jueves, 9 de abril de 2020

Diario del confinamiento VI: reservar los placeres


En el confinamiento por el coronavirus se acentúan más las manías


Lo peor de todo es cuando llega el fin de semana. Reconozco que los sábados y los domingos lo paso peor que entre semana. Por mucho que el JEMAD, del cual me declaro fan, insista en que todos los días son lunes, a mí no me convence. Y los sábados y los domingos me cuesta no pensar que podría estar por ahí dando una vuelta, en el cine, en una exposición o tomando unas cervezas. Ya sabéis que me gusta hacer listas. También hago listas de planes. Y echo de menos hacer listas de planes, quizá más que los propios planes. Hacer planes da sentido a mi vida.

Oli teletrabaja mucho. Muchas parejas están viendo cómo es la persona con la que comparten vida en su trabajo. Y aunque muchas veces me pongo cascos y estoy escuchando música, otras veces sí que la escucho. Y veo que no para. Y no puedo evitar sentir cierto orgullo porque soy testigo de todo lo que hace. Vamos, que estoy a un paso de decirle como le diría mi abuela "hija, qué bonito tu trabajo, qué bien lo haces todo".

Se murió Aute y me dio mucha pena. Su canción Slowly es mi preferida. En casa de mis padres se escuchaba mucho a Aute y esa canción era la que más sonaba, sin duda. Es bonito tener estos recuerdos de las canciones que escuchaban tus padres y que después acaben convirtiéndose también en la banda sonora de la vida de uno.

Fernando Simón dio positivo en coronavirus. Tengo que decir que yo soy indie de Fernando Simón. Quiero decir que ya veía sus comparecencias diarias antes de que fuese mainstream. Es una persona tan sencilla que me transmite mucha humanidad. A pesar de eso, ha cometido errores, no debería haber problema en reconocerlo, como los ha cometido el Gobierno. Ahora bien, la crítica, tan necesaria, deja de ser crítica cuando se utiliza para tumbar un gobierno democrático en plena crisis.

Desde que todo esto empezó, el alcalde de Madrid, Almeida, ha estado a la altura. Me gusta absolutamente todo lo que dice y hace. Cada vez que le veo hablar me transmite seriedad, responsabilidad, solidaridad y esperanza. He sido muy crítico con él, pero en esta crisis me quito el sombrero con su actitud. Quizá se trate simplemente de tener sentido común. Feijoo, en Galicia, también demuestra tenerlo.

Fui al Mercadona el sábado. Con el azúcar en la cesta, me paré a preguntarle a un dependiente que dónde estaba el azúcar. No sé si se dio cuenta de que ya lo tenía. En todo caso, amablemente, me señaló hacia el último pasillo. Lo recorrí dos veces. Las dos veces muy despacio, fijándome muy bien, porque no lo encontraba. Al terminar el segundo paseo, miré la cesta y vi que ya lo tenía. Lo debía haber cogido hace un rato ya, y no me acordaba. Y resulta que fui a preguntarle al trabajador que dónde estaba el azúcar con el azúcar ya en la cesta. No sé, igual la vida es algo así, pasarte los días buscando el azúcar por todos lados mientras no te acuerdas de que ya lo tienes en la cesta desde hace tiempo.

El domingo me fui de fiesta. En casa, tranquilos. Resulta que me dio por cocinar unas patatas panaderas. Y para hacerlo más ameno, me puse música en los cascos. Y me abrí un botellín de Mahou. Empecé a pasármelo tan bien que no quería que eso se acabase. Mientras, Oli veía la tele en el salón. Nuestra casa es pequeña y tiene cocina americana. Es decir, que desde el sofá podía ver el fiestón que me había montado. Me lo estaba pasando tan bien que cuando metí las patatas en el horno me puse a fregar todo lo que había ido utilizando para ya tenerlo limpio. Y cuando se acabó, me puse a fregar platos limpios. Me iba abriendo más botellines. Creo que cayeron cinco. Me sentía como cuando son las tres de la mañana y estás dándolo todo, te quieres quedar hasta las seis y de repente te tienes que ir. Nadie en su sano juicio se quiere ir de una fiesta en la que se lo está pasando tan bien. Cuando ya salen las patatas del horno, el aleatorio de Spotify tiene el capricho de que suene la Marcha Radetzky. Así que me quito los cascos y dejo que suene alta. Oli y yo nos ponemos a dar palmas y de repente ni estamos en abril, ni el confinamiento en Madrid ni nada de nada. Estamos en la mañana del 1 de enero en Viena. La música transporta en el tiempo y en el espacio.

