacer lo que hacen otros corredores, cual Cholo Simeone empiezo a levantar los brazos hacia arriba animando al público a aplaudir aún más, luego paso a aplaudirles y otra vez empiezo a levantar los brazos, también es una forma de darme ánimos a mí mismo. La gente se vuelca. Y entre esos gritos, uno especialmente dirigido a mí, del gran Iván, al que esperaba unos metros adelante en Preciados y que se ha colocado en Callao. Me giro, le veo y me hace una ilusión enorme verle ahí. Es un tío al que tengo mucho aprecio y ha hecho el esfuerzo de venirse solo una mañana de domingo a verme pasar un minuto. Un grande.

Bajo Preciados como una moto, con el subidón reciente y el que está por venir. Uno de los momentos señalados. El paso por la Puerta del Sol. Preciados está lleno de gente y se escucha el barullo procedente de Sol. Al llegar siento una sensación de superioridad respecto a todo y todos, una sensación de plenitud. Soy protagonista en el centro de mi ciudad. No puedo pedir más. Y encima aquí habían quedado en verme mi novia (Oli) con mis dos amigas de la universidad, Tere y Anisi. Entro en la Calle Mayor, abarrotada de gente. No las veo. Intento ir más lento. No las veo. Nervios. Por fin aparecen. Las choco la mano y a Oli vuelvo a darle otro beso. Casi le choco la mano a una mujer pensando que era Anisi. Me fijo en que no está Anisi. Les pregunto desde la distancia a Oli y a Tere, pero ya no me escuchan. Estamos en el km 19. 


Buscando a Oli, Tere y Anisi en Sol.

Acercándome a la media maratón, hago balance: me siento muy bien. He ido a buen ritmo. Las rodillas me están respetando. No estoy teniendo problemas de rozaduras. Estoy bebiendo en cada avituallamiento, como me habían dicho. En el km 10 me tomé el primer gel y creo que empeoró mi tripa. Si no fuese por la tripa, todo lo demás está saliendo bien. Llegamos a la Media Maratón, en Ferraz. La he hecho en 01:40.

El dolor de tripa se hace más intenso que nunca y busco con urgencia cualquier cafetería. Finalmente, me meto en una. Voy al baño, después le pido una botella de agua, le doy un par de sorbos y la dejo ahí. Unos clientes caen en la cuenta de que estoy corriendo la Maratón, se ríen, y me dan ánimos para seguir. Compruebo horrorizado que la tripa me sigue molestando, no me lo puedo creer. Ahora viene una bajada de varios kilómetros hasta llegar a la Avenida de Valladolid. La hago intentando recuperar el tiempo perdido, aunque sé que es irrecuperable y me da bastante rabia. Hago lo que puedo sin volverme loco, porque sé que voy a necesitar fuerzas en esta segunda mitad.

En la Avenida de Valladolid hacia Príncipe Pío noto por primera vez calor. Incluso se lo escucho a otros corredores. Es una calle en la que el sol pega mucho. Cuando me voy acercando a Príncipe Pío, empieza un murmullo. Toda la vida pasando por ahí, es mi parada de metro, y nunca se me hizo tan especial pasar como ahora. La gente invade la calle animando y dando gritos a los corredores. Y de repente, me gritan: ahí están, sin yo esperarlo, nuevamente, Oli, Tere y, aunque no la vea, también está Anisi. Son mis groupies particulares. Y si ya estaba sintiendo una felicidad inmensa por estar corriendo la Maratón por Príncipe Pío, pues ahora aún más con este nuevo empuje.

Viene la parte de la Casa de Campo. He leído en muchos sitios que son unos kilómetros complicados. Desaparece el público que sí que hay por las calles y se hace más solitario, en un momento de la carrera en el que empiezan a asomar las primeras dudas. El comienzo es por el lago, yo he entrenado muchas veces por ahí y me siento como en casa. Después ya vamos por un recorrido que no conozco y sí que empiezo a tener mis primeros momentos de debilidad. Nada serio, pero es un aviso en toda regla. Km 28.

