jueves, 10 de julio de 2014

El Mundial y la ceguera

El Mundial sirve para detectar casos de ceguera. Quizá os sorprenda, pero es así. Lo he comprobado. Se trata de una ceguera futbolística, pero ceguera al fin y al cabo. Y es una pena, porque la gente que la sufre es incapaz de disfrutar de algo tan maravilloso como es el Mundial de fútbol.

Sirva como ejemplo de esta ceguera lo que el otro día me dijo alguien en Twitter. Que tenía ganas de que acabase el Mundial y empezase el fútbol de verdad. Encima me lo dijo después de un partido tan histórico e irrepetible como fue el de Alemania aniquilando a Brasil en su casa en una semifinal de mundial. Me asombra que pueda haber gente que piense así. Y no es el único.

Puedo entender perfectamente que alguien se motive más con su equipo. Lo que no puedo admitir es que se diga que la competición de equipo sea mejor que el Mundial. Creo que quien así piensa se equivoca profundamente. También creo que son personas que únicamente aman a su equipo y no al fútbol como deporte. En su derecho están. Pero las tonterías hay que pararlas.

Cualquier competición de equipos queda muy lejos de lo que supone un Mundial. El Mundial es historia pura del fútbol. Es leyenda. Se trata del mayor acontecimiento deportivo a nivel mundial. Reúne a millones de espectadores en todo el mundo.

Es fútbol en estado puro. Un evento único y extraordinario cuya dimensión es tremendamente superior a cualquier competición entre equipos. Los jugadores, desde niños, sueñan con ganar un Mundial para su país. Es la mayor gloria.

Incluso la Champions, la mejor competición de clubes a nivel mundial, se arrodilla ante la relevancia de un Mundial. La Champions también te hace pasar a la historia, qué duda cabe. Pero nunca será lo mismo. Se celebra cada año. Los partidos son a ida y vuelta. 

El Mundial se juega cada cuatro años. La gente lo espera con ansia. Los partidos son a vida o a muerte empezando desde la fase de grupos. Es un mes histórico que cada cuatro años te lleva al Olimpo del fútbol o a su infierno. No hay escenario que se le pueda comparar.

Me decían también el otro día que para partido histórico el del 2-6 del Barcelona al Madrid. Sin duda, claro que lo es. Como si el Madrid ganase mañana 10-0 al Barça. Pero ese recuerdo queda para las dos aficiones que lo vivieron. Y punto. Que alguien vaya a Perú, o a Inglaterra, y pregunte por ese partido dentro de diez años. Y después, que hagan la misma prueba con el Alemania 7-1 Brasil. Verán los resultados.

Al final llego a la conclusión de que el fútbol español está enfermo. Enfermo de forofismo y de ciegos que sólo saben ver Madrid-Barça. Hay madridistas que no quieren ni imaginarse a Messi ganando el Mundial con Argentina. Y supongo que pasaría al revés con Cristiano. Aficionados cerrados que únicamente aprecian el fútbol cuando son los suyos quienes se juegan algo. Aficionados a los que el fútbol les resulta algo completamente ajeno. 

Cada día me aburre más la rivalidad Madrid-Barça. Hace que cada vez me guste menos el fútbol de equipos y mucho más el Mundial, la Eurocopa y la Copa América. Me parece un fútbol más puro, menos contaminado por lo de siempre. Durante un mes, descanso de Madrid y Barça. Descanso de si el árbitro ha ayudado a estos o a los otros. Descanso de si Cristiano ha metido un gol más o menos que Messi. Uno es consciente de lo ridículo de todo eso cuando cada cuatro años llega el Mundial y echa a rodar el balón.

