jueves, 26 de marzo de 2020

Diario del confinamiento IV: mirar a la pared


Paso el confinamiento del coronavirus mirando a la pared

Oli escucha vacas. Así es cómo empezamos la semana. Todo empieza el lunes por la mañana, cuando estoy en nuestra habitación, ella está en el salón teletrabajando y me llama. Voy y me dice esto: "Escucho una vaca". No sé ni qué decir. A las personas pueden ocurrirles muchas cosas raras en una cuarentena, he leído cosas en la prensa estos días. Pero en ningún lado he escuchado a nadie decir que una de esas cosas raras sea escuchar vacas. Se ríe, como hace todo loco cuando intenta demostrar su verdad, y me pide atención para que la escuche. Sí, algo oigo, pero tampoco mucho. Oli me dijo el otro día que no tengo un solo sentido que me funcione al cien por cien, que ni escucho bien, estoy un poco miope, mi olfato no es un prodigio, el tacto ni fu ni fa y el gusto ya tal.

Oli se pasa el lunes repitiendo de vez en cuando que escucha a la vaca. Establece varias teorías de lo que puede ser. Una de ellas me parece la más sorprendente. Dice que quizá se trata de una impresora 3D. La mañana del martes, el vecino de abajo, al que le hemos hecho gotera varias veces por los problemas de nuestra ducha, escribe a Oli. Oli se asusta porque piensa que otra vez hay gotera. Pero no. Le pregunta si tenemos goma elástica. Resulta que, atención, están creando máscaras con una impresora 3D y necesitan gomas para poder distribuir las máscaras. Oli tenía razón. Y lo que me deja loco de todo esto es que Oli sepa el sonido que hace una impresora 3D. Y por cierto, qué gran iniciativa la de nuestros vecinos y la de tanta gente anónima que está ayudando en lo que puede.

Llamo a mi abuela a la residencia. La escucho alegre, feliz y contenta. Me dice que está divina. Y me dice que si estuviese con su marido, que falleció joven, se pasarían el día entero bailando. A lo mejor es lo más bonito que le he escuchado a alguien desde que todo esto empezó.

Ayer por la tarde vi una de mis pelis preferidas, Tiburón. La vi en Netflix. Esta semana veré la segunda, la tercera y la cuarta en el pack que me regaló Oli hace unos años. ¿Y por qué no viste ayer la primera en el pack también? Porque Oli decidió, con todo su amor, regalarme un pack de Tiburón en el que no estaba la primera película. Está hasta la cuarta parte, titulada "Tiburón: La venganza" que yo creo que ni he visto, pero no está la primera. Es algo de lo que solemos reírnos.

No sé cuántas sagas podrían hacerse de la vida de cada uno de nosotros. Puede que algunas vidas no den ni para una sola peli, sino más para un documental como esos que hacen de la vida de los futbolistas. En todo caso, imagínate que te pones a ver la peli  de la vida de alguien y te la ponen por la segunda parte. Te faltaría un contexto. En la primera parte de la vida de cada uno nacen los miedos, los anhelos y las ilusiones. Si no ves la primera, te va a costar mucho entender la segunda y las que vengan.

Mientras veía Tiburón, me asaltó un temor. No sé si empezar con Spielberg en la segunda semana de confinamiento es gastar balas. Intento no pensar mucho en ello mientras veo la peli pero la duda no se me va de la cabeza. Me queda Parque Jurásico, Indiana Jones, E.T, Encuentros en la Tercera Fase, y más. Y es cierto que son pelis que podría ver en bucle y no cansarme. Pero no sé, igual a Spielberg hay que reservárselo para cuando nos digan que, ya de verdad, esta es la última semana en casa. Pasar una última semana de confinamiento viendo todas las pelis de Spielberg, que alguien me diga si se le ocurre un plan mejor. Por si acaso, tiraré de otras que no sean Spielberg: Superman (la del 78, la buena), El Caballero Oscuro, El Silencio de los Corderos.

