jueves, 18 de marzo de 2021

Fiarse de la realidad

Aline Masson, la musa de Raimundo de Madrazo


Seguimos esperando a Nico. De momento nada de nervios. Lo único así que os puedo contar es que hace dos semanas Oli tuvo varias contracciones seguidas una noche que estábamos tirados en el sofá viendo la tele, que es como están las parejas cuando ella se pone de parto. Y la aplicación que utiliza para controlar esas contracciones le puso el siguiente mensaje: "Váyase preparando para ir al hospital. Recuerde estar relajada". Nos reímos, bueno yo igual menos, y me quedé mirándola y le pregunté: "pero tú cómo estás, a ver". Y Oli me dijo que estaba perfecta. Al minuto ya estábamos otra vez viendo la tele tan tranquilos.

Si mi amigo Nacho fuese el que hubiese tenido las contracciones hubiera ido hasta el hospital exigiendo que le sacasen al niño aunque los médicos le dijesen que usted no está de parto. En un viaje por la Costa Azul, le preguntamos, creo que en Marsella por la noche, a un señor para llegar a la catedral y el señor decía lo contrario a lo que le decía el móvil a Nacho. Y Nacho decidió que el señor que llevaba toda su vida viviendo ahí estaba equivocadísimo. Yo creo que hay que aprender a fiarse de la vida real siempre, tanto si tu mujer va a ponerse de parto como si estás buscando la catedral de Marsella una noche cualquiera.

El otro día en el Museo tuve la oportunidad de ver el desmontaje de una exposición y me gustó mucho la experiencia. Soy muy dado a darle vida a los objetos, hasta unos niveles que no podría confesar porque podrían encerrarme, y me empecé a preguntar si los cuadros que ahora embalaban en cajas para irse cada uno a su casa se habrían pegado una buena farra la noche anterior para despedirse, si habrían dicho "nos llamamos eh" al despedirse, si habrían hecho un grupo de whatsapp todos para seguir a tope en contacto, si habría habido algún romance durante esos meses de campamento y si esa relación continuaría, si los cuadros estarían deseando volver a sus casas o si se hubiesen quedado otros seis meses ahí. En la exposición, por cierto, había cuadros de Aline Masson, la musa, y me temo que algo más, de Raimundo de Madrazo, de la cual confieso sin vergüenza que me hubiera enamorado de haber coincidido con ella.

Ha bastado leer una novela para volver a inspirarme un poco para escribir. Se trata de Gente Normal, de Sally Rooney. También he comenzado los diarios de Xacobe Pato, el librero de la librería Cronopios de Santiago de Compostela. He de reconocer que los ensayos sobre política me hacen aprender mucho y reflexionar, pero no me inspiran a la hora de contar historias de mi vida.

Por Navidad, Oli me regaló un brazalete para poder llevar el móvil a correr. Y eso hizo que otra vez volviese a medir kilómetros, minutos, velocidad media y todas esas mierdas. Y eso hizo a su vez que volviese a correr bastante. Y llegamos a que hace tres semanas me vine arriba saliendo a correr tres días seguidos diez kilómetros y me fastidié la rodilla. Cojeando varios días y dolor horrible al bajar escaleras. Doce días sin correr y salí el sábado pasado media hora y otra vez fastidiado. Regalo envenenado el del brazalete, y eso que llevaba un tiempo pidiéndolo. Lo peor es que lo de venirse arriba en la vida siempre se acabe pagando, sea en forma de resaca una noche que se te fue de las manos o sea con la rodilla destrozada corriendo tres días diez kilómetros. Venirse arriba es una de mis cosas favoritas de la vida y no puede ser eso de que tenga precio a pagar.

Es un agobio irse a dormir con preocupaciones, pero irse a dormir con el simbolito de "queda poca batería" en el transistor es muchísimo peor. Nunca sé si cambiarle las pilas directamente y evitarme el mal rato. Porque luego apago la luz, me meto en la cama, me pongo la radio y empieza una agonía tremenda de estar escuchando la tertulia de fútbol y pensar que en cualquier momento no voy a escuchar algo que me interese porque se va a apagar y cambiar las pilas a oscuras de manera sigilosa para no despertar a Oli es un jaleo tremendo.

Cuando alguien es especialmente amable en el Museo a veces me entran unas ganas inmensas de hacerme amigo suyo, no lo puedo evitar.

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