jueves, 30 de abril de 2020

Diario del Confinamiento IX: Por Córdoba bien, gracias

Interior de la Mezquita de Córdoba, de David Roberts. (Museo del Prado)

La semana comienza con los del #todomal muy venidos arriba, y yo alterado. No quiero insistir sobre el tema, pero creo que los españoles somos demasiado autodestructivos. Me parece que hemos cumplido el confinamiento de manera ejemplar. Y que cuatro fotos repetidas en bucle han querido ser utilizadas para crear una realidad paralela que ha dado pie a una negatividad muy tóxica. Juanma Castaño dijo algo en la Cope que me gustó mucho. Cuando la gente se pregunta: "¿Pero y quién va a controlar que estoy una hora en la calle?" Dijo Castaño "pues tú, lo controlas tú. Tú eres ciudadano y debes controlarlo tú". Casi me pongo a aplaudir en la cama de noche pero no quería despertar a Oli. Ya cree que estoy loco y no quiero hacer cosas que puedan confirmarlo.

Con lo de las famosas fases de desescalada pensé en las relaciones entre las personas. También hay desescaladas en las relaciones entre las personas cuando se sufre una decepción con alguien. De repente, retrocedes todas las fases que habías ido superando. Una por una. Lo haces con cierto dolor aunque también satisfacción. A lo mejor, con suerte , no se retrocede hasta la fase cero, pero sabes que nunca volveréis a la cuatro.

El sábado Oli se queda dormida en el sofá después de comer, pero se queda dormida demasiado rápido para mi gusto. Quiero decir que me quedo confinado en el sofá. Porque creo que cuando alguien se duerme la siesta, cualquier mínima alteración de las condiciones ambientales puede hacer que se despierte. Procuro bajar el volumen de la tele. Por supuesto, me olvido de cambiar de canal o ponerme una serie, y me quedo viendo Mentiras del pasado hasta el final. Me recuerda a cuando nos dijeron que tenían que quedarnos en nuestras casas y te habías dejado cosas que hacer. Yo me había dejado lavar los dientes y cogerme la radio o una tablet para ver alguna serie.

El lunes pude meter las cosas en el carro tranquilo por fin en el Mercadona. Estaba en una caja que habilitaron especialmente para mí. Una vez hube pagado, la cajera se fue. Los días anteriores había sido eso una agonía porque ahora el siguiente no puede empezar a dejar las cosas en la cinta hasta que el otro ha pagado. Y claro, a mí esa situación me ponía muy nervioso. No funciono bajo presión, nunca he funcionado. Y saber que hasta que yo no terminase de meter la compra en mi carro el siguiente no podía empezar a dejar su compra en la cinta me superaba. Cuando eres un sinsangre te pasan cosas así. Mi duda es si los del Mercadona habilitaron la caja solo para mí porque ya me han fichado.

Acabé la serie de Netflix Los asesinatos del Valhalla y me encantó. Sólo tiene una temporada y está genial. Además, ese ambiente nórdico me gusta mucho, con esos paisajes islandeses nevados y esa luz tan especial. Estoy a punto de acabar El Espía, de seis episodios, que cuenta la historia real de un espía israelí que se infiltró en Siria en los años 60. El creador es Gideon Raff, que es el mismo que hizo la serie original israelí en la que luego se basó Homeland. Estoy viendo también la octava de Homeland y es una de las mejores de toda la serie. Y veo que hay ya tercera temporada de Fauda, una serie israelí sobre una unidad antiterrorista del MOSAD, el servicio secreto de Israel. Crímenes y espías, mis series.

Évole entrevista a la filósofa Adela Cortina. Le pregunta el clásico "¿saldrá un mundo mejor o peor de esto?". Me encantó la respuesta seria de Cortina sin caer en sentimentalismos. Vino a decir que ni lo uno ni lo otro y que ella consideraba tanto al optimismo como al pesimismo como dos estados fugaces. Y lo remató diciendo que ella siempre prefiere hablar de esperanza, pero que ésta hay que construirla. Me gustó porque no cayó en el fácil "saldremos mejores" y cosas así que tanto se escuchan.

Como tanta gente, me he enganchado al #MerlosPlace, la historia del vídeo de Alfonso Merlos en una videoconferencia con Javier Negre y una chica que no era su pareja semidesnuda paseándose por su casa. El sábado por la noche en Twitter no se hablaba de otra cosa que del Deluxe. Lo que más gracia me hacía es que hablaban de ello hasta periodistas que siempre están hablando de política y temas muy trascendentales. Me gustó porque no todo tiene que ser siempre serio, hay que saber reírse. Y Marta López, la que era pareja de Merlos, dejó una frase que me pareció digna de una novela de Eduardo Mendoza: "ya que me pones los cuernos, pónmelos como un señor". Jorge Javier se está luciendo esta semana. Su frase "este programa es de rojos y maricones" es historia de la televisión. A propósito de Jorge Javier, os recomiendo a todos este artículo que escribió Ángeles Caballero en El Confidencial.

Sale un chico en el informativo de Tele5 y al ser preguntado por la posibilidad de que abran las terrazas pronto si todo va bien dice, textual: "sueño con la caña. Tengo la caña en mi mente todo el día". Y pienso que no lo ha podido expresar mejor y que me representa. A mí y a muchos otros que estamos deseando tomarnos una cerveza al sol en cuanto se pueda.