Aplazan los Juegos Olímpicos. Me daba mucho miedo esta noticia. Para los que amamos el deporte más allá del fútbol, los Juegos Olímpicos son algo extraordinario. Es un gran momento y lo que más me gusta es el protagonismo que cobran de repente un montón de deportistas que no ganan tanto como los futbolistas y que tienen mucho más mérito que ellos. Después los focos se van y nos olvidamos de ellos, pero durante un mes son protagonistas mundiales. Parece que se celebrarán en 2021. Y parece que el organizador tiene el TOC de los números pares. Porque aunque sean en 2021, se seguirán llamando TOKIO 2020. Os puedo prometer que yo no tengo nada que ver.

Una compañera de trabajo me dice, hablando un poco del confinamiento, que a ella lo que le agobia es cuando tiene muchos planes y no puede quedarse mirando la pared. Quedarse sin tiempo para mirar a la pared. Me gustan las frases que son descubrimientos. Las ideas que cogen a la realidad y la ponen del revés. Que le dejan a uno descolocado. No sé, igual es lo que todos necesitamos, mirar la pared digo. A lo mejor estaríamos más tranquilos todos si mirásemos más a la pared en vez de andar espídicos perdidos por casa buscando actividades en todo momento.

lunes, 23 de marzo de 2020

Diario del confinamiento: pensar en el próximo rato

Siguen los diarios del confinamiento por el coronavirus Covid19
San Pablo Ermitaño, de José de Ribera



Segundo fin de semana del confinamiento. Para algunos que no tenemos la opción de teletrabajar, nada cambia realmente. Aún así, en mi caso, tengo que decir que sigo con la moral intacta y que paso los días bastante entretenido. Ayer decidí crear una playlist en Spotify que titulé "Encerrados pero alegres". Es abierta, así que puedes escucharla. En ella puedes encontrar desde Bruce Springsteen a Extremoduro pasando por Back Street Boys. Por supuesto, hay Lori Meyers y hay Ferreiro. También hay alguna banda sonora (os podéis imaginar cuál no falta). Es una mezcla bastante bizarra, pero es que todo lo que está ocurriendo es muy bizarro.  Espero que os guste. Al confinamiento, y a la vida en general, se sobrevive gracias, entre otras cosas, a la música.

Cuando alguien me dice que ya se ha empezado a agobiar, trato de hacerle ver que lo que hay que hacer es pensar siempre en el próximo rato, y no en el día entero. Y ni mucho menos pensar en semanas, eso no hay que hacerlo ni loco. Hace tiempo escribí un texto que se titulaba "La siguiente farola". Estaba centrado en los corredores, pero se puede aplicar perfectamente a este momento. Cuando salgo a correr hay días que me siento muy bien y no tengo ningún problema. Pero hay otros días que me encuentro fatal y no me siento capaz. Esos días en los que no siento que no puedo, me voy fijando en la siguiente farola. Y me voy diciendo "hasta ahí, puedes". Y puedo. Y entonces me doy cuenta de que, aunque creas que ya no puedes más, siempre puedes un poquito más. 

Escucho mucha radio estos días. No podría sobrevivir a este confinamiento sin la radio. Os  la recomiendo a todos. La tele la ves, la radio te hace compañía. Y creo que necesitamos que nos hagan compañía. Hago mención especial a Paco González y su equipo de Tiempo de Juego. Suelo decir que, para mí, es uno más de los varios grupos de amigos que tengo la suerte de tener. Si a alguien le extraña que considere como amigos a unos que hablan por la radio les haré una pregunta: ¿los amigos no te hacen reír y te acompañan cuando estás jodido? Pues a mí ellos me han hecho reír en épocas de mi vida en las que estuve jodido. Y ahora lo están volviendo a hacer. Es lo que yo le pido a los amigos.

