viernes, 25 de octubre de 2019

El doctor Otero, el doctor Charro, y un tiroides sublingual

La calle Galileo de Madrid, donde estaba la consulta del Doctor Otero
La calle Galileo, en la que estaba la consulta del Doctor Otero


Tengo un tiroides sublingual. Todas las conversaciones de mi vida deberían empezar por ahí. Es algo que nunca tengo presente, se me olvida. Y no debería. Creo que lo he aprovechado poco. Sobre todo cuando muestro ser tan corto de mente para determinadas cosas. Podría decir "es que tengo un tiroides sublingual" y a ver quién me dice algo. Nunca es tarde, quizá podría empezar a utilizarlo a partir de ahora. O cuando no me apetezca quedar "es que tengo un tiroides sublingual". Y me muero por saber qué hubiera dado de sí, años atrás, una conversación de bar con cualquier chica en la que empezase mencionando lo primero de todo mi tiroides sublingual. Algo así como: "Hola, tengo un tiroides sublingual, me llamo Guillermo y tengo 26 años, ¿qué tal?". Para el que no lo sepa, un tiroides sublingual es algo bastante excepcional. No soy médico y no tengo datos que indiquen una frecuencia con la que esta anomalía sucede, pero ya os digo que es algo bastante excepcional. Y esto fue lo que me diagnosticó el doctor Charro cuando era un crío.

Todo esto viene a cuento de que esta semana he vuelto a ver al doctor Charro y me ha hecho mucha ilusión. Este doctor me derivó en su momento a un compañero suyo, el doctor Otero, que es el endocrino al que he estado yendo toda mi vida desde hace más de veinte años, con varias revisiones al año. Es un médico muy bueno y que ha luchado bastante por mí. Pero además ha sido muy cariñoso siempre conmigo y con mi madre, que era la que me acompañaba a la consulta durante tantos años. Cuando empecé a ir solo yo creo que a mi madre le dio pena no ver más al doctor Otero. De hecho, mi padre no se fiaba de que fuese yo solo y tenía la teoría de que yo iba a ver a Otero como el que va a ver a un amigote dos o tres veces al año y se ponen un poco al día de sus vidas y que ni tocábamos el tema médico en ningún momento.

Después de verano siempre me toca ir a la consulta. Y cuando llamé para pedir cita hace unas semanas, me dijeron que el doctor había tenido un problema y que no volvería a tener la consulta. Me quedé helado y no reaccioné. Ya desde hace tiempo barajaba la posibilidad de que se jubilase para que me recomendase otro médico, pero nunca conté con que algo así pudiese ocurrir. A uno deberían dejarle despedirse siempre del médico que le he acompañado toda la vida. Volví a llamar y me recomendaron, atención, ir a la consulta del Doctor Charro. Ahí está la vida, con sus giros de guion tan alucinantes.

Y así ha sido como veintitantos años después, esta semana he vuelto al origen. Entré a la consulta y ahí estaba el Doctor Charro, acompañado de dos chicas estudiantes de medicina del Ceu. Antes de sentarme, para asegurarme, le pregunté: "¿Es usted el Doctor Charro?" a lo que me respondió entre risas que sí, que "así me llaman, al menos". Y le conté que era el niño al que veintitantos años atrás le había diagnosticado un tiroides sublingual y vi que sus ojos se iluminaban y me respondió que claro, que por supuesto que se acordaba, que cómo no se iba a acordar, si sólo había visto dos casos así en su vida, un mejicano y yo, unos desustanciados dice mi padre, que es de Jaca y en Aragón dicen mucho "desustanciado". Las dos chicas, a todo esto, miraban la escena como si estuviesen presenciando una obra de teatro, se reían y a la vez alucinaban. Después se lo conté a mi madre y recordó que Charro le pidió permiso para exponer mi caso de tiroides sublingual en un congreso médico. Mi madre le preguntó si "el niño", yo, tenía que ir. Y él le dijo que no. Menos mal, que me imagino ahí ya de niño poniéndome rojo delante de un montón de gente.

Os cuento todo esto porque me ha hecho ilusión volver a ver al Doctor Charro, porque me ha dado mucha pena no poder despedirme del Doctor Otero, y porque no he dejado de pensar durante estos días