domingo, 5 de enero de 2014

El zapato de la ilusión


En ocasiones siento que tengo cierto complejo de Peter Pan. Ya sabéis, el niño que nunca quiere dejar de serlo. Creo que poseo alguno de los síntomas, pero no viene a cuento explicarlos en este momento. Me centraré en una de las noches del año en las que más sale a relucir. Se trata de la noche de hoy: la mágica Noche de Reyes.

Para que entendáis mi forma de ser y de vivir esta noche tan señalada, os confesaré que fui el último de mi clase en enterarse de lo que vosotros ya sabéis. Incluso, una vez, escuchando cuchichear a mis compañeros de clase, me enfadé y les dije que me explicasen de qué hablaban. Mi amigo Andrés Fernández no quiso responderme, me puse pesado, y me lo acabó soltando. Y recuerdo que decidí no creerlo como quien se aferra a su ilusión antes que creer a la cruda realidad. Era un Inocencio Quiroga de la vida (mi abuela llama así a las personas muy inocentonas, les dice "Ayyy Inocencio Quirogaaaa").

En mi memoria guardo recuerdos de noches de muchos nervios, de insomnio infantil, de escuchar ruidos por la casa, de taparme los oidos, procurando no estornudar, no hacer movimiento alguno para que los Reyes no descubriesen que estaba despierto, no les fuese a dar por irse. Trataba de dormirme pronto siempre. Y muy pronto por la mañana, siendo yo el hermano mayor, iba a despertar a mi hermana pequeña porque no podía aguantar más en la cama sin ver los regalos.

Pero antes de acostarse, venía la parte más importante. Si no se hacía eso, todo perdía su sentido. Hablo del ritual consistente en dejar el zapato. Si no lo hacía, sus Majestades de Oriente no sabrían donde dejar los regalos. Por eso lo dejaba cuidadosamente en el lugar en el que quería tenerlos por la mañana. Dejar el zapato era el momento culminante de la noche. Ahí se concentraban todas las emociones antes de irse a dormir.

Hoy en día sigo dejando el zapato cada Noche de Reyes. Porque es una forma de sentirme conectado al niño que fui. Porque en ese zapato están las ilusiones de la noche. Porque ese zapato es el símbolo de la Noche de Reyes para mí.

Por supuesto todas las Navidades escribía una carta a los Reyes explicándoles lo bueno que había sido y lo mucho que me merecía todos aquellos regalos. Y sí. Hoy sigo escribiendo la Carta. Porque sin Carta, no hay Reyes. Y tengo miedo porque estas Navidades han sido las primeras en las que por unas razones y por otras no he podido escribirla. Pero me aseguraré de dejar el zapato bien visible para cumplir al menos con el ritual de cada Noche de Reyes.

Es probable que al hacernos mayores poco a poco deje de ser lo mismo. Pero yo me esfuerzo porque cada Noche de Reyes sea como aquellas que vivía de pequeño, me esfuerzo por contagiarme del espíritu y mantener la ilusión intacta. Si me ofrecen salir, algo que cada vez se hace más en esta noche, digo que no rotundo. Me gusta estar en casa dormido mientras los Reyes, camellos y pajes entran y dejan los regalos. No quiero perder esa magia. Nunca.

Y no puedo acabar este texto sin mencionar mi regalo favorito: el fabuloso barco pirata de PlayMobil. ¿Y el vuestro? ¿Cómo vivíais la Noche de Reyes y cómo la vivís ahora? Y sobre todo... ¿dejáis el zapato?

Feliz Noche de Reyes a todos y que se cumplan vuestros deseos.




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