Me sorprende que sí que hay público animando. Mucha gente que va a montar en bici se para a animarnos. No contaba con ello y me hace sentirme muy bien y recuperar algo de fuerzas. Dos amigos me dijeron que quizá estaban por la Casa de Campo con la bici para verme, aunque no me lo aseguraron. Los 4 kilómetros que dura el recorrido por el pulmón de Madrid me los paso buscándolos con la mirada, en los giros voy especialmente atento. Nada. Sé que al salir de la Casa de Campo hay una cuesta muy dura pero corta. Al llegar a ella, pienso que igual se han colocado ahí. Tampoco. Son cosas que también pueden pasar. Aunque supone un bajón, pienso que hay que seguir, que estoy corriendo la primera maratón de mi vida y nada puede desanimarme.

Aquí en segundo plano subiendo esa cuesta, creo.

Queda nada para vivir un momento muy feliz. Voy a ver a mi madre en dos puntos, uno al pasar por el Puente de Segovia, y otro a la altura de Virgen del Puerto con la Calle Segovia. La veo por primera vez y os puedo asegurar que me da muchísima fuerza para seguir. Sigo adelante con una sonrisa de par en par y ni siquiera me doy cuenta de que mis groupies Oli, Tere y Anisi están otra vez ahí gritándome. Me enteré después.

Pasamos por la Ermita del Santo. Kilómetro 31-32. Acabo de empezar a sufrir. Y ya no pararé de hacerlo hasta terminar. Pienso lo lejos que estoy del Retiro (la meta). Son diez kilómetros. Los he hecho muchas veces. Pero se me van a hacer tan largos. Es el primer momento en el que me detengo del todo. Una parada de diez, veinte segundos, para recuperar un poco. Sigo, y paso al lado del Calderón. Puente de San Isidro, y aquí toca tomarse el único plátano que había planeado tomarme durante la carrera. Con el dolor de estómago pienso que cualquier cosa puede ser una bomba de relojería, pero aún así me lo tomo porque creo firmemente que me puede beneficiar más que perjudicar. Paro a comerlo, creo que ni me lo acabo.

Entramos en una de las partes que más ilusión me hacía del recorrido: mi barrio de toda la vida. Las calles que me han visto crecer y que me han acompañado siempre me ven ahora correr la Maratón. Veo a un chico que iba dos cursos por debajo de mí, con el que pocas veces me saludo al vernos, pero en este momento le pego un grito "¡Javi!", se gira, me busca, se sorprende al verme y me grita "¡Vamos máquina!" con entusiasmo. Cosas que creo que sólo pueden ocurrir en un momento así. Metros más adelante reconozco a un vecino de mi portal de toda la vida, no recuerdo su nombre y le grito con fuerza "¡Hasta luego!" al reconocerme, veo su cara de sorpresa y me manda un grito de vuelta dándome ánimos. Momentos únicos que sabía que podía vivir al pasar por mi barrio.

Y ahora toca ver a mis padres al subir la Calle Segovia. Me hace mucha ilusión y me hace coger fuerzas. Cuando les conté que por fin quería correr la maratón después de varios amagos en sucesivos años, dudé de que les fuese a gustar. Pensaba que podían tener miedo de que me pasase algo y que no les gustase la idea. Qué equivocado estaba. Como con tantas cosas en la vida, me apoyaron, como lo han hecho siempre con mi hermana y conmigo cuando han visto que algo nos hacía especial ilusión. Y ese apoyo es fundamental para perseguir ciertas metas, os lo puedo asegurar.

El hecho de que estén ahí a la vuelta de la esquina esperando para animarme demuestra todo esto que estoy diciendo. Y por fin les veo. Me paro, porque mi madre tenía como misión traerme isotónica y un gel para el último esfuerzo. Aprovecho para beber, mi padre se ríe, yo me río y les digo que "esto es durillo". Les doy dos besos y sigo. Ahora viene la peor parte. Soy consciente.

