jueves, 9 de enero de 2014

Yon, el malo

Todos sufrimos a un malo cuando éramos pequeños. Normalmente, pertenecía a nuestra clase. Eso nos tranquilizaba, sólo en parte, porque al menos su posición cercana nos ayudaba a tenerle bien localizado. En mi caso, esto nunca fue así. El horror venía de fuera. Y debido a ello, el pánico era mucho más intenso porque no podías ponerle cara a la amenaza, y nunca sabías cuándo le daría por hacer acto de presencia.

Pero os lo explicaré mejor, que lo merecéis, vosotros, y la historia. Tendría yo alrededor de once o doce años (soy malo de memoria), y iba al colegio Marqués de Marcenado. Nuestra clase era de lo más normalita que yo recuerde. Había un chico, llamado Javi, que en ocasiones se metía en líos. Yo me llevaba muy bien con él y éramos amigos. Muchos viernes subía a mi casa con otros de clase y pasábamos la tarde merendando y jugando.

El problema vino cuando apareció Yon, un malo muy malo. Apareció en forma de rumor, por lo que al principio existía la esperanza de que realmente no existiese. Lo que se decía de él eran como las hazañas del héroe al que se le ha visto haciendo el bien pero al revés. Es decir, no era un héroe, era un villano. Segundo, no eran hazañas, eran historias terribles. Tercero, no inspiraban grandeza, sino terror. Se decía que iba por distintos barrios atracando a los desprevenidos de cada colegio que estuviesen jugando en la calle.

Yon era amigo de Javi, el chico de mi clase. Nosotros no lo habíamos visto nunca, pero el hecho de tener dentro de tu clase al cómplice de fechorías de un personaje tan sombrío como aparentaba ser el tal Yon, no ayudaba en nada a la convivencia normal de una clase de colegio. Era imposible que hubiese calma cuando, ante cualquier cosa que a Javi no le gustaba, te echase un vistazo diciéndote que iba a llamar a su amiguito. Imposible ir feliz al cole así. Os lo prometo.

La figura de Yon se agigantaba, sus pavorosas hazañas seguían llegando, y llegó el día que tenía que llegar. Lo recuerdo muy bien. Fue la primera vez que pude morir. O así lo veía yo en ese momento. Estando jugando con mis amigos al fútbol en la calle, el tiempo se paró. Por una esquina apareció Javi, como el escolta. Y detrás, firme en su paso y con la mirada clavada en el grupo que formábamos mis amigos y yo, el mayor villano al que me he tenido que enfrentar. Ahí estaba Yon. Por fin se materializaban nuestras pesadillas. No había escapatoria.

Inmediatamente dejamos de jugar. No era plan de jugársela. Teníamos que mostrar seriedad y respeto. Si luego había que pegarse, que se pegasen (eso pensaba yo, porque ni entonces ni ahora a mis 29 venceré la cobardía para meterme jamás en una pelea). Fue caminando muy serio hacia nosotros. Nadie decía nada. Sólo nos miraba. Y sí. Daba bastante miedito el villano Yon. Nos ordenó (no de palabra, sino de tono) que nos pusiésemos en fila en unos coches. Y entonces él empezó uno por uno a pasar revista, como si de la mili se tratase. Se iba poniendo delante de cada uno y nos iba emitiendo amenazas y sonidos guturales surrealistas cuyo único fin era amedrentarnos lo máximo posible, para luego seguramente matarnos (esa era mi visión, y me daba mucha pena no poder despedirme de mis padres).

Ninguno le respondía, y al valiente que se le encaraba lo más mínimo le duraba la valentía lo que a Higuaín la puntería, así que íbamos apañados. Yo era el último de la fila y iba contemplando toda la escena para saber manejarme cuando llegase a mí. Es bueno saber estar preparado para cosas así. Al llegar a mí, se me quedó mirando, como a los demás, y en el momento de ir a amenazarme, Javi le dijo "a este no le toques". Me puse tensísimo. Yon el Terrible podía pelearse con su fiel escudero por darle órdenes a él, o podía optar por hacerle caso. Y evité la muerte al elegir Yon la segunda opción. Y siempre estaré agradecido a Javi.

Como quién sufre un episodio traumático, no recuerdo muy bien ni el antes, ni mucho menos el después. Sólo sé que se fueron por dónde habían venido. No nos hicieron daño físico. Pero nos hicieron pasar un mal rato de los buenos. De hecho, si tuviese que hacer un Top 5 de malos ratos de mi vida, o de la infancia, este podría ganar el liderato sin ninguna duda.



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