Estoy aprovechando para ver series. He terminado Mindhunter, que me ha gustado bastante. Es sobre crímenes y asesinos en serie, todo basado en caso reales. Terminé hace poco Lovesick, de la que no había oído hablar y me recomendó una amiga, y me encantó. Es una serie escocesa y se ve muy bien. Son tres temporadas con pocos capítulos y cada uno dura unos veinte minutos. ¿Tema? Comedia con amigo ligoncete, amigo enamoradizo y chica. Te ríes y la historia está muy bien. He empezado en Netflix Los asesinatos del Valhalla, islandesa, sobre asesinatos en serie, que me está gustando. Y menudos paisajes. Ah, por si alguien no la ha visto, recomiendo una que me dijo mi padre y que a Oli y a mí nos encantó: Derry Girls, en Netflix. Es genial.

Cada vez que en una serie salen a la calle, se abrazan, o se besan, empiezo a lanzar improperios desde el sofá de casa: "¡Pero qué haces inconsciente! ¡Que te han dicho que te vayas a casa! ¡Cretino!" Por suerte, esto que me pasaba los primeros días veo que le está ocurriendo a más gente cuando ven series y películas y ya no me siento tan chiflado. Aunque lo esté, que lo estoy, pero no por esto.

Viendo una peli, hay un momento en el que Oli pone el volumen en el número quince. La situación dura unos veinte segundos que se me hacen muy largos. No puedo tener el volumen en números impares. Ni en la tele, ni en las radios, ni en nada. No soporto los números impares. Las escaleras con escalones impares me dan muchísima rabia. Pero mi número talismán es el siete. Vivir con contradicciones.

La tarde del sábado Oli sale a comprar. Me tumbo en el sofá. Me despierta de la siesta un coche pitando. Ya me asomo y veo a gente en las ventanas increpándole y pidiéndole silencio. Pero me fijo y veo a dos mendigos pegándose. Y entiendo que el del coche pitaba para llamar la atención a la gente. Al final el del coche se va. Desde mi ventana veo que un mendigo tiene atrapado al otro y no sé si le está asfixiando o qué, pero me pongo muy nervioso y hasta pienso en bajar. Llamo a la poli, y tardan mucho en cogérmelo. Dos o tres minutos en los que observo como el mendigo sigue teniendo atrapado al otro y cada vez me pongo más nervioso. Justo cuando me responden, veo que llegan tres coches de policía. Quizá el del coche ya había llamado. O quizá los trabajadores del Aldi que está delante. Me quedo un rato mirando. Tengo que reconocer que aunque sea una situación triste la sigo como un gran acontecimiento porque es lo más interesante que ocurre a mi alrededor desde hace días.

Cada día, cuando salimos a aplaudir a la ventana, se repite lo mismo. Oli no se asoma mucho porque tiene vértigo hacia abajo y yo no me asomo mucho porque tengo vértigo hacia arriba. Vaya cuadro. Supongo que el amor es eso, saber encajar los miedos del uno y del otro.

Ayer vi por fin Alta Fidelidad. Después de El Guardián entre el centeno, es mi libro preferido. No había visto la peli hasta ayer. Supongo que de manera inconsciente, lo evitaba por si no estaba a la altura del libro de Nick Hornby. Pero sí lo está, sí lo está. Me encantó, y John Cusack es un perfecto Rob Fleming.

Espero que estéis todos bien. Y espero también de verdad que no os estéis quedando en pijama todos los días. Eso no se puede hacer. Yo cada día me levanto, me afeito, me ducho y me pongo mis vaqueros y mi camiseta. Nada de abandonarse. El único drama que tengo es mi pelo, que me lo tenía que haber cortado hace un mes, lo fui dejando y no quiero saber cómo voy a acabar el confinamiento. 