Booking me pregunta que qué tal mi estancia en el Hotel Riviera de Córdoba. Ni me había acordado de que el fin de semana pasado Oli y yo nos íbamos a Córdoba. Me dan ganas de responder que "bien, gracias". El mensajito de Booking me recuerda a cuando mi abuela Loli me preguntó muy emocionada que qué tal, que qué tal, que qué tal con la chica esa con la que estás hablando tanto, que ya me han dicho, y yo no sabía cómo decirle que la chica esa me había dado calabazas hacía pocos días. Me dio por imaginar una aplicación de móvil que te fuese preguntando qué tal, eh, cuéntame, con cada experiencia fallida de tu vida: el trabajo que te entusiasmaba y no conseguiste o los amores que no fueron.

jueves, 23 de abril de 2020

Diario del confinamiento VIII: Woody Allen y los gintonics de Esperanza Aguirre


Mi sofá es el Rastro en este confinamiento


En el Supersol hay una señora que va hablando por teléfono y al que sea con el que esté hablando le dice que ella de lo que tiene ganas es de ir y pegarle un garrotazo a alguien. Tal cual. La escucho y la miro atento. Se me pasa por la cabeza decirle que si puedo ir con ella a pegar garrotazos al que sea porque también tengo ganas. Sobre todo si ese alguien ha dicho algo como "éramos felices y no lo sabíamos".

Mi lado del sofá se parece cada día más al Rastro. En él, puedes encontrar desde una pelota de béisbol que me trajo mi hermana de Estados Unidos a una armónica, y muchas libretas también, claro. Tengo ahí todo lo que pueda necesitar. Es lo que mi madre ha llamado siempre "el despliegue" porque cuando vivía en casa de mis padres y decidía pasar una tarde en el sofá del salón iba ahí con todas mis cosas: el libro, la radio, etc.

Leo en unas instrucciones la típica frase de poner a "fuego moderado". Y me da por pensar que qué entiende el que escribe eso por "moderado". Hay gente que te dice que es moderada y de repente un día tomando una copa de noche van y te dicen que el capitalismo es la muerte.

Decía Bukowski que lo malo del alcohol es que se bebe para celebrar, se bebe para olvidar y se bebe para provocar que pasen cosas cuando no pasa nada. Siguiendo esta lógica en tiempos del confinamiento, la cosa puede acabar muy mal, porque beberemos para celebrar cuando nos dejen salir, bebemos mientras para olvidar que no podemos salir, y como no pasa nada encerrados en casa, bebemos con la esperanza de que pase algo, aunque no sepamos muy bien el qué.

La otra tarde tenía mucho sueño pero no me quería dormir. Me apetecía leer, ver alguna peli o serie, lo que fuese, me apetecía estar activo. Pero se me cerraban los ojos. Y me puse a pensar en qué hará la gente cuando tiene sueño pero no quiere dormir. Me gustaría poder salir a la calle y preguntárselo a todo el que me encuentre pero hay cosas que no se pueden hacer así por así porque enseguida a la gente le da por pensar que estás loco de remate. Pero a mí me obsesionan los detalles cotidianos de la vida de las personas y podría pasarme la vida haciendo este tipo de preguntas a todo el mundo.

Hablando de la vida cotidiana, el otro día en una videollamada con mi hermana, su amiga Deya, mi amigo Luis y una amiga de Barcelona, María, lo primero que me preguntaron fue: "¿has puesto cara de odio al ver la llamada? Es que sabemos que eres muy de horarios". Me conocen muy bien, no sé si decir demasiado porque "demasiado" tiene connotación negativa y a mí saberlo todo de alguien nunca me ha parecido algo malo. Y como me conocen tanto sabían que a esa hora yo ya podía pasar de videollamadas porque estaría o cenando o viendo alguna serie. Pero resulta que acepté la llamada y fue la mejor videollamada de todo el confinamiento. Me reí un montón. Nada como romper una rutina establecida para que ocurran cosas divertidas.

Hay cosas que me sacan de quicio, como que se me queme la pizza en el horno o que se me caigan los calcetines en el trayecto entre la lavadora y el tendedero. Creo que lo segundo me molesta incluso más porque es más real. Lo primero no me ocurre nunca, aunque yo siempre creo que el horno va a arder desde que en una nochevieja a mi madre se le incendió un poco el horno. Qué susto más grande, de verdad.

Escuché que iban a dar aprobado general. Lo primero que pensé fue lo bien que me hubiera venido a mí en alguna época de mi vida. Siempre se me atravesaron las matemáticas. Tenía siempre un profesor particular. Tuve unos cuantos, entre ellos el que tiempo después se convertiría en mi tío, Purdi. Se iban sucediendo. Y a mí me daba mucha pena a veces. Porque los cogía cariño y después se tenían que ir. Coger cariño a la gente es un rollo de mucho cuidado.

Oli suele ser la última en meterse en la cama y apaga la luz, claro. Y a veces hace una cosa que no me gusta nada. Apaga la luz y se queda ahí quieta en la oscuridad durante unos segundos. Y yo me muero de miedo porque no sé dónde está ni lo que va a hacer. Una vez en una casa rural, compartía habitación con mi amigo Luis. Antes de dormirme le dije que me daba miedo que me atacase durante la noche porque le viniese algo raro a la cabeza. Y cuando vivía en casa de mis padres, me daba miedo que mi hermana viniese a mi habitación por la noche y solía poner la portería que tenía como barrera detrás de la puerta. A veces no me siento a salvo con nadie porque creo que cualquiera puede convertirse en un psicópata. Pero es que yo estas cosas las pienso en serio.