Así que yo, como tantos otros, seguiré siendo amante del fútbol por encima de la afición personal por mi equipo y seguiré disfrutando de este precioso deporte aunque no sean los míos los que jueguen. El fútbol me devuelve con creces esta pasión. Os lo aseguro. Y que así sea por muchos años.

miércoles, 25 de junio de 2014

Son malísimos

Son malísimos. Todos. No hay uno que se salve. Empezando por Casillas y terminando en Del Bosque. Mención aparte merecen Xavi y Piqué. Torres también, otro que no ha hecho nada en su carrera. O Villa, pésimo delantero que no ha hecho ningún mérito para estar en Brasil. Vaya fracaso. Pero no sorprende a nadie. Porque la sorpresa se muestra ante un acontecimiento inesperado. Y este ridículo monumental no se puede decir que fuese algo inesperado llevando a semejante conjunto de paquetes al Mundial.

Se lo han buscado. Del Bosque es el principal responsable. Nunca debió ser seleccionador de esta selección. Su único mérito, una vez más, fue el de heredar un equipo que mantuvo a toda costa. No cambió a uno solo de los que fueron a la Eurocopa de 2008. Ningún cambio, ninguna idea innovadora. Sólo con el cuento de ser un buen hombre y ganarse a toda la prensa ya tiene todo ganado. Y por su culpa y la de sus palmeros hemos hecho el ridículo contra dos selecciones de segundo o tercer nivel como son Holanda y Chile.

De Casillas poco se puede decir. Otro que con el cuento de ser simpático y amigo de los periodistas le ha valido para ganarse el puesto. Xavi, ese peligroso independentista que no pone todo de su parte para jugar con España y que además convierte los partidos en aburridos. Y encima los dos amiguitos. Menuda vergüenza. No han entendido que eso es incompatible y que no se puede ser amigo de alguien del máximo rival. Qué viva la guerra y las trincheras. Al enemigo ni agua, nunca. Fuera los dos ya. De la Selección y de sus respectivos equipos. No queremos amabilidad ni buen rollito. 

Lo que me asombra es que haya una inmensa mayoría de gente a mi alrededor que les trata como si hubiesen ganado algo. Me sorprende que tanta gente les admire como si hubiese sido la única generación de futbolistas españoles capaces de ganar un Mundial ganándose la admiración mundial. No puedo entender que tantas personas les respeten como quien respeta al que ha ganado lo que nadie antes había ganado: Eurocopa - Mundial - Eurocopa. Me extraña que Del Bosque sea un tío con tanto carisma, como si alguna vez en su vida hubiese ganado algo el tío. 

¿Y lo de Villa? Parece que hablen del máximo goleador de la Selección en su historia y autor de goles que te hacen pasar unos cuartos de final o unos octavos. Ni qué decir de Torres, como si hubiese marcado un gol histórico o hubiese sido pichichi de una Eurocopa o algo parecido. Y lo mismo con Casillas, de tan majo que es el tío ha hecho creer a millones de personas aquí y en el extranjero que es un buen portero y que ha protagonizado paradas que han dado títulos a la Selección y a su equipo. 

Pero casi lo que más me molesta es que se tenga tanta estima, por parte de tanta gente de toda España y del extranjero, por gentuza como Xavi, Piqué, Cesc, Busquets o Jordi Alba. Sobre todo por Xavi. Parece que hablen del tío que llevó a la Selección a alcanzar cimas impensables hace años, parece que hablen de un tío con un palmarés incomparable, cuando todo el mundo sabe que eso es mentira. Como si todos ellos, catalanes, hubiesen puesto su talento y su lucha al servicio de España dándonos momentos de gloria.

Pues eso, que son malísimos. Que se vayan ya. Todos. A ver si llegan otros que nos den algún título algún día. Con una Eurocopa y una Confederaciones me conformo. Pedir el Mundial ya me parece demasiado. Ojalá ganemos uno algún día.

miércoles, 11 de junio de 2014

El Paraíso cada cuatro años





Escribir sobre lo que significa un Mundial es realmente difícil. Quieres decir mil cosas y no te sale ninguna. Que cada uno piense en el mayor vicio que tenga. Ahora, que se imagine que le van a regalar ese vicio, a todas horas, durante un mes entero. Cada uno que lo describa de la forma que mejor se sienta representado.