Cuidaros mucho, y cuidad.

domingo, 22 de marzo de 2020

El mismo cuadro de siempre

Antes del coronavirus, sucedía una historia en el Museo del Prado
El Juicio de Paris, de Rubens, en la galería central del Museo del Prado


Estos días en casa pienso mucho en ellas. Hablo de un grupo de amigas jubiladas que visitaron hace unas semanas mi lugar de trabajo, el Museo del Prado, en el que soy vigilante de sala. Me acuerdo de Ángeles, que hablaba conmigo a veces. Por ella supe que eran amigas de toda la vida y que hacía poco habían decidido venir cada semana al Museo. Recuerdo a Maite, que explicaba los cuadros al resto. O más que los cuadros, el cuadro. Porque siempre les explicaba el mismo: El Juicio de Paris, de Rubens. El segundo día me extrañó, pero no le di más importancia.

Cuando aparecieron la tercera semana otra vez delante del cuadro descubrí que Maite les explicaba exactamente lo mismo que las dos semanas anteriores. Y lo hacía con el entusiasmo de las primeras veces. Ellas escuchaban con gran atención. No pude aguantarme la curiosidad y le pregunté a Ángeles. Me contó que El Juicio de Paris era el cuadro favorito de Maite, "pero no se acuerda de que ya nos lo ha explicado". Le habían diagnosticado alzheimer y sus amigas hacían lo posible por ayudarla. Junto a ella, lo aprendían y lo olvidaban todo sobre aquel cuadro.

viernes, 20 de marzo de 2020

Diario del confinamiento: lo peor ya ha pasado

Diario del confinamiento en casa por el COVID19
Paisaje con San Jerónimo. Joachim Patinir. Museo del Prado. Sala 55A.

En un directo de Instagram veo al escritor Juan Tallón diciendo que lo peor ya ha pasado, que ya solo quedan dos o tres meses. Pero que lo difícil era la primera semana, que es en la que nos quedamos en shock. Y que a partir de ahí, ya es todo cuesta abajo. Me eché a reír a carcajadas en el sofá. Tallón es un tipo brillante. Su última novela, Rewind, es una maravilla que os recomiendo a todos.

Ayer, o anteayer, o quizá fue hace ochenta y siete años, es difícil saberlo, estaba en el sofá en la hora más plácida del día, la de después de comer. Oli trabajaba y yo estaba leyendo en el sofá. Silencio, día nublado, todo era era perfecto, muy plácido, como decía. De repente, un zumbido como el de un Airbus A320 a mi lado. Yo creo que me teletransporté al baño, donde de repente estaba encerrado. Seguramente no. Seguramente pegué un salto y salí huyendo hasta meterme ahí. Después abrí para preguntarle a Oli cómo estaba la situación. Me confirmó que era una abeja y que estaba intentando que volviese a salir por la ventana. Lo consiguió. Y no entiendo que, de manera inmediata, no fuese trending topic en Twitter el hashtag #graciasOli. El susto me duró toda la tarde. Tengo fobia a las abejas y a las avispas. A veces me da por decir que soy alérgico, pero es una mentira enorme que utilizo para justificar mis ridículos comportamientos.

Nuestra ducha se atasca cada cierto tiempo. Y la muy puñetera ha decidido atascarse ahora. Digo la muy puñetera porque soy de los que piensa que los objetos piensan. Así que ayer después de ducharme se queda el agua ahí y no se va. Abrimos el desagüe de al lado y empieza a salir agua por todos lados. No para de salir agua. Ojo, que no tenemos jardín ni terraza, pero podemos tener piscina, es mi primer pensamiento. Pero me dura poco, como siempre dura poco lo bueno en la vida. El baño está inundado y corro a por trapos a la cocina. La famosa bolsa de los trapos que descubres al cumplir treinta años. Oli se crece en estas situaciones. Se transforma en una capitana de la UME y yo soy un simple civil que se pone a su servicio y trata de cumplir las órdenes lo mejor posible. Al final parece que conseguimos solucionarlo. Hoy me duché y no hubo atasco. No soy gallego, pero me encanta utilizar el pasado simple para expresar acontecimientos que sucedieron recientemente. Le digo a un amigo "desayuné" y fue hace diez minutos. Lo hago mucho, no sé por qué.