Vi una charla de varios políticos, algunos de ellos actual y espero que temporalmente retirado, hablando de música, libros, series y películas. Eran Eduardo Madina, Borja Sémper, Andrea Levy, Íñigo Errejón y Gabriel Rufián. La conversación la organizó El País y está en Youtube. Y es un gusto escucharles. No conocía a más de la mitad de los artistas que mencionaban pero verles hablar y reírse me hizo sentirme bien. Porque pensé que la cultura une lo que parece que es imposible unir.

En esa charla, Madina decía que estos días de confinamiento estaba recurriendo a sus "certezas musicales". Me gustó la expresión. Mis certezas musicales serían Bruce y música de los 80 en general. Aunque estos días estoy escuchando cosas nuevas. Y así descubrí una canción de La Bien Querida que se me atravesó. Me gusta mucho ese momento en el que descubres una canción y se te atraviesa. Es la canción "¿Qué?" en la que habla de algo que creo que todos hemos vivido en el amor. Hay una frase del estribillo en la que dice: "Lo que me pasa contigo es que no distingo entre lo que es real y lo que me he inventado yo". 

Me estoy poniendo al día con Woody Allen. Ya había visto alguna, pero sus clásicos no. He visto Manhattan, Annie Hall, Desmontando a Harry. También Cafe Society. He visto Annie Hall a mis 35 años y me siento culpable. Porque además, me gustó mucho. Me hizo reír y es una comedia romántica muy realista. Cuando me siento mal por descubrir cosas así tan tarde, siempre pienso en Esperanza Aguirre. Aguirre le dijo una vez a Jordi Évole que se tomó su primer gintonic a los sesenta años, y que le gustó. Así que siempre se pueden descubrir cosas aunque sean tarde, ya sea Woody Allen o sean los gintonics. Aunque a mí estas cosas a veces me dan pena, porque es como cuando conoces a alguien y te llevas tan bien con él que te hubiera gustado que fuese tu amigo desde hace muchos años. A mí eso siempre me suele poner muy triste.

jueves, 16 de abril de 2020

Diario del confinamiento VII: dile al despertador que no mienta


La Gran Vía de Madrid triste sin nadie por el coronavirus


Fui al médico para mi habitual revisión con el endocrino. Cogí feliz un taxi. Y le pedí ir por la Gran Vía. Me miró como diciéndome que por ahí sería más caro. Y le dije que me daba igual. Me moría de ganas de ver la Gran Vía, en serio. Y allá que fuimos. Fue impresionante, de verdad. Ya no solo la Gran Vía en sí, sino todo. Desde hace un mes tenía la sensación de estar encerrado en una isla y me preguntaba cómo estarían en las otras islas de alrededor. Y de repente ves que en el resto de islas están todos igual. Todo vacío. Y de alguna manera, te reconforta ser consciente de que formas parte de un sacrificio común. Al volver, me cojo otro taxi y la taxista me dice que me llevará por el centro sin yo decir nada. Por dentro sí que la contesto: "hágame el favor".
  
Oli me confiesa que las copas que tenemos son robadas. Y además, utiliza el clásico "yo creo que te lo conté" que todos utilizamos cuando confesamos un crimen de este tipo. A mí no me suena de nada. Lo peor de todo es que en todos estos años en los que llevamos poniendo un gintonic en casa en estas copas nunca me había planteado su origen. Si me hubiesen preguntado hubiera respondido "no te sabría decir", que es una frase muy mía. A veces entiendo a Ana Mato.

Echo mucho de menos ir a un bar, pedir un café templado y que me lo pongan ardiendo. Echo de menos que una persona que va sentada en ventana de autobús me deje sentarme en el asiento del pasillo para después bajarse en la siguiente parada y obligarme a levantarme. Echo de menos ir al Proyecciones y quejarme con Oli de que han cambiado las palomitas y ahora tienen demasiada mantequilla. Quiero decir que echo de menos esas pequeñas cosas que me sacan de quicio y que ni loco se me ocurriría que pudiera llegar a echarlas de menos en la vida.

Oli me dice a veces estos  días "contenta me tienes". Yo creo que es porque soy muy payaso y la hago reír mucho. Pero igual me lo dice de forma irónica y está a punto de tirarse por la ventana. No sé, uno nunca sabe si le dicen las cosas en un sentido o en otro. Esas cosas son un verdadero lío.

La otra noche Oli recibió una notificación en el móvil. Su padre, que es también mi suegro porque nos casamos y todo eso, se ha hecho Snapchat. Y yo no sé si estoy preparado para empezar a recibir fotos de mi suegro con un conejo en la cabeza, por poner un ejemplo de las muchas posibilidades que ofrece esta red social. De la posibilidad de que se haga Tik Tok prefiero no hablar.