Lo que sí queda claro es que es una fiesta. Una celebración que tiene lugar cada cuatro años y que acapara toda la atención mundial durante treinta días. Personas de todas las edades, de todos los lugares, da igual la condición, se reúnen para ver un espectáculo únicamente comparable con los Juegos Olímpicos. Todos, con la misma ilusión que se tiene desde niño: el sueño de ver ganar un Mundial a tu selección.

Hay una cosa que tiene este tipo de acontecimientos que me gusta mucho. Y es la forma que tienen de atraer la atención de la gente que normalmente no es muy futbolera, pero que al llegar estas fechas se siente atrapado como uno más por la magia que encierra la mayor competición deportiva del mundo (de nuevo sin olvidar los Juegos).

Para los que somos futboleros este es el regalo más grande que nadie nos podrá hacer nunca. Es el sueño para el que vivimos cada cuatro años. Es la depresión que comienza el primer minuto después de la final porque la fiesta se ha acabado. Pero también es el entusiasmo desmedido y la ansiedad de los días previos a que ruede el balón.

Desde que se realiza el sorteo muchos meses antes, ya estamos mirando el calendario y deseando que llegue el partido de inauguración aunque sea un Argelia-Honduras. Estudiamos a conciencia los cruces. Empezamos a elucubrar, ay cómo nos gusta elucubrar con los cruces.

Cómo no, vamos decidiendo cuáles serán nuestras revelaciones en función de lo poco que sabemos, porque no hemos visto ni un solo partido de clasificación de Colombia, pero de repente nos encontramos convencidos de que los cafeteros van a dar el golpe. Porque esa es otra, al llegar el Mundial nos aprendemos los apodos de todas y cada una de las selecciones y nos hacemos los entendidos llamándolas de esa forma.

El remate final llega en las proximidades del Día D. Una semana antes suelen salir las guías del Mundial de los principales diarios deportivos. En ellas aparecen análisis pormenorizados de cada equipo, de cada jugador y la táctica de cada seleccionador. Una vez que nos hemos hecho con ella, nos dedicamos a estudiarla a fondo para tener todo aprendido antes de que eche a rodar el balón. Es una obligación.

Durante el tiempo que dura el torneo, hay muchos partidos clásicos, como puede ser un Inglaterra-Italia o un Brasil-Alemania, de esos que pocos se quieren perder. Y después están los que más nos hacen disfrutar a algunos locos. Aquellos que nos producen un regocijo altamente difícil de comprender para muchos. Se trata de los Irán-Nigeria, Japón-Grecia o Argelia-Corea.

Hasta ahora, nadie a lo largo de la Historia ha conseguido descifrar las razones que nos conducen a algunos a disfrutar de un Irán-Nigeria, y es más, a tomar partido como si nos fuese la vida en ello por cualquiera de los dos contrincantes. Es un misterio que sucede cada cuatro años y al que nadie ha logrado, ni logrará, encontrarle explicación.

Mañana da comienzo nuestra fiesta preferida. Por la que esperamos cada cuatro años. La que nos hace volver a sentirnos como niños. Si eres amante del fútbol, bienvenido al paraíso durante un mes. Si no lo eres, estás a tiempo de unirte. No te arrepentirás. El espectáculo está a punto de empezar. No se levanten de sus asientos hasta que haya terminado la función. Disfruten y emociónense.

viernes, 10 de enero de 2014

Donde nunca pasa nada


Hay lugares en los que, por más que uno se esfuerce, nunca pasa nada. Cada persona tendrá uno así en la vida. Yo tengo el mío. Se llama El Búho. Está en la Avenida de Europa de Pozuelo de Alarcón, cerca de Madrid. Y nunca pasa nada en él.