Natalia Verbeke publica una foto desnuda en Instagram. Yo estoy muy a favor de la libertad de cada uno para enfrentar el confinamiento cómo a cada uno le dé la real gana. En el caso de Natalia, si ella quiere enfrentarse así a esta situación, adelante con ello, 

Sigo con mi disciplina del móvil. Ya empecé con ello antes de que todo esto empezase. Se trata de dejar el teléfono desconectado de Internet durante horas y conectarme a ratos. Estos días, esos ratos acaban siendo de lo mejor del día. Sigo echando mucho de menos a muchas personas y el hablar un ratito con ellas cada día, aunque no sea para decir nada importante, me hace bien. Porque, en la vida, hace falta saber que los que te importan están bien para poder estar bien uno.

Esto del confinamiento no me cambia de momento los horarios de sueño. Quiero decir que cuando ponemos una serie por la noche me quedo dormido a los cinco minutos. Y no es que me aburra ni nada, es que no puedo evitarlo. Y lo peor es que estos días estoy durmiendo siestas, no muy largas, pero sí que me echo un ratillo. Y tomo café, y cocacola, y cuando me quedo dormido noche tras noche Oli me mira alucinada. Yo tampoco acabo de entenderlo.

Me ocurre mucho que no paro de anotar listas de cosas que hacer durante estos días. Estoy llegando al punto en el que me da miedo que mi confinamiento sea eso, hacer listas de cosas que podría hacer durante el confinamiento, como el que se pasa la vida haciendo planes sin realizar ninguno de ellos. Un día nos dirán que podemos salir a casa y saldré al balcón de casa a protestar, que vaya vergüenza de confinamiento hombre, que esto ha sido muy poco, que necesito dos semanas más, suplicando mientras la calle se llenaría progresivamente de gente que me miraría de manera muy extraña.

Esta semana he aprovechado para avanzar con la corrección de la novela. Ya me queda poquito. Aunque es la primera corrección. A partir de junio comenzará ya el trabajo intenso con Yolanda, la editora que me está ayudando a pulir la historia. Pero me gusta ir corrigiendo todo lo que vimos en la primera reunión. Aunque por otro lado, paso miedo y sufro. Porque tú tienes una historia escrita y de repente te ves quitando de ahí, quitando de aquí, cambiando esto de un capítulo a otro porque descubres que queda mejor en ese otro capítulo que en el que estaba, cambias cosas de un personaje. Y mientras realizas cualquiera de estos cambios, de fondo la sensación de cuando tenías un castillo o una muralla en la arena de la playa y tocabas para mejorar algo y se te derrumbaba todo.

Bajé ayer al Supersol, el primer día que salía desde el sábado. Me encontré con una vecina muy simpática con la que a veces coincido en el ascensor cuando salgo a correr. Nos pusimos a hablar a distancia. Me preguntó cómo me llamaba. Nos contamos cómo llevábamos la situación y en lo que trabajábamos. Después apareció otra chica a la que ella conocía y me presentó. Qué momento para ponerse a conocer personas. Traté de verlo desde fuera, sin que todo esto del Covid19 estuviese ocurriendo y me parecía una situación surrealista, los tres hablando a distancia y sin poder darnos la mano o darnos dos besos.

Seguiremos informando. Sigamos todos en casa, que a veces es en el lugar en el que suceden las mejores historias y lo estamos descubriendo ahora. Os puedo decir que de momento esto de estar encerrado en casa no lo estoy llevando tan mal cómo me imaginaba. Veremos los próximos días. Mucho ánimo a todos, en especial a todos los enfermos, a los que tienen a alguien enfermo a quién no pueden ir a ver, a todo el personal sanitario, a todos los trabajadores de supermercados, y a todos los miembros de las Fuerzas de Seguridad. No perdamos la oportunidad de darles las gracias si nos cruzamos con algunos de ellos, por favor. Y como ellos, muchos otros trabajadores que están desempeñando un papel fundamental en este momento.

lunes, 16 de marzo de 2020

El coronavirus y de lo que no me di cuenta

El centro de Madrid en los primeros días del coronavirus
Foto del jueves 12 de marzo, había coches pero ya poca gente...



