jueves, 23 de abril de 2020

Diario del confinamiento VIII: Woody Allen y los gintonics de Esperanza Aguirre


Mi sofá es el Rastro en este confinamiento


En el Supersol hay una señora que va hablando por teléfono y al que sea con el que esté hablando le dice que ella de lo que tiene ganas es de ir y pegarle un garrotazo a alguien. Tal cual. La escucho y la miro atento. Se me pasa por la cabeza decirle que si puedo ir con ella a pegar garrotazos al que sea porque también tengo ganas. Sobre todo si ese alguien ha dicho algo como "éramos felices y no lo sabíamos".

Mi lado del sofá se parece cada día más al Rastro. En él, puedes encontrar desde una pelota de béisbol que me trajo mi hermana de Estados Unidos a una armónica, y muchas libretas también, claro. Tengo ahí todo lo que pueda necesitar. Es lo que mi madre ha llamado siempre "el despliegue" porque cuando vivía en casa de mis padres y decidía pasar una tarde en el sofá del salón iba ahí con todas mis cosas: el libro, la radio, etc.

Leo en unas instrucciones la típica frase de poner a "fuego moderado". Y me da por pensar que qué entiende el que escribe eso por "moderado". Hay gente que te dice que es moderada y de repente un día tomando una copa de noche van y te dicen que el capitalismo es la muerte.

Decía Bukowski que lo malo del alcohol es que se bebe para celebrar, se bebe para olvidar y se bebe para provocar que pasen cosas cuando no pasa nada. Siguiendo esta lógica en tiempos del confinamiento, la cosa puede acabar muy mal, porque beberemos para celebrar cuando nos dejen salir, bebemos mientras para olvidar que no podemos salir, y como no pasa nada encerrados en casa, bebemos con la esperanza de que pase algo, aunque no sepamos muy bien el qué.

La otra tarde tenía mucho sueño pero no me quería dormir. Me apetecía leer, ver alguna peli o serie, lo que fuese, me apetecía estar activo. Pero se me cerraban los ojos. Y me puse a pensar en qué hará la gente cuando tiene sueño pero no quiere dormir. Me gustaría poder salir a la calle y preguntárselo a todo el que me encuentre pero hay cosas que no se pueden hacer así por así porque enseguida a la gente le da por pensar que estás loco de remate. Pero a mí me obsesionan los detalles cotidianos de la vida de las personas y podría pasarme la vida haciendo este tipo de preguntas a todo el mundo.

Hablando de la vida cotidiana, el otro día en una videollamada con mi hermana, su amiga Deya, mi amigo Luis y una amiga de Barcelona, María, lo primero que me preguntaron fue: "¿has puesto cara de odio al ver la llamada? Es que sabemos que eres muy de horarios". Me conocen muy bien, no sé si decir demasiado porque "demasiado" tiene connotación negativa y a mí saberlo todo de alguien nunca me ha parecido algo malo. Y como me conocen tanto sabían que a esa hora yo ya podía pasar de videollamadas porque estaría o cenando o viendo alguna serie. Pero resulta que acepté la llamada y fue la mejor videollamada de todo el confinamiento. Me reí un montón. Nada como romper una rutina establecida para que ocurran cosas divertidas.

Hay cosas que me sacan de quicio, como que se me queme la pizza en el horno o que se me caigan los calcetines en el trayecto entre la lavadora y el tendedero. Creo que lo segundo me molesta incluso más porque es más real. Lo primero no me ocurre nunca, aunque yo siempre creo que el horno va a arder desde que en una nochevieja a mi madre se le incendió un poco el horno. Qué susto más grande, de verdad.

Escuché que iban a dar aprobado general. Lo primero que pensé fue lo bien que me hubiera venido a mí en alguna época de mi vida. Siempre se me atravesaron las matemáticas. Tenía siempre un profesor particular. Tuve unos cuantos, entre ellos el que tiempo después se convertiría en mi tío, Purdi. Se iban sucediendo. Y a mí me daba mucha pena a veces. Porque los cogía cariño y después se tenían que ir. Coger cariño a la gente es un rollo de mucho cuidado.

Oli suele ser la última en meterse en la cama y apaga la luz, claro. Y a veces hace una cosa que no me gusta nada. Apaga la luz y se queda ahí quieta en la oscuridad durante unos segundos. Y yo me muero de miedo porque no sé dónde está ni lo que va a hacer. Una vez en una casa rural, compartía habitación con mi amigo Luis. Antes de dormirme le dije que me daba miedo que me atacase durante la noche porque le viniese algo raro a la cabeza. Y cuando vivía en casa de mis padres, me daba miedo que mi hermana viniese a mi habitación por la noche y solía poner la portería que tenía como barrera detrás de la puerta. A veces no me siento a salvo con nadie porque creo que cualquiera puede convertirse en un psicópata. Pero es que yo estas cosas las pienso en serio.

Vi una charla de varios políticos, algunos de ellos actual y espero que temporalmente retirado, hablando de música, libros, series y películas. Eran Eduardo Madina, Borja Sémper, Andrea Levy, Íñigo Errejón y Gabriel Rufián. La conversación la organizó El País y está en Youtube. Y es un gusto escucharles. No conocía a más de la mitad de los artistas que mencionaban pero verles hablar y reírse me hizo sentirme bien. Porque pensé que la cultura une lo que parece que es imposible unir.

En esa charla, Madina decía que estos días de confinamiento estaba recurriendo a sus "certezas musicales". Me gustó la expresión. Mis certezas musicales serían Bruce y música de los 80 en general. Aunque estos días estoy escuchando cosas nuevas. Y así descubrí una canción de La Bien Querida que se me atravesó. Me gusta mucho ese momento en el que descubres una canción y se te atraviesa. Es la canción "¿Qué?" en la que habla de algo que creo que todos hemos vivido en el amor. Hay una frase del estribillo en la que dice: "Lo que me pasa contigo es que no distingo entre lo que es real y lo que me he inventado yo". 

Me estoy poniendo al día con Woody Allen. Ya había visto alguna, pero sus clásicos no. He visto Manhattan, Annie Hall, Desmontando a Harry. También Cafe Society. He visto Annie Hall a mis 35 años y me siento culpable. Porque además, me gustó mucho. Me hizo reír y es una comedia romántica muy realista. Cuando me siento mal por descubrir cosas así tan tarde, siempre pienso en Esperanza Aguirre. Aguirre le dijo una vez a Jordi Évole que se tomó su primer gintonic a los sesenta años, y que le gustó. Así que siempre se pueden descubrir cosas aunque sean tarde, ya sea Woody Allen o sean los gintonics. Aunque a mí estas cosas a veces me dan pena, porque es como cuando conoces a alguien y te llevas tan bien con él que te hubiera gustado que fuese tu amigo desde hace muchos años. A mí eso siempre me suele poner muy triste.

No hay comentarios:

Publicar un comentario