Es el bar en el que me reúno con mis amigos a los que llamo "los tranquilos" con cariño. No tienen afán por descubrir lugares nuevos. Son conformistas. Con ir siempre al mismo sitio cada fin de semana desde hace muchos años les vale. Y me parece una virtud que tienen ellos que yo no tengo. Porque a mí me encanta que pasen cosas. Que una noche sea memorable. Que sucedan historias que den qué hablar por los siglos de los siglos. Muchas veces las provoco yo. Me recuerda al capítulo de How I Met Your Mother en el que Barney se esfuerza porque pasen cosas para, acto seguido, decir: Dentro de años, diremos: ¿Te acuerdas cuándo...?

En El Búho es muy difícil que tengan lugar acontecimientos inolvidables, más allá de una partida de Trivial divertida o que alguien no pase por debajo del futbolín y su compañero sí tras haber sido vapuleados. Pero es que yo soy orgulloso y Ramón es de lo más buenazo que hay en este mundo. No hay comparación posible. Detalles así sí que son recordados.

Normalmente llegamos a eso de las diez. Si es un viernes, Ramón llega tarde porque tiene Muay Thai y jamás se lo salta. Durante un escaso lapso de tiempo, hablamos de cómo nos va. Este lapso puede durar uno o dos minutos. Las preguntas y respuestas de rigor y cortesía. En seguida pasamos a hablar de fútbol. Luego seguimos con Comunio, nuestro mayor vicio en estos momentos, quizá hablemos luego de alguna serie. Y luego pasamos al juego, ya sea Trivial o futbolín. Y ahí ya se acabó el hablar. Concentración total en el juego. Olvídate de mantener una conversación con alguno de los presentes.

Pero, por encima de todo, lo que más nos gusta es pasar un buen rato, reírnos y vacilarnos unos a otros, que es a lo que se va al Búho. Un lugar dónde nunca pasa nada pero en el que echar unas buenas risas con tus amigos.

jueves, 9 de enero de 2014

Yon, el malo

Todos sufrimos a un malo cuando éramos pequeños. Normalmente, pertenecía a nuestra clase. Eso nos tranquilizaba, sólo en parte, porque al menos su posición cercana nos ayudaba a tenerle bien localizado. En mi caso, esto nunca fue así. El horror venía de fuera. Y debido a ello, el pánico era mucho más intenso porque no podías ponerle cara a la amenaza, y nunca sabías cuándo le daría por hacer acto de presencia.

Pero os lo explicaré mejor, que lo merecéis, vosotros, y la historia. Tendría yo alrededor de once o doce años (soy malo de memoria), y iba al colegio Marqués de Marcenado. Nuestra clase era de lo más normalita que yo recuerde. Había un chico, llamado Javi, que en ocasiones se metía en líos. Yo me llevaba muy bien con él y éramos amigos. Muchos viernes subía a mi casa con otros de clase y pasábamos la tarde merendando y jugando.

El problema vino cuando apareció Yon, un malo muy malo. Apareció en forma de rumor, por lo que al principio existía la esperanza de que realmente no existiese. Lo que se decía de él eran como las hazañas del héroe al que se le ha visto haciendo el bien pero al revés. Es decir, no era un héroe, era un villano. Segundo, no eran hazañas, eran historias terribles. Tercero, no inspiraban grandeza, sino terror. Se decía que iba por distintos barrios atracando a los desprevenidos de cada colegio que estuviesen jugando en la calle.

Yon era amigo de Javi, el chico de mi clase. Nosotros no lo habíamos visto nunca, pero el hecho de tener dentro de tu clase al cómplice de fechorías de un personaje tan sombrío como aparentaba ser el tal Yon, no ayudaba en nada a la convivencia normal de una clase de colegio. Era imposible que hubiese calma cuando, ante cualquier cosa que a Javi no le gustaba, te echase un vistazo diciéndote que iba a llamar a su amiguito. Imposible ir feliz al cole así. Os lo prometo.

La figura de Yon se agigantaba, sus pavorosas hazañas seguían llegando, y llegó el día que tenía que llegar. Lo recuerdo muy bien. Fue la primera vez que pude morir. O así lo veía yo en ese momento. Estando jugando con mis amigos al fútbol en la calle, el tiempo se paró. Por una esquina apareció Javi, como el escolta. Y detrás, firme en su paso y con la mirada clavada en el grupo que formábamos mis amigos y yo, el mayor villano al que me he tenido que enfrentar. Ahí estaba Yon. Por fin se materializaban nuestras pesadillas. No había escapatoria.