Cuando todo esto empezó, hubo algo de lo que no me di cuenta. Siempre hay algo de lo que uno no se da cuenta en la vida, pero a veces lleva un tiempo identificar lo que es. El tiempo siempre nos da la perspectiva suficiente para identificarlo todo. Yo he tardado dos días encerrado en casa en hacerlo. He necesitado dos días para ser consciente de lo mucho que echo de menos a la gente importante en mi vida. Y de lo que la voy a echar a poco que esto se alargue.

De lo que no me di cuenta es de lo que iba a echar de menos a mis padres, sobre todo el no tener la libertad de irme a verlos cuando me apetezca. Echo de menos hablar con ellos de política y también que me recomienden todo tipo de series (a veces creo que se las inventan). De lo que no me di cuenta es de lo que iba a echar de menos no poder ir a desayunar y a reírme a mi hermana, como hacemos habitualmente. Y de lo que iba a echar de menos que mi sobrino "Trampas" me reciba con esos lametazos y esa emoción cada vez que me ve. No me di cuenta de lo que iba a echar de menos no poder ir a ver a mi abuela a la residencia, con lo que ella siempre me hace reír. También echo de menos a mis tíos Toño, Moni, Luis, Mariló, Félix y Menchu y a mis primos  Carlos, Marta, Lola, Toño, Carlota, Moni, Renzo, Malena y Darío y me acuerdo mucho de ellos. Echo de menos a la familia de Oli, a mis suegros Jordi y Lucía, a mis cuñados Roger y Gemma y a los sobris Quim y Jana, a mis "primos" Mónica y Jordi y a sus niños, a Adela, a Manel. Me acuerdo de todos y cada uno de ellos.

De lo que no me di cuenta es de lo que iba a echar de menos a mis grandes amigos Andrés, Luis, Ramón, Héctor y Víctor, con los que a veces soy un cretino y les digo que me aburro con sus planes. Pues ahora les echo de menos, por cretino, supongo. De lo que no me di cuenta es de lo que iba a echar de menos a otros buenos amigos: Álvaro, Nacho, Luis, Fer, Doc, Samu, siempre listos para tomarse una cerveza en cualquier momento pero con los que lo vas aplazando porque, si no es este finde, será el siguiente, hasta que no puedes salir de casa y no sabes cuando podrás disfrutar de esas risas. Me acuerdo también de mis amigas Tere y Anisi y de muchos otros compañeros de Periodismo. De lo que no me di cuenta es de lo que iba a echar de menos a mis compañeros de trabajo Fer, Moni, Cris, Ruth, Ali, y tantos otros a los cuales conozco de hace tan solo un año y que se han convertido en auténticos faros de mi vida.

De lo que no me di cuenta es de lo que iba a echar de menos a mis amigos de Barcelona Davot, Gil, Riki, Román, Cami, María, Silvia aunque nos veamos cada muy poco tiempo, pero ahora tengo unas ganas inmensas de coger un AVE y darles un abrazo. Echo de menos juntarme con Iván a hablar y programar historias. Echo de menos a mi hermano Ronald, de Perú, al que llevo diciéndole desde hace más de diez años que iré a visitarle y que me escribió ayer para preguntarme cómo estaba y cómo estaban las cosas por España, emocionándome sin que él lo supiese. Echo de menos y me acuerdo de muchísimas personas estos días. De Jagoba, de su madre y toda la cuadrilla de Sestao, en donde siempre me trataron de maravilla. De Itxaso y David, los que presenciaron como casi me despeñé en la roca de Bali. Me acuerdo también de los amigos de Oli de Manresa y de los amigos de Oli de Esade. Me acuerdo incluso de personas que por un motivo o por otro dejaron de formar parte de mi vida y si me leen me gustaría desearles de corazón que estén bien y que se cuiden. Supongo que uno se acuerda de aquellos que le hicieron bien, y todas estas personas y otras de las que puedo no haberme acordado me han hecho mucho bien en la vida.

