No se me dan bien las incertidumbres, más bien las gestiono
muy mal, o ni las gestiono. Pero hay incertidumbres a las que recibes con los
brazos abiertos, por la ilusión que traen consigo. El inminente nacimiento de
Nico es la incertidumbre más bonita que he tenido en mi vida.
El lunes, martes y miércoles de semana santa son como cuando
tienes que comerte algo así no sé como un primer plato de verduras para luego
ya poder comerte un rico filete con patatas. O como cuando el domingo por la
mañana tienes que limpiar la casa para ya poder tirarte en el sofá todo el día a ver series o irte a
tomar unas cervezas a La Latina.
Pocas actividades de "mayores" me hacen sentir tan
mayor como la de ir a hacer la compra los sábados por la mañana. Encima la
visita al Mercadona del último sábado fue una calamidad. Por ejemplo, me tocó
dejar la compra en una caja que quedaba a mi derecha. La única caja que quedaba
a mi derecha. En las otras siete cajas tú dejas los productos a tu izquierda. En
esta no, y se me hacía rarísimo el movimiento de dejar las cosas a mi derecha y
no a mi izquierda. Después, por un problema en el cobro de un descuento, nos
pidieron volver a sacar todo del carrito y volver a ponerlo en la caja. Y
cuando hubo que meterlo otra vez en el carrito el dependiente nos dijo que él
se ocupaba de hacerlo, que no nos preocupásemos. Miré a Oli, porque sabía lo
que estaba a punto de ocurrir. Oli, muy amablemente, le dijo que no se
preocupase él, que ya lo metía ella todo. Oli no me deja nunca a mí meter la
compra en el carrito porque dice que ella la organiza muy bien, a lo Tetris. Y
cuando el pobre chico amagó con meter él las cosas ahí dentro, no pude evitar
pensar: "vas tú listo si te piensas que Oli te va a dejar".
El momento de tensión en el autobús cuando por los altavoces
suena el mensaje de "recuerden la obligación de llevar mascarilla". No
suelen ponerlo y, cuando lo ponen, se da el curioso fenómeno de que todos
empezamos a mirar a todos buscando al culpable. Confieso que un día, asustado, me
llevé la mano a la cara pensando que me la había bajado y no me había acordado
de volver a subírmela. A mí lo que me gustaría es que el mensaje fuese un
mensaje acusatorio en condiciones, un escarnio público y absoluto de la persona
que no la lleva bien puesta, un señalamiento sin piedad de ningún tipo.
Hablando de mascarillas, en mi portal vive Oriana, habitual
de realitys de Tele5. La tía va siempre sin mascarilla y juntándose con gente
sin mascarilla. Me la crucé el otro día al volver a casa y no pude evitar
soltar un: "la mascarillaaaaaaaa". Creo que le sentó como un tiro
porque puso una cara de cabreo que no os podéis imaginar. Pero lo a gusto que
me quedé, eso no lo puedo contar con palabras.
"Yo ficciono con los taxistas". La antológica frase es de Oli. Viene de que el otro día cogimos un taxi que iba con la COPE y
hablaban del monotema Rociíto. Oli soltó un "¡qué pesados!" que a mí
me pareció peligrosísimo, como cuando los héroes de la aventura tienen que
conseguir pasar por un sitio en el que hay un monstruo dormido. Y no me
equivoqué. El taxista entró al trapo y empezó a despotricar contra Irene
Montero por haber participado en Sálvame y yo decidí desconectar con toda la
intención. Lo que pensé en ese momento mientras miraba por la ventana era "todo
enterito para ti, amiga, tú has despertado al monstruo, tú lidias con él".
Lo que pasa es que Oli se lo pasa bien con los taxistas la tía, a este le iba
respondiendo frases ambiguas sin ton ni son que le servían para participar en
la conversación sin dar ni quitar la razón.
Hay días en los que ojalá poder ponerse un letrero como el
de esos autobuses que pone "SIN SERVICIO". Que la gente sepa que, por
mucho aspaviento que te hagan, no te vas a parar en ninguna parada.
Fuimos a ver a mi abuela y nos lo pasamos genial. Está en
residencia y vacunada. Hace meses que no iba y quería ir a verla antes de que
naciese Nico. Ella va a ser bisabuela y le hace muy feliz. Se puso a decirle
cosas muy bonitas a Nico. Nos fuimos a pasear por la zona y acabamos sentados
en un banco hablando un poco de todo. Dijo una frase que me gustó mucho, que "en
la vida hay que quitarse las amarguras", y que una persona como mi abuela (que
las ha tenido y muy dolorosas) diga eso a mí me parece una lección de vida que
trato como puedo de aplicar. Luego ya le pedí contar uno de sus grandes hits, porque
cada vez que lo cuenta yo me río a carcajadas. La historia de su tía Concha, que
un día estando en el campo con una amiga, se quedó sola porque su amiga salió
corriendo hacia otro lado y ella se quedó sola delante de un toro que, según
aseguraba, le contó que era de Jerez.
Mi amigo Ronald me mandó un audio que yo calificaría así
como el audio más cariñoso en la historia de los audios. Ronald es de Perú y
pasó un año aquí en Madrid. Hicimos juntos el master de RNE y nos lo pasamos
como dos niños pequeños. Nos llamaban Zipi y Zape. Nos íbamos juntos de fiesta
y nos lo pasábamos en grande. El día que se volvió para Perú fue un drama, qué
lloros, madre de dios. Y durante meses si alguien decía "Ronald" a mí
se me ponían los ojos rojos. Y creo que me sigue pasando.
Ronald siempre me decía, medio en broma, medio en serio, que
es como dicen las verdades los buenos amigos, que me hacía falta una novia. Lo
recuerdo como si fuese ayer, al acabar tantas noches de fiesta volvía con la
cantinela: "Guille tío, a ti lo que te hace falta es una novia". Esto
era 2008. No fue hasta 2012 que empecé con Oli, así que pasé unos cuatro años
más un poco perdido.
Tres personas me hicieron saber que no se llaman guarderías sino escuelas infantiles. Y descubro que odian que les digan que "guardan niños". Y ya por curiosidad me dio por mirar el significado de "guardar" en la RAE y oye, el significado es bonito, porque dice "tener cuidado de algo o alguien, vigilarlo y defenderlo". Es lo que yo hago con los cuadros del museo, por ejemplo, y me encanta. No veo tan negativo "guardar" a bebés.
En el telediario sacan un reportaje sobre encuentros
silenciosos en Barcelona. Un grupo de pirados que se reúne en la Barceloneta y
escucha música con cascos mientras bailan de forma muy peculiar. "Siento
que no hay juicio", dice una de las asistentes. Porque lo has perdido, hija
mía.
Y hablando de gente así un poco chiflada, el lunes, en el Museo.
Estaba en la entrada de las exposiciones y veo que un señor se me queda mirando
a unos cuantos metros de mí. De repente, empezó a saltar y se acercó hacia mí
dando saltos de caballo. Os prometo que mi desconcierto fue tal que no pude ni
reírme. Más señores así, por favor.