Riéndome con mis padres en la Calle Segovia.

De aquí, km 33, hasta el 40, es todo subida prácticamente. Empezamos por el Paseo Imperial y Acacias hacia Atocha. Estos últimos kilómetros están totalmente abarrotados de gente. Yo ya empiezo a sufrir, esta vez de verdad. Sé que estamos yendo hacia Atocha, pero apenas puedo fijarme bien en las calles y en el recorrido. Sólo escucho los gritos de la gente y apenas les miro. Mi cabeza ya sólo piensa en seguir adelante de la forma que sea. Me concentro en el esfuerzo.

Decido parar a tomarme el gel. Tenía dudas, por el maldito estómago, pero con lo flojo que voy, creo que no me puedo permitir prescindir de él. Lo abro, lo bebo un poco y lo tiro, no quiero tomármelo entero. Atocha no llega nunca y mi cabeza se empieza a llenar de improperios hacia todo. Recordarlo me hace gracia, porque cuando uno empieza a ir jodido en la maratón se le empieza a poner cierta mala leche que no desaparece, al menos en mi caso fue así. Se puede definir como hastío, ver que esto jamás se acaba.

Por fin aparece Atocha. Estoy destrozado. Es el km 37. 5kms para el gran momento. Saco fuerzas no sé muy bien de dónde, sinceramente. No sé cómo lo voy a hacer para aguantar corriendo 5 kms más, pero sí sé que lo voy a hacer. Avanzamos hacia Neptuno. Impresiona el ambiente de toda la gente que hay dando ánimos. No sé si ellos podrán darse cuenta algún día de la fuerza que dan a los corredores. Que quizá son la única gasolina que en ese momento tan duro tienen los participantes. Más que cualquier gel o trago de agua, son ellos el impulso que te ayuda a no desfallecer.

Llegamos a Cibeles, subiendo Recoletos, por dónde empezábamos a correr hacía tres horas y pico. Qué diferencia entre ese momento y el de ahora. Con la sensación de que me iba a comer a la maratón, y ahora pidiéndole clemencia para que no me coma a mí. Noto que voy a peor. Si en algún momento había tenido una ilusión de volver a crecerme en algún punto de aquí a al final, ya abandono toda esperanza. Voy de capa caída y doy por hecho que el sufrimiento va a ir a más aún.

De repente, aparece nuevamente Marlix, que se ha movido de Santa Engracia hasta aquí para dar ánimos en momentos muy delicados a los "Androllos" de los domingos. No contaba con su presencia aquí y aunque hasta sonreír me cuesta, lo hago y a duras penas le choco la mano. Después me diría que me vio pálido. No me extraña.

Creo que empiezo a no tener color...

Y paso el km39. Ahora tiene que aparecer Álvaro en algún momento. Y aparece. Lo hace cuando empieza la subida hacia Goya, me acompaña unos metros y le digo literalmente "no puedo más, tú". Me grita y me dice "¡¡3 kilómetros Guille joder, 3 kilómetros!! ¡¡Venga!!" y me dice una cosa al final que me hace reír muchísimo y que me voy a guardar. Finalmente, le dejo atrás y sigo la subida riéndome a pesar de estar "muriéndome". El maldito Álvaro es capaz de hacerte reír en cualquier situación. Y qué bien me ha venido en un momento así, aunque sólo sea por haber podido distraer mi atención del dolor y el sufrimiento.

La subida por Velázquez supone el momento más delicado, sin ninguna duda, de toda la carrera. Hablamos de lo que va del km 39 al 40. Encima, como la cabeza ya no me funciona bien, llevaba desde el 37 o así pensando que esto se acababa en el 41. Cuando dejo a Álvaro atrás, pienso en lo que me ha dicho de que me quedan 3kms y me doy cuenta de que esto acaba en el 42,195 no en el 41,195. Me cae como una losa sobre mi ánimo. Me pregunto cómo me puede ocurrir semejante despiste en el gran día.