Me acuerdo de personas que ya no están, pero no de una manera triste ni nada de eso. Por ejemplo, de mi abuela Loli. Para que os hagáis una idea, Loli era como el personaje de Mariví Bilbao en Aquí no hay quién viva. Y con mi padre nos reímos porque creemos que a ella nadie podría convencerla de quedarse en casa, y pobre del policía que tuviese que decirla que no se puede andar por la calle. Y me acuerdo de la Lala, mi bisabuela, a la que pude disfrutar gran parte de mi infancia. Se pasaba el día haciendo ejercicio en casa la tía, era algo impresionante. Teníais que verla. Y pienso que ella ahora podría ser youtuber enseñándonos a todos ejercicios para hacer en casa, ya os lo digo.

Suena el despertador el lunes por la mañana y Oli grita que eso es mentira, es lo primero que dice ese día. A mí me parece sencillamente maravilloso, una obra maestra. Creo que todas las personas todos los lunes le gritaríamos al despertador: "¡Eso es mentira!" Me parece un descubrimiento eso de decirle a la realidad que no mienta.

Salgo a comprar y me encuentro a varios reputados epidemiólogos del barrio en el que vivo paseando a sus perros. Cada español lleva un epidemiólogo dentro es el nuevo cada español lleva un seleccionador dentro ahora que no tendremos Selección en mucho tiempo. 

Estamos viendo la tercera temporada de The Crown. Es una serie lenta, pero lo que más me gusta es la cantidad de cosas que aprendes con ella. En el último capítulo que hemos visto, la reina está inquieta y algo triste porque su hermana ha triunfado en una visita a los Estados Unidos. Su marido habla con ella y le dice que su hermana es una persona deslumbrante. La Reina le contesta diciéndole que estaría bien ser deslumbrante a veces. Yo me identifico con ella porque me considero una persona bastante anodina, un "sin sangre" que diría mi padre, y a veces también pienso que estaría bien ser deslumbrante alguna vez en la vida.

He recuperado una vieja afición, el ajedrez. El problema que tengo con el ajedrez, me doy cuenta, es que juego como me muevo por la vida, lo que yo llamo "a ver qué pasa". Muevo un peón al tuntún y voy viendo qué va ocurriendo. Quiero decir que para qué voy a planificar una gran operación de jaque mate si seguramente luego acabe sucediendo una calamidad. Soy incapaz de pensar a largo plazo. Me planteo metas realistas y cercanas, si aparece un peón al que pueda matar, voy y lo mato. Y de repente  van y me comen la reina. A veces pasa. Hay gente a la que las cosas les salen siempre bien y nunca les comen la reina, qué tíos.

Hemos empezado a tirar de Friends, uno de esos recursos que nunca fallan. Y el otro día va Netflix y me pregunta si todavía estoy viendo Friends y me da dos opciones: sí, seguir viendo, o salir. La pregunta me resulta molesta. Y me da por pensar que ojalá la vida te sacase esta pregunta en una pantalla en determinadas ocasiones: "¿Todavía piensas en esa persona? Salir". "¿Todavía no has perdonado? Salir." Incluso pienso que no estaría mal que esta pregunta le saliese a determinados dirigentes: "¿Todavía no crees en el cambio climático? Salir." "¿Todavía recelas del feminismo? Salir." Sería todo más sencillo si la vida nos sacase esa pantalla de vez en cuando y le pudiésemos dar a salir y ya.

Las ruedas de prensa telemáticas se han convertido en lo mejor de mis días. Son un espectáculo surrealista. Las veo por interés informativo, pero, y sobre todo, por el momento de las preguntas de los periodistas. El otro día a un periodista se le metió la hija en la habitación a contarle muy contenta que había hecho una M. Además, aparecen medios muy extraños de los que uno no tenía conocimiento: "y ahora es el turno de las preguntas para RadioEspejo Canario". RadioEspejo Canario, eso qué es. Estoy pensando seriamente en acreditarme cualquier día y decir que soy de Caballo y Sabueso. Que todas las noches sean noches de boda y que todas las ruedas de prensa sean ruedas de prensa telemáticas.

jueves, 9 de abril de 2020

Diario del confinamiento VI: reservar los placeres


En el confinamiento por el coronavirus se acentúan más las manías


Lo peor de todo es cuando llega el fin de semana. Reconozco que los sábados y los domingos lo paso peor que entre semana. Por mucho que el JEMAD, del cual me declaro fan, insista en que todos los días son lunes, a mí no me convence. Y los sábados y los domingos me cuesta no pensar que podría estar por ahí dando una vuelta, en el cine, en una exposición o tomando unas cervezas. Ya sabéis que me gusta hacer listas. También hago listas de planes. Y echo de menos hacer listas de planes, quizá más que los propios planes. Hacer planes da sentido a mi vida.

Oli teletrabaja mucho. Muchas parejas están viendo cómo es la persona con la que comparten vida en su trabajo. Y aunque muchas veces me pongo cascos y estoy escuchando música, otras veces sí que la escucho. Y veo que no para. Y no puedo evitar sentir cierto orgullo porque soy testigo de todo lo que hace. Vamos, que estoy a un paso de decirle como le diría mi abuela "hija, qué bonito tu trabajo, qué bien lo haces todo".

Se murió Aute y me dio mucha pena. Su canción Slowly es mi preferida. En casa de mis padres se escuchaba mucho a Aute y esa canción era la que más sonaba, sin duda. Es bonito tener estos recuerdos de las canciones que escuchaban tus padres y que después acaben convirtiéndose también en la banda sonora de la vida de uno.