Leire, una amiga nuestra de Bilbao, me cuenta que por circunstancias de la vida no está ahora mismo en Bilbao y que está pasando todo esto en un rancho en Wyoming. Suena muy loco, pero es real. Lo hablo con Oli y los dos estamos de acuerdo en que pagaríamos por estar en un rancho en Wyoming en estos momentos. En Los Angeles, en Chicago o en Nueva York no, pero, por favor, ¿un rancho en Wyoming? Dame el papel que lo firmo ya.

Esta semana toca el ciclo de Superman. En la primera, que es la mejor con diferencia, Superman hace girar el mundo cuando ve que Lois ha muerto. A mí me parece lo más romántico que he visto en el cine. Si el chico de Love Actually hubiese hecho girar el mundo por Keira, en vez de llevarle unos cartelitos mientras suena un villancico, se hubiese quedado con ella, estoy convencido. Keira lo merecía. Le digo a Oli que si le pasa algo alguna vez yo saldré a volar y haré girar el mundo para retroceder en el tiempo, como hace Superman. Me mira escéptica pero me dice que vale. Y yo me cargo todo el romanticismo asegurándole que lo haré, pero que mejor se ande con cuidado, que mucho mejor si no tenemos que llegar a esa situación límite.

Jordi Évole habla con el escritor Juan José Millás en su programa. Millás me gusta mucho. Y dice una cosa durante la entrevista que me hace recordar algo sobre mí. A mí me pasa que se me olvidan cosas sobre mí hasta que alguien o algo me las recuerda, no sé si os pasa a vosotros también. El caso es que cuando Évole le pregunta qué será lo primero que haga cuando todo esto termine Millás responde "quedarme en casa". Suelto una carcajada al escucharlo. Después explica que a él le ha gustado siempre reservar los placeres y que dedicará el primer día a paladear que el día siguiente saldrá de casa. Y es cuando recuerdo que a mí también me pasa eso. Salía un disco de un grupo que me gustaba mucho y tardaba días en comprármelo. Por eso tampoco he sido nunca de ir a los estrenos, porque llevo años esperando para esa peli que me entusiasma y quiero guardar la ilusión por verla unos días más. El nuevo libro de Sally Rooney, Gente Normal, lleva meses en las librerías. Me gustó tanto su primera novela que aún no he querido comprarme la nueva. Te lo reservas pero mientras te mueres de ganas de leerlo. Como igual que te mueres de ganas de decirle a la chica que te gusta que te gusta y también te lo vas reservando. Nos pasamos la vida reservando momentos especiales a los que muchas veces se les pasa la oportunidad.

Desescalada es mi nueva palabra favorita. Nunca me lo hubiera imaginado.

Dolor de cabeza todas las tardes desde hace una semana. No sé por qué aparecen ni por qué desaparecen. Cuando aparecen, me asomo un rato a la ventana a que me de un poco el aire y con eso se suavizan, aunque no se acaban de ir.

Con el confinamiento se acentúan las manías. Oli es un poco Monica Geller, y yo el extremo contrario. Oli tiene razón cuando me dice que yo puedo pasar días y días con la casa sucia hasta que por fin me decido a limpiar. En cambio con lo que no puedo pasar ni un minuto es con las dos persianas de la habitación en alturas distintas. No puedo con ello, como con lo del volumen impar en la tele. Necesito que las dos persianas estén a la misma altura, ya sea muy subidas o bajadas o en el medio. Pero no me pongas una subida y la otra bajada porque me puede venir un algo muy grande.

Me acompaña algunos días la sensación de no estar actuando bien. Apenas estoy haciendo llamadas, más que las que hago a mis padres y a mi abuela a su residencia. Apenas participo en videollamadas y mis amigos me lo reprochan, seguramente con razón. Por whatsapp tampoco estoy muy conectado. Me conecto algunos ratos al día y aprovecho para hablar con mi familia, mis amigos, compañeros de trabajo. Me acuerdo de muchas personas cada día y no se lo digo. Y a lo mejor hay que decirles más a las personas que te estás acordando de ellas. No sé, uno siempre anda con el miedo de no estar a la altura con los demás y no hay manera de quitárselo, es horrible.

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