Inmediatamente dejamos de jugar. No era plan de jugársela. Teníamos que mostrar seriedad y respeto. Si luego había que pegarse, que se pegasen (eso pensaba yo, porque ni entonces ni ahora a mis 29 venceré la cobardía para meterme jamás en una pelea). Fue caminando muy serio hacia nosotros. Nadie decía nada. Sólo nos miraba. Y sí. Daba bastante miedito el villano Yon. Nos ordenó (no de palabra, sino de tono) que nos pusiésemos en fila en unos coches. Y entonces él empezó uno por uno a pasar revista, como si de la mili se tratase. Se iba poniendo delante de cada uno y nos iba emitiendo amenazas y sonidos guturales surrealistas cuyo único fin era amedrentarnos lo máximo posible, para luego seguramente matarnos (esa era mi visión, y me daba mucha pena no poder despedirme de mis padres).

Ninguno le respondía, y al valiente que se le encaraba lo más mínimo le duraba la valentía lo que a Higuaín la puntería, así que íbamos apañados. Yo era el último de la fila y iba contemplando toda la escena para saber manejarme cuando llegase a mí. Es bueno saber estar preparado para cosas así. Al llegar a mí, se me quedó mirando, como a los demás, y en el momento de ir a amenazarme, Javi le dijo "a este no le toques". Me puse tensísimo. Yon el Terrible podía pelearse con su fiel escudero por darle órdenes a él, o podía optar por hacerle caso. Y evité la muerte al elegir Yon la segunda opción. Y siempre estaré agradecido a Javi.

Como quién sufre un episodio traumático, no recuerdo muy bien ni el antes, ni mucho menos el después. Sólo sé que se fueron por dónde habían venido. No nos hicieron daño físico. Pero nos hicieron pasar un mal rato de los buenos. De hecho, si tuviese que hacer un Top 5 de malos ratos de mi vida, o de la infancia, este podría ganar el liderato sin ninguna duda.



miércoles, 8 de enero de 2014

Penas y olas en Valdoviño

 Faro de A Frouxeira. Foto de Óscar R. F. en El Ideal Gallego

Dice un viejo dicho marinero que "penas y olas, nunca vienen solas". El mágico día de Reyes acabó en tragedia al borde de un acantilado gallego. Los protagonistas de la triste historia fueron Juan, Patricia y Rodrigo, que habían acudido a velar las cenizas de un familiar fallecido hacía un mes. Penas y olas nunca vienen solas. Tampoco esta vez. Acudieron allí por una pena. Y se los llevó de allí una ola.

A todos nos fascina el mar. Su inmensidad, la serenidad que se siente al contemplarlo, sus distintas tonalidades según el cielo del momento, la sensación de escape que nos ofrece, la idea de perdernos en él, preguntarse qué hay más allá. Pero el mar también es fiero. Y sobre todo, aunque nos cueste admitirlo como cuesta admitir el fallo en quien admiramos, es traicionero. Porque por muy calmado que parezca el horizonte, los marineros siempre te advierten de las corrientes. Porque por muy inofensivo que se presente ante nuestros ojos, puede cambiar su aparente docilidad y convertirse en un monstruo imprevisible. 

Y jamás te avisa. Como no avisó a Juan. Como no avisó a Patricia. Como no avisó a Rodrigo. Caía la noche en el Faro de A Frouxeira, a unos 70 metros de altura. Ellos caminaban recordando al familiar que se había ido. No sospechaban la cruel jugada que el mar les tenía preparada. Como el delincuente que planifica bien el golpe, primero fue una ola la que les dejó sin reaccionar. Y a los pocos segundos, antes de que pudiesen hacer nada, una segunda ola se los llevó para siempre. El mar enseñando su peor naturaleza en estado puro.