Fernando Simón dio positivo en coronavirus. Tengo que decir que yo soy indie de Fernando Simón. Quiero decir que ya veía sus comparecencias diarias antes de que fuese mainstream. Es una persona tan sencilla que me transmite mucha humanidad. A pesar de eso, ha cometido errores, no debería haber problema en reconocerlo, como los ha cometido el Gobierno. Ahora bien, la crítica, tan necesaria, deja de ser crítica cuando se utiliza para tumbar un gobierno democrático en plena crisis.

Desde que todo esto empezó, el alcalde de Madrid, Almeida, ha estado a la altura. Me gusta absolutamente todo lo que dice y hace. Cada vez que le veo hablar me transmite seriedad, responsabilidad, solidaridad y esperanza. He sido muy crítico con él, pero en esta crisis me quito el sombrero con su actitud. Quizá se trate simplemente de tener sentido común. Feijoo, en Galicia, también demuestra tenerlo.

Fui al Mercadona el sábado. Con el azúcar en la cesta, me paré a preguntarle a un dependiente que dónde estaba el azúcar. No sé si se dio cuenta de que ya lo tenía. En todo caso, amablemente, me señaló hacia el último pasillo. Lo recorrí dos veces. Las dos veces muy despacio, fijándome muy bien, porque no lo encontraba. Al terminar el segundo paseo, miré la cesta y vi que ya lo tenía. Lo debía haber cogido hace un rato ya, y no me acordaba. Y resulta que fui a preguntarle al trabajador que dónde estaba el azúcar con el azúcar ya en la cesta. No sé, igual la vida es algo así, pasarte los días buscando el azúcar por todos lados mientras no te acuerdas de que ya lo tienes en la cesta desde hace tiempo.

El domingo me fui de fiesta. En casa, tranquilos. Resulta que me dio por cocinar unas patatas panaderas. Y para hacerlo más ameno, me puse música en los cascos. Y me abrí un botellín de Mahou. Empecé a pasármelo tan bien que no quería que eso se acabase. Mientras, Oli veía la tele en el salón. Nuestra casa es pequeña y tiene cocina americana. Es decir, que desde el sofá podía ver el fiestón que me había montado. Me lo estaba pasando tan bien que cuando metí las patatas en el horno me puse a fregar todo lo que había ido utilizando para ya tenerlo limpio. Y cuando se acabó, me puse a fregar platos limpios. Me iba abriendo más botellines. Creo que cayeron cinco. Me sentía como cuando son las tres de la mañana y estás dándolo todo, te quieres quedar hasta las seis y de repente te tienes que ir. Nadie en su sano juicio se quiere ir de una fiesta en la que se lo está pasando tan bien. Cuando ya salen las patatas del horno, el aleatorio de Spotify tiene el capricho de que suene la Marcha Radetzky. Así que me quito los cascos y dejo que suene alta. Oli y yo nos ponemos a dar palmas y de repente ni estamos en abril, ni el confinamiento en Madrid ni nada de nada. Estamos en la mañana del 1 de enero en Viena. La música transporta en el tiempo y en el espacio.

Leire, una amiga nuestra de Bilbao, me cuenta que por circunstancias de la vida no está ahora mismo en Bilbao y que está pasando todo esto en un rancho en Wyoming. Suena muy loco, pero es real. Lo hablo con Oli y los dos estamos de acuerdo en que pagaríamos por estar en un rancho en Wyoming en estos momentos. En Los Angeles, en Chicago o en Nueva York no, pero, por favor, ¿un rancho en Wyoming? Dame el papel que lo firmo ya.

Esta semana toca el ciclo de Superman. En la primera, que es la mejor con diferencia, Superman hace girar el mundo cuando ve que Lois ha muerto. A mí me parece lo más romántico que he visto en el cine. Si el chico de Love Actually hubiese hecho girar el mundo por Keira, en vez de llevarle unos cartelitos mientras suena un villancico, se hubiese quedado con ella, estoy convencido. Keira lo merecía. Le digo a Oli que si le pasa algo alguna vez yo saldré a volar y haré girar el mundo para retroceder en el tiempo, como hace Superman. Me mira escéptica pero me dice que vale. Y yo me cargo todo el romanticismo asegurándole que lo haré, pero que mejor se ande con cuidado, que mucho mejor si no tenemos que llegar a esa situación límite.

Jordi Évole habla con el escritor Juan José Millás en su programa. Millás me gusta mucho. Y dice una cosa durante la entrevista que me hace recordar algo sobre mí. A mí me pasa que se me olvidan cosas sobre mí hasta que alguien o algo me las recuerda, no sé si os pasa a vosotros también. El caso es que cuando Évole le pregunta qué será lo primero que haga cuando todo esto termine Millás responde "quedarme en casa". Suelto una carcajada al escucharlo. Después explica que a él le ha gustado siempre reservar los placeres y que dedicará el primer día a paladear que el día siguiente saldrá de casa. Y es cuando recuerdo que a mí también me pasa eso. Salía un disco de un grupo que me gustaba mucho y tardaba días en comprármelo. Por eso tampoco he sido nunca de ir a los estrenos, porque llevo años esperando para esa peli que me entusiasma y quiero guardar la ilusión por verla unos días más. El nuevo libro de Sally Rooney, Gente Normal, lleva meses en las librerías. Me gustó tanto su primera novela que aún no he querido comprarme la nueva. Te lo reservas pero mientras te mueres de ganas de leerlo. Como igual que te mueres de ganas de decirle a la chica que te gusta que te gusta y también te lo vas reservando. Nos pasamos la vida reservando momentos especiales a los que muchas veces se les pasa la oportunidad.