Sigo subiendo Velázquez, voy al límite. Mucha gente me ha preguntado si en algún momento durante la carrera piensas en retirarte. La respuesta que le di a Pepe fue la siguiente "no me creo que no haya nadie que piense, al menos en algún momento, en retirarse". Es una prueba muy exigente, llegas a los últimos kilómetros muy fundido y encima son cuesta arriba. Lo humano es que se te pase la idea de la retirada por la cabeza. Eso es lo normal. Y que se te pase por la cabeza, una, dos y tres veces.

Cuando eso ocurre, cada cual es libre de hacer lo que quiere. Aquí no hay héroes que valgan. El querer serlo puede salir caro. En mi caso, tengo clarísimo que voy a seguir. Estoy a dos kilómetros y medio de cumplir mi sueño. Sé que lo voy a hacer, y es ese convencimiento el que me hace seguir. Paro en Velázquez. Sé lo peligroso que es pararse en este momento, pero lo necesito. Mis piernas son las de un robot y al volver a ponerlas en movimiento para seguir la cuesta arriba, les cuesta responder. Me digo que no más parones, que otro más y puedo quedarme ahí. Así que sigo y sé que ya no pararé hasta la meta.

Se acabó el infierno de Velázquez y llegamos a Ortega y Gasset. Ya no hay más subida, pero voy tan fundido que sea llano o bajada ya me da igual. Corro por inercia, sin pensar, ni sentir. Cuando pienso sólo es en que ya estoy a punto, que cada paso es una conquista más, que no queda nada, que aunque me duela todo, estoy a punto de lograrlo. Es la ilusión de llegar a meta el motor que me hace seguir. El saber que aquí no se arroja la toalla. Una cosa es una lesión que te deje fuera. Ahí no te queda otra que aceptarlo y punto. Pero lo que estoy viviendo subiendo Velázquez, y lo que llevo viviendo desde el km35, creo que es algo que debes aceptar cuando corres la Maratón. No sufrir en 42,195 kms es imposible. Lo hace desde el primero hasta el último de los participantes. Y este sufrimiento es al que hay que vencer, es contra el que hay sacar fuerzas.

Pasamos por la Plaza del Marqués de Salamanca. Y tiene lugar una aparición estelar. Mi tío Félix aparece de repente corriendo a mi lado dándome gritos de ánimo y diciéndome que esto ya está. En principio no iba a poder venir, y como deportista, sabe lo mal que sienta que te digan que irán a verte y luego no aparezcan. Así que prefirió no asegurármelo. Apenas tengo voz para decirle nada. Cualquier cosa me cuesta un mundo. Félix ha estado estos meses casi haciéndome de entrenador, preguntándome en todo momento. Verle justo cuando casi estoy terminando me parece muy emocionante. Cuando hablé con él después me dijo que me vio "jodidillo" pero que desde que estaba esperándome ahí, vio de todo, y a gente que iba mucho peor que yo. También me dijo lo de que iba un poco pálido.

Empezamos la bajada por Príncipe de Vergara. Esto es una pasada. Está toda la calle llena de gente a uno y otro lado. Todas las aceras están a rebosar de gente. Gritos por todos lados. Niños y niñas con carteles para sus padres. Aunque voy muy mal, le choco la mano a un niño que tiene la mano puesta. Ya no queda nada. De repente, un grito se eleva por encima de los demás "¡¡Vamos Guilleeeeeeee!!" Me giro y ahí está mi hermana. Creo que la grito "¡¡Olguiiiiiiiiii!!" porque aunque vaya medio muerto, me hace una ilusión loca verla justo en este momento. No contaba con verla, como a mi tío, por lo que el subidón es doble. Es un pequeño empujón que me hace alcanzar la puerta de entrada al Retiro con una sonrisa enorme a pesar del sufrimiento.

