sábado, 28 de enero de 2017

Baile de asientos en el AVE

"Tren AVE Barcelona Madrid"


El día de San Esteban, en Cataluña, ocurren cosas extrañas. La prueba es lo que me ocurrió esta última festividad, el 26 de diciembre pasado, cuando me disponía a emprender el viaje de vuelta en AVE a Madrid desde la estación de Sants en Barcelona, tras haber pasado unos días allí con mi novia y su familia.

Aparentemente, todo estaba en orden. Había llegado con tiempo. Había localizado mi asiento y había realizado ya mi habitual despliegue de artilugios, el mismo que hago en mi casa cuando me siento en el sofá, que van desde una radio con casquitos a un libro, más algún cuaderno en blanco con un boli bic azul. Siempre quiero tener una serie de elementos imprescindibles conmigo por si los necesito.

Quedaba poco para la salida del tren. Raras veces sale tarde un AVE. Estando ya cómodo y listo, comenzó un sainete para el que nadie me había preparado. Bueno, de hecho, el mencionado sainete había comenzado ya al encontrar mi asiento. Al llegar a mi sitio, el mío y el de al lado estaban ocupados por una pareja china. Mediante gestos, no demasiado sofisticados, nos entendimos. Sonrieron, como suelen hacer ellos, y se fueron a otros dos asientos justo al otro lado del pasillo. No se me ocurrió pensar que aquello era una señal de lo que estaba por venir.

Mi asiento de al lado permanecía vacío, por lo que aún no sabía si estaría acompañado o no. Finalmente, observé venir a un chico que no tendría más de veinte años andando arrastrando su maleta por el pasillo. Al llegar a su destino, empezó a mirarme a mí, empezó a mirar a los que iban delante de mí, miró a los de detrás, miró a los de más allá, y también miró a los chinos, que se vieron venir que les iban a volver a dar boleta. 

Finalmente, con un tono de voz ciertamente divertido, habló: "Hay alguien aquí que no va en su asiento", que fue una forma muy sutil, muy de Gila (ese "alguien ha matado a alguien" mítico) de anunciar que había alguien ahí que no estaba haciendo bien las cosas. Alguien que había permanecido callado hasta ese mismo momento. Pero ya no podía seguir escondiéndose por más tiempo.

Finalmente, la pareja de más allá, más o menos situada en diagonal a donde estaba yo, anunció que eran ellos los causantes de semejante desajuste. En concreto, era la chica la que nos informó a todos de que se había cambiado para estar con su chico. El damnificado reaccionó bien. Una vez descubierto el culpable, no le importó sentarse a mi lado. Podía haberlo hecho desde un primer momento, pero supongo que necesitaba entender qué era lo que allí se estaba tramando antes de tomar ninguna decisión en firme. Yo hubiera hecho exactamente lo mismo.

La pareja de delante también se metió en la conversación. Se formó un batiburrillo en el que yo escuchaba y no lograba entender absolutamente nada de lo que estaban diciendo. La cosa es que no quise ser menos, y me uní. Me puse a disposición de cualquier pareja que estuviese separada por si necesitaban cambiar para ir juntos. En realidad, no hacía ninguna falta el ofrecimiento, porque estaba todo más que arreglado. Fue un ofrecimiento sin el menor sentido. Pero hubo una respuesta inesperada. El chico de la pareja de delante me comunicó que, textualmente, "si ésta se pone pesada, te lo cambio", a lo cual respondí con una risa más o menos natural pero que era muy falsa y diciéndole que ahí estaba, para lo que necesitase.

Todo estaba ya en calma, al parecer. Pero de seis filas más adelante, surgió una voz masculina, en forma de cabeza asomándose por el pasillo, contándonos lo que él definió como su "problemática". El caso es que, según este pasajero, último invitado del gran sainete, había conocido a una "titi", palabra textual, en la cola para entrar al tren, y aseguraba que, debido a su "arte para la palabrería barata, pues siempre he sido un canalla de las letras", la tenía ya en el bote. Yo estaba perplejo. Aseguraba que la chica le había prometido que si conseguía que alguien de su vagón se cambiase, no tendría inconveniente alguno en hacer el viaje a su lado. 

El tío lo logró. Un incauto accedió y se fue donde la chica, que vino e hizo todo el trayecto con el menda. Tuvieron que sentarse en dos asientos que estaban ocupados, cambiándole a otra pareja los suyos. Ya no había forma humana de saber quién iba sentado en dónde. Los chinos no se volvieron a cambiar de asiento, pero creo que tenían la permanente sensación de que en cualquier momento les iban a dar boleta, por lo que no llegaron a disfrutar plenamente del viaje en AVE.


Recuerdo perfectamente la aterradora sensación que tuve durante todo el trayecto. Pensaba que vendría el revisor a pedirnos los billetes a todas las personas que estábamos en el vagón. Me daba la sensación de ser el único que iba en su asiento correcto. Y que, precisamente por ser esa excepción, sería yo el culpable de algo, y no sabía definir de qué exactamente. Pero me daba mucho miedo. Y no me abandonó desde Barcelona hasta que llegamos a Madrid.