Desescalada es mi nueva palabra favorita. Nunca me lo hubiera imaginado.

Dolor de cabeza todas las tardes desde hace una semana. No sé por qué aparecen ni por qué desaparecen. Cuando aparecen, me asomo un rato a la ventana a que me de un poco el aire y con eso se suavizan, aunque no se acaban de ir.

Con el confinamiento se acentúan las manías. Oli es un poco Monica Geller, y yo el extremo contrario. Oli tiene razón cuando me dice que yo puedo pasar días y días con la casa sucia hasta que por fin me decido a limpiar. En cambio con lo que no puedo pasar ni un minuto es con las dos persianas de la habitación en alturas distintas. No puedo con ello, como con lo del volumen impar en la tele. Necesito que las dos persianas estén a la misma altura, ya sea muy subidas o bajadas o en el medio. Pero no me pongas una subida y la otra bajada porque me puede venir un algo muy grande.

Me acompaña algunos días la sensación de no estar actuando bien. Apenas estoy haciendo llamadas, más que las que hago a mis padres y a mi abuela a su residencia. Apenas participo en videollamadas y mis amigos me lo reprochan, seguramente con razón. Por whatsapp tampoco estoy muy conectado. Me conecto algunos ratos al día y aprovecho para hablar con mi familia, mis amigos, compañeros de trabajo. Me acuerdo de muchas personas cada día y no se lo digo. Y a lo mejor hay que decirles más a las personas que te estás acordando de ellas. No sé, uno siempre anda con el miedo de no estar a la altura con los demás y no hay manera de quitárselo, es horrible.

viernes, 3 de abril de 2020

Diario del confinamiento V: Ocho minutos para el 27


La ilusión de creer que voy a coger el autobús en pleno confinamiento por coronavirus

Cuando todo esto comenzó, nos preguntábamos todos qué haríamos cuando todo esto que acababa de comenzar terminase. Reconozco que al principio lo que me pedía el cuerpo era irme de cañas y liarme como si yo no hubiera querido que eso sucediese hasta las ocho de la mañana en el Ocho y Medio, por ejemplo. Pero el otro día me asomé a la ventana, vi todo el sol que hacía, vi las calles vacías y me di cuenta de que ya sé qué será lo primero que haga cuando esto acabe.

Quiero salir a pasear por las calles de mi Madrid. Quiero subir Raimundo Fernández Villaverde, quedarme mirando un rato la glorieta de Cuatro Caminos, bajar Bravo Murillo hasta llegar a Quevedo. Y de ahí a Malasaña, y subir y bajar la Calle de La Palma, de Velarde, del Espíritu Santo, pasar por delante de La Ardosa, ver la Plaza del Dos de Mayo. Después, al centro, pasar por la calle Espoz y Mina, bajar por la Calle Segovia hacia mi barrio, andar por Madrid Río y subir hasta el Templo de Debod. Me apetece pasear por muchas calles y ver muchos lugares. Después caerían las cervezas y el liarme, pero antes yo necesito andar la primavera por Madrid.

Salí a comprar y me puse de mala leche. Vamos a ver, nos están repitiendo en todos lados que hay que guardar un distanciamiento social. En la calle se cumple, incluso en la cola del supermercado se hace. Pero luego entras ahí dentro y es el infierno, de verdad. Cierto es que no hay mucha gente, pero la que hay no se comporta cómo creo que habría que hacerlo. Y yo no soy nadie para dar lecciones, pero me agobié mucho. Porque veías pasillos estrechos con ocho personas ahí. Y no solo eso, es que estás cogiendo algo de los congelados, por poner un ejemplo, y constantemente te pasa gente por tu lado. Y yo cuando veo que hay personas en un sitio, me voy a otro más vacío y luego vuelvo ahí cuando esas personas hayan terminado. Y sé que es difícil para todos y procuro tener comprensión, pero en ocasiones me puede el enfado y hago gestos inequívocos, como dirían mis cretinos preferidos Álvaro y Nacho, para manifestar mi incomodidad cuando alguien me pasa muy cerca.

Al volver de la compra, decido volver por el camino largo. Es el máximo gesto de rebeldía dentro del sentido común que se me ocurre. Lo hago porque hace un día tremendo en Madrid y quiero darme la alegría de un paseo. Cuando llego al punto en el que tengo que girar hacia mi calle me quedo mirando la parada del autobús. Esa parada que tanto echo de menos. Y decido pasar de mi calle y me acerco a la parada. Miro los minutos que quedan para que pase el 27. El 27 es el autobús que cojo para ir a trabajar al Museo del Prado, el que cojo para ir al centro cuando he quedado. El que me lleva a la vida. Quedan ocho minutos para que pase. Cualquier otro día me enfadaría. Pero en ese momento doy gracias. Porque me permite pasar cuatro minutos sentado en la parada con la ilusión de que voy a cogerlo cuando pase. Durante cuatro minutos, vivo en una ficción en la que no he acabado de decidir si voy a trabajar o si he quedado por ahí, no sé qué me apetece más, pero os diré una cosa: son los cuatro mejores minutos que he vivido en estos veintiún días. ¿Por qué cuatro minutos? Porque no quiero arriesgarme a dos cosas: que pase y sentir el impulso de subirme con el carrito de la compra, o que pase, controlar el impulso, no subirme, pero morirme de la pena viendo cómo se aleja recordándome absolutamente todo lo que me estoy perdiendo. A la melancolía no hay que darle demasiadas oportunidades, que se viene arriba y te hace un roto de los grandes. 