Sucede esto en Galicia, lugar dónde se conoce bien de lo que es capaz el mar en tempestad. Tierra que en ocasiones parece librar una guerra contra la naturaleza a la vez que la venera porque saben que no pueden vivir sin ella. A Galicia, y a todos los que han sufrido las peores consecuencias de un Atlántico embravecido, van dedicadas estas palabras.



domingo, 5 de enero de 2014

El zapato de la ilusión


En ocasiones siento que tengo cierto complejo de Peter Pan. Ya sabéis, el niño que nunca quiere dejar de serlo. Creo que poseo alguno de los síntomas, pero no viene a cuento explicarlos en este momento. Me centraré en una de las noches del año en las que más sale a relucir. Se trata de la noche de hoy: la mágica Noche de Reyes.

Para que entendáis mi forma de ser y de vivir esta noche tan señalada, os confesaré que fui el último de mi clase en enterarse de lo que vosotros ya sabéis. Incluso, una vez, escuchando cuchichear a mis compañeros de clase, me enfadé y les dije que me explicasen de qué hablaban. Mi amigo Andrés Fernández no quiso responderme, me puse pesado, y me lo acabó soltando. Y recuerdo que decidí no creerlo como quien se aferra a su ilusión antes que creer a la cruda realidad. Era un Inocencio Quiroga de la vida (mi abuela llama así a las personas muy inocentonas, les dice "Ayyy Inocencio Quirogaaaa").

En mi memoria guardo recuerdos de noches de muchos nervios, de insomnio infantil, de escuchar ruidos por la casa, de taparme los oidos, procurando no estornudar, no hacer movimiento alguno para que los Reyes no descubriesen que estaba despierto, no les fuese a dar por irse. Trataba de dormirme pronto siempre. Y muy pronto por la mañana, siendo yo el hermano mayor, iba a despertar a mi hermana pequeña porque no podía aguantar más en la cama sin ver los regalos.

Pero antes de acostarse, venía la parte más importante. Si no se hacía eso, todo perdía su sentido. Hablo del ritual consistente en dejar el zapato. Si no lo hacía, sus Majestades de Oriente no sabrían donde dejar los regalos. Por eso lo dejaba cuidadosamente en el lugar en el que quería tenerlos por la mañana. Dejar el zapato era el momento culminante de la noche. Ahí se concentraban todas las emociones antes de irse a dormir.

Hoy en día sigo dejando el zapato cada Noche de Reyes. Porque es una forma de sentirme conectado al niño que fui. Porque en ese zapato están las ilusiones de la noche. Porque ese zapato es el símbolo de la Noche de Reyes para mí.

Por supuesto todas las Navidades escribía una carta a los Reyes explicándoles lo bueno que había sido y lo mucho que me merecía todos aquellos regalos. Y sí. Hoy sigo escribiendo la Carta. Porque sin Carta, no hay Reyes. Y tengo miedo porque estas Navidades han sido las primeras en las que por unas razones y por otras no he podido escribirla. Pero me aseguraré de dejar el zapato bien visible para cumplir al menos con el ritual de cada Noche de Reyes.

Es probable que al hacernos mayores poco a poco deje de ser lo mismo. Pero yo me esfuerzo porque cada Noche de Reyes sea como aquellas que vivía de pequeño, me esfuerzo por contagiarme del espíritu y mantener la ilusión intacta. Si me ofrecen salir, algo que cada vez se hace más en esta noche, digo que no rotundo. Me gusta estar en casa dormido mientras los Reyes, camellos y pajes entran y dejan los regalos. No quiero perder esa magia. Nunca.

Y no puedo acabar este texto sin mencionar mi regalo favorito: el fabuloso barco pirata de PlayMobil. ¿Y el vuestro? ¿Cómo vivíais la Noche de Reyes y cómo la vivís ahora? Y sobre todo... ¿dejáis el zapato?

Feliz Noche de Reyes a todos y que se cumplan vuestros deseos.