Entro al Retiro. Había leído que estos últimos metros por el Paseo Duque de Fernán Núñez son muy emocionantes. Que son muy bonitos porque ya divisas la meta y la gente te anima a un lado y a otro. Que se te olvidaban los dolores. No me ocurre nada de eso. Sólo pienso en acabar cuánto antes esta tortura. No puedo emocionarme. Mi único pensamiento es: "sigue, sigue, sigue, ya se acaba, ya se acaba".  A punto de pasar por meta el último grito de aliento que lleva mi nombre antes de terminar. Un "¡¡Vamos Guilleeeeeee!!" de mi novia que creo que debe escucharse en todo el Parque del Retiro y alrededores. Me giro y saludo como puedo levantando el brazo.


Con mi hermana al acabar :-))

Y cruzo. Acabo de cruzar la línea de meta de mi primera maratón. Nada me gustaría más que poder escribir que es un momento único, que sentí muchas cosas y que me puse a llorar o algo parecido. No. En mi caso cruzar la meta significa una inmediata sensación de alivio como no había sentido nunca. Se acabó el sufrimiento. "Ya está, joder, ya está", pienso. Y ese es mi único pensamiento casi: "Ya está". Lo he pasado realmente mal en los últimos cinco kilómetros y estaba deseando que este momento llegase. Ya no tengo que correr más. No me creo que se haya acabado.

A punto de la llegada y mi cara creo que lo dice todo.

La he terminado en 3 horas, 34 minutos, 15 segundos. La idea era hacerla en 3h 15 o por ahí. Pero a mitad de carrera ya me di cuenta de que lo importante era terminarla. Otra lección de la maratón. Pienso en el parón del baño en Ferraz y en los parones de los primeros kilómetros para hacer pis. Podría haber bajado de las 3horas 30, pero ya me da igual. Estoy más que satisfecho. Y en los días siguientes, mucha gente me dice que para ser mi primera maratón, y encima en Madrid, con un circuito difícil de subidas y bajadas, supone una muy buena marca.

Empiezo a encontrarme mareado. Me entran unas ganas inmensas de vomitar y me voy hacia una valla, dónde no hay nadie, y vomito. Ando y vuelvo a vomitar. Creo que ya está. Vaya forma de terminar mi primera maratón. Luego al contarlo me río y mis amigos se ríen. Ya me siento mejor y voy a recoger mi bolsa con bebidas y, sobre todo, voy a buscar mi medalla.

Creo que el dolor y la intensidad del esfuerzo realizado no me permite pensar. Estoy como si acabase de correr una carrera cualquiera. Como si no hubiese pasado nada extraordinario y joder, claro que acaba de ocurrir algo extraordinario. Pero aún estoy recuperándome física y mentalmente. Me preocupa como me voy a encontrar ahora con Oli, Tere y Anisi porque las dejé en la meta y yo he tenido que seguir andando mucho para recoger mi medalla. 

Al final las veo de casualidad, me doy un abrazo muy especial con mi novia, sobran las palabras porque los dos sabemos el significado que tiene ese momento. Después, otro abrazo con Tere y con Anisi. Vamos hacia la entrada de El Retiro, dónde nos espera mi hermana para irnos de cañas. Apenas puedo mover las piernas y se ríen de mí, lo que es totalmente lógico. Me pongo muy contento al ver a mi hermana y también la doy un abrazo. Momento de fotos y nos vamos a celebrarlo.

Ellas dicen que les ha gustado la experiencia, que les ha parecido muy emocionante todo el público que hay animando y que les gustaría repetir el año que viene. Y yo también quiero repetir, lo tengo claro. Ha pasado una semana y ya estoy deseando volver a estar corriendo por las calles de Madrid. A pesar del sufrimiento, quiero volver a estar ahí.


Quizá no resulte muy comprensible que diga que la quiera volver a correr teniendo en cuenta lo que sufrí los últimos kilómetros. Sin embargo, una de las cosas que aprendí es la siguiente: No. No se disfruta en absoluto. Pero al recordarlo, te emocionas, créeme.

Con mi Oli, mi hermana, Tere y Anisi, celebrando.

Y aquí, el vídeo de mi llegada. Alrededor del segundo 30, con camiseta oficial naranja de la carrera y cara de sufrimiento.