El otro día se me olvidó contaros que lo que más le molesta del coronavirus a mi abuela es que no tiene fútbol. Y a mi hermana se lo repitió el otro día. Mi abuela ama el fútbol de una manera que no os podáis imaginar. Es muy del Atleti, pero es de esas personas que se ve todos los partidos, juegue o no su equipo. Siempre dice que no entiende cómo sus amigas pueden entretenerse un domingo por la tarde sin fútbol. Y ahora con la suspensión de las competiciones, la pobre se ha quedado sin su fútbol. Ya no se acuerda de mucho y es gracioso porque tiene un amigo en la residencia que le avisa de absolutamente todos los partidos. Además, él es del Madrid y se vacilan. Bueno, él lo intenta porque es muy Inocencio Quiroga (así llama mi abuela a las personas inocentes). Pero la realidad es que si vacilas a mi abuela sales perdiendo, siempre.

Mi amigo Iván de Aluche me escribe y me dice que mataría por un rodolfito. Con él y con su chica, Eliana, viajamos el año pasado a Jaca y nos hicieron de guías por toda esa zona tan bonita del Pirineo Aragonés. En Jaca nos llevaron a comer rodolfitos y es de lo más rico que he comido en mi vida. Pero cuento esto por una cosa. Porque me parto de risa al leer el mensaje de Iván. Mi amigo Iván es una de las personas con las que más me puedo reír en la vida. Y al leerle, le pongo exactamente la cara, la mirada y el tono de voz con el que lo ha dicho. Y al hacerlo, me río muchísimo. Me parece importante en estos tiempos imaginarnos cómo dicen las cosas los demás, dar vida a las palabras más allá de la pantalla.

Llamaron a la puerta la otra mañana. Era un repartidor de Amazon. Ya conté la historia en mi Instagram y no quiero ser repetitivo. Resulta que tras publicar en redes sociales otro mensaje quejándome de no tener armónica y lo bien que me vendría tener una para el confinamiento, alguien decidió regalarme una y enviármela. Fueron Jaime y Marta, una pareja que conocimos en Vietnam en el viaje de luna de miel. No tenemos una relación muy estrecha. Por eso me hizo más ilusión aún. Creo de verdad que pequeños gestos así hacen del mundo un lugar mejor. Me hacen más ilusión los regalos "porque sí" que los obligados en fechas señaladas. Si alguna vez tienes dudas de tener un detalle con alguien, sea cual sea la relación que tengáis, ten ese detalle si te hace ilusión. Por cierto, ayer me enteré de que otra persona tuvo también la intención de regalarme una armónica. Y también alguien muy inesperado. Me hizo la misma ilusión que si me la hubiese mandado. De no tener armónicas a casi tener dos de repente. Pienso que algo habré hecho bien para merecerme estos detalles, además, claro, de ser tan agotador, como diría, con toda la razón, mi padre. Gracias, Ana.

Esta semana ha tocado el ciclo de Parque Jurásico. Me da por buscar la isla Kauai, que es en la que está rodada. Está en Hawai y se puede visitar. Me imagino llegando allí en un hidroavión o un helicóptero y me viene un algo. Mientras veía cada película por las tardes, disfrutaba como un niño, de verdad. Me he dado cuenta de que el rato que dedico a ver las películas de mi vida son los que más estoy disfrutando. Más que cuando escucho la radio, que cuando leo, que cualquier otra cosa. Es sonar la música del comienzo y que la realidad a mi alrededor deje de existir. Refugiarse en lo que a uno le gusta. Siempre pongo el ejemplo de Salinger. Salinger estuvo en el Desembarco de Normandía y en otras batallas muy duras de la II Guerra Mundial. Nunca, jamás, se separó de los primeros capítulos de El Guardián entre el centeno que llevaba con él. Nuestras pasiones nos salvan. Siempre.

miércoles, 1 de abril de 2020

El ejemplo de Mandela


Los 27 años confinado de Mandela para derrotar al apartheid

Estos días de confinamiento me acuerdo mucho de Mandela. Es mi personaje histórico preferido. He hablado de él en más de una ocasión. Creo que hay tantas lecciones que aprender de él que no pasa nada por ser repetitivo. Llevo días necesitando hablar de él una vez más. Salvando las distancias, claro. Recordemos que Mandela fue encarcelado por un sistema criminal como el apartheid y que se pasó veintisiete años encerrado, dieciocho de los cuales los pasó en una cela de 2,5 x 2,1. No puede compararse con lo que nosotros estamos viviendo ahora. Pero sí podemos intentar tomar ejemplo y buscar inspiración en todo lo que él logró durante todos esos años encerrado.

