Estos días de confinamiento me acuerdo mucho de Mandela. Es
mi personaje histórico preferido. He hablado de él en más de una ocasión. Creo
que hay tantas lecciones que aprender de él que no pasa nada por ser repetitivo.
Llevo días necesitando hablar de él una vez más. Salvando las distancias, claro.
Recordemos que Mandela fue encarcelado por un sistema criminal como el
apartheid y que se pasó veintisiete años encerrado, dieciocho de los cuales los
pasó en una cela de 2,5 x 2,1. No puede compararse con lo que nosotros estamos
viviendo ahora. Pero sí podemos intentar tomar ejemplo y buscar inspiración en
todo lo que él logró durante todos esos años encerrado.
Para empezar, Mandela utilizó ese tiempo en la cárcel para
conocer precisamente a aquellos que lo habían metido ahí. Se dedicó a pedir
libros sobre la historia de los afrikaners, quiso conocer su cultura, su lengua.
De esa manera, empezó a ganárselos. Primero, a sus carceleros. Hubo un
carcelero al que iban a trasladar a otra prisión y se negó simplemente porque
dijo que quería estar cerca de Nelson Mandela. Lo adoraban. Te meten en la
cárcel en una dictadura y tú dedicas tu tiempo en prisión a conocer a los que
te han metido ahí para tratar de ganártelos. Solo él podía hacer algo así.
En la cárcel, Mandela aprendió a tener objetivos realistas. Entendió
que a la democracia y a la igualdad en Sudáfrica se llegaría a través de la
generosidad y del perdón. Entendió muy bien que había que dejar de lado el
rencor y la venganza. Aprendió a controlar sus emociones, que le hablaban de
venganza, y supo anteponer la razón para lograr sus objetivos.
Al poco de salir de la cárcel, Mandela dio una rueda de
prensa multitudinaria ante numerosos periodistas venidos de todo el mundo. Recordemos
que este fue un acontecimiento histórico a nivel mundial. Que existía mucha
presión internacional sobre Sudáfrica para que liberase a Mandela y eliminase
el terrible apartheid. La rueda de prensa finalizó con todos los periodistas
aplaudiendo a Mandela. Se los metió en el bolsillo, como a tantos otros.
Desde que fue libre, Mandela se dedicó a su tarea de lograr
la reconciliación entre blancos y negros. Se reunió con muchas personas, pero
especialmente llamativo fue su encuentro con el general Viljoen. Viljoen era un
héroe para los blancos, había sido el jefe del ejército y en ese momento había
salido de su retiro dispuesto a liderar el movimiento para un estado blanco
independiente. Quería encabezar un movimiento de extrema derecha que quería
asesinar a Mandela. A pesar de todo, Mandela quiso reunirse con él. En aquel
encuentro, fue el propio Mandela el que le sirvió el té, y le habló de los
afrikaners y le sedujo de tal manera que Viljoen declaró tiempo después que se
quedó totalmente desarmado hasta tal punto de que dio un giro radical a todo lo
que había pensado durante toda su vida y acabó contribuyendo para consolidar la
democracia en Sudáfrica y eliminar el crimen del apartheid. Viljoen no fue el único al que le ocurriría algo así. John Carlin, quizá el periodista que mejor conoció a Mandela, suele contar que cuando realizaba entrevistas a los que habían sido enemigos de Mandela se deshacían en elogios y se ponían a llorar hablando de él.
En el partido de Mandela, el ACN, eran escépticos con muchos
de los movimientos de su líder. De alguna manera, no se fiaban. Un buen ejemplo
es que ellos aspiraban a imponer el himno de los negros, el Nkosi Sikelel, como
himno de la nueva Sudáfrica. Esto indignó a Mandela, que era muy consciente de
la importancia de los símbolos, y les convenció de que no se podía eliminar el
himno de los afrikaners y que de ahora en adelante deberían sonar los dos
himnos de manera oficial. Les dijo que él quería ser el presidente de Sudáfrica,
no del ANC. Un líder que supo decirle a los suyos "por ahí no".
La amabilidad, respeto y atención que mostró por sus
carceleros, o por Viljoen, o con cualquiera de los afrikaners con los que se
entrevistó la aplicaba Mandela a cualquier persona. No distinguía nunca. Le
daba totalmente igual el cargo. Además, cuentan siempre que era de esas
personas que se acordaba del nombre de cada persona que conocía. Otro detalle
que dice mucho de él es que cuando se convirtió en presidente de su país, conoció
a los trabajadores de la residencia oficial del gobierno. Todos llevaban ahí
muchos años al servicio de la dictadura de los afrikaners. Mandela se
entrevistó con cada uno de ellos, quiso conocerles uno a uno. Y después les
dijo que necesitaba de su conocimiento y de su experiencia. Comparémoslo con
nuestro país, en el que cada vez que hay un cambio de gobierno, en una
democracia estable, cada uno va con su equipo y prescinde de los que ya estaban
ahí.
Por último, la gran historia del rugby, que se cuenta en el
libro El factor humano de John Carlin, y en la película Invictus. La camiseta
verde de la selección de rugby sudafricana era un símbolo de opresión para los
negros y un símbolo casi religioso para los blancos. Se celebraba el Mundial de
Rugby en Sudáfrica y Mandela lo utilizó para la reconciliación definitiva de su
pueblo. Se puso la camiseta verde, por recomendación de su guardaespaldas, y se
implicó con la victoria del equipo de tal manera que logró que los blancos lo
acabasen adorando aún más y los negros deseasen también la victoria del equipo,
que además sucedió. Además del libro mencionado, hay otro de John Carlin que me gustó aún todavía más: La sonrisa de Mandela.
Cuando acabó esa final, Mandela había logrado de manera
pública lo que ya había ido consiguiendo en privado durante todos esos años: la
paz en Sudáfrica, su gran obsesión desde que pasó aquellos veintisiete años
encerrado. ¿El gran secreto? Jamás humillar al otro, aunque él te hubiese
humillado a ti. Muchas veces en distintas situaciones de nuestro país he pensado en cómo hubiera actuado Mandela. Estos días me lo vuelvo a preguntar: sé que él buscaría la unidad, sé que él pensaría en el país, sé que con él todo sería mejor.
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