Echo de menos salir a correr cada mañana por la pista de Canal. El momento de llegar a la pista y empezar a correr por ahí es uno de mis momentos preferidos de cada día. Echo de menos irme a trabajar y coger el 27 cada día. Echo de menos que Ferreras no hable simplemente de política. Echo de menos ayudar a los visitantes en el Museo y a la vez recordarles que no se pueden hacer fotos. Echo de menos salir de trabajar y disfrutar de la imagen de Cibeles con la calle Alcalá de fondo, llegar a casa y contarle a Oli las anécdotas de la tarde. Echo de menos no estar llenando de planes la agenda y que Oli me diga que todo no se puede hacer recordándome que los findes, por muy findes que sean, tienen las horas que tienen. Echo de menos salir a tomar unas cañas o ir al Proyecciones. Echo mucho de menos Madrid sin sus calles abarrotadas de gente. Echo de menos la normalidad, lo que siempre está y deja de estar sin previo aviso.

Dice Holden en El Guardián entre el centeno (a ver si os habéis creído que con el coronavirus me iba yo a olvidar de Holden) que no hay que contar nunca nada a nadie, porque en el momento en el que uno empieza a contar cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo. Y si ya escribes un texto en el que lo que estás contando es precisamente que estás echando de menos a todo el mundo, ya ni os digo. No me di cuenta. Uno nunca se da cuenta de lo mucho que va a echar de menos todo y a todos.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Rewind, una novela para emocionarse

En la librería Tipos Infames en la presentación de Rewind, con Juan Tallón



Es de Primero de intensito emocional que, cuando uno ha sentido mucho, debe dejar reposar todo lo sentido durante un tiempo. Es importante descubrir si todas esas emociones eran verdaderas, porque a veces sucede que no lo eran. Leyendo la nueva novela de Juan Tallón sentí muchísimo, me emocionaba a cada página. He dejado pasar una semana y resulta que todas esas emociones eran reales.

"En un vulgar instante, todo lo que era normal desapareció. Solo un instante antes de ese instante, a las 23.01 horas, pongamos, estaba en mitad de un día perfecto. Y de repente la vida se derramó sin solución, como el agua que no se puede devolver al vaso tras volcar". Y de eso habla la novela, de cómo la vida se rompe de repente de manera inesperada y de cómo cada persona afronta esa fragilidad y la capacidad para rehacerse de cada uno. Es doloroso, tiene momentos muy tristes pero me quedo con esta frase: "la vida, o lo que queda de ella después de cada desastre, siempre se abre paso". Me quedo con "o lo que queda de ella" porque a veces la vida ya no es la que era, pero uno aprende a vivir con ella, incluso, como dice un personaje de la novela, uno aprende a vivir sin ánimos. Otro gran descubrimiento es "el tiempo te somete a sus propias curas", qué gran verdad.

El libro cuenta la historia de unos estudiantes erasmus en un piso de Lyon: Paul, Emma, Ilka y Luca. "Al mes y medio de mudarse, a aquellos chavales los conocía y quería medio barrio". Y yo añadiría "y todos los lectores, joder, y todos los lectores". Crear unos personajes a los que sentir como amigos y un piso al que te apetezca ir a tomar algo es de un mérito extraordinario.

Y termino con otra gran frase que me ha encantado y que dice uno de los personajes: "no hay que saltarse un trámite emocional" y "la importancia de pasar por todos ellos, sin atajos". Esa necesidad de no querer aceptar en determinadas situaciones nuestros sentimientos o nuestras emociones porque nos resultan incómodas. Pues no, aquí nadie se salta un trámite emocional.

Creo que es un libro que voy a recomendar mucho y a regalar bastante.