Para empezar, Mandela utilizó ese tiempo en la cárcel para conocer precisamente a aquellos que lo habían metido ahí. Se dedicó a pedir libros sobre la historia de los afrikaners, quiso conocer su cultura, su lengua. De esa manera, empezó a ganárselos. Primero, a sus carceleros. Hubo un carcelero al que iban a trasladar a otra prisión y se negó simplemente porque dijo que quería estar cerca de Nelson Mandela. Lo adoraban. Te meten en la cárcel en una dictadura y tú dedicas tu tiempo en prisión a conocer a los que te han metido ahí para tratar de ganártelos. Solo él podía hacer algo así.

En la cárcel, Mandela aprendió a tener objetivos realistas. Entendió que a la democracia y a la igualdad en Sudáfrica se llegaría a través de la generosidad y del perdón. Entendió muy bien que había que dejar de lado el rencor y la venganza. Aprendió a controlar sus emociones, que le hablaban de venganza, y supo anteponer la razón para lograr sus objetivos.

Al poco de salir de la cárcel, Mandela dio una rueda de prensa multitudinaria ante numerosos periodistas venidos de todo el mundo. Recordemos que este fue un acontecimiento histórico a nivel mundial. Que existía mucha presión internacional sobre Sudáfrica para que liberase a Mandela y eliminase el terrible apartheid. La rueda de prensa finalizó con todos los periodistas aplaudiendo a Mandela. Se los metió en el bolsillo, como a tantos otros.

Desde que fue libre, Mandela se dedicó a su tarea de lograr la reconciliación entre blancos y negros. Se reunió con muchas personas, pero especialmente llamativo fue su encuentro con el general Viljoen. Viljoen era un héroe para los blancos, había sido el jefe del ejército y en ese momento había salido de su retiro dispuesto a liderar el movimiento para un estado blanco independiente. Quería encabezar un movimiento de extrema derecha que quería asesinar a Mandela. A pesar de todo, Mandela quiso reunirse con él. En aquel encuentro, fue el propio Mandela el que le sirvió el té, y le habló de los afrikaners y le sedujo de tal manera que Viljoen declaró tiempo después que se quedó totalmente desarmado hasta tal punto de que dio un giro radical a todo lo que había pensado durante toda su vida y acabó contribuyendo para consolidar la democracia en Sudáfrica y eliminar el crimen del apartheid. Viljoen no fue el único al que le ocurriría algo así. John Carlin, quizá el periodista que mejor conoció a Mandela, suele contar que cuando realizaba entrevistas a los que habían sido enemigos de Mandela se deshacían en elogios y se ponían a llorar hablando de él.

En el partido de Mandela, el ACN, eran escépticos con muchos de los movimientos de su líder. De alguna manera, no se fiaban. Un buen ejemplo es que ellos aspiraban a imponer el himno de los negros, el Nkosi Sikelel, como himno de la nueva Sudáfrica. Esto indignó a Mandela, que era muy consciente de la importancia de los símbolos, y les convenció de que no se podía eliminar el himno de los afrikaners y que de ahora en adelante deberían sonar los dos himnos de manera oficial. Les dijo que él quería ser el presidente de Sudáfrica, no del ANC. Un líder que supo decirle a los suyos "por ahí no".

La amabilidad, respeto y atención que mostró por sus carceleros, o por Viljoen, o con cualquiera de los afrikaners con los que se entrevistó la aplicaba Mandela a cualquier persona. No distinguía nunca. Le daba totalmente igual el cargo. Además, cuentan siempre que era de esas personas que se acordaba del nombre de cada persona que conocía. Otro detalle que dice mucho de él es que cuando se convirtió en presidente de su país, conoció a los trabajadores de la residencia oficial del gobierno. Todos llevaban ahí muchos años al servicio de la dictadura de los afrikaners. Mandela se entrevistó con cada uno de ellos, quiso conocerles uno a uno. Y después les dijo que necesitaba de su conocimiento y de su experiencia. Comparémoslo con nuestro país, en el que cada vez que hay un cambio de gobierno, en una democracia estable, cada uno va con su equipo y prescinde de los que ya estaban ahí.

Por último, la gran historia del rugby, que se cuenta en el libro El factor humano de John Carlin, y en la película Invictus. La camiseta verde de la selección de rugby sudafricana era un símbolo de opresión para los negros y un símbolo casi religioso para los blancos. Se celebraba el Mundial de Rugby en Sudáfrica y Mandela lo utilizó para la reconciliación definitiva de su pueblo. Se puso la camiseta verde, por recomendación de su guardaespaldas, y se implicó con la victoria del equipo de tal manera que logró que los blancos lo acabasen adorando aún más y los negros deseasen también la victoria del equipo, que además sucedió. Además del libro mencionado, hay otro de John Carlin que me gustó aún todavía más: La sonrisa de Mandela.

Cuando acabó esa final, Mandela había logrado de manera pública lo que ya había ido consiguiendo en privado durante todos esos años: la paz en Sudáfrica, su gran obsesión desde que pasó aquellos veintisiete años encerrado. ¿El gran secreto? Jamás humillar al otro, aunque él te hubiese humillado a ti. Muchas veces en distintas situaciones de nuestro país he pensado en cómo hubiera actuado Mandela. Estos días me lo vuelvo a preguntar: sé que él buscaría la unidad, sé que él pensaría en el país, sé que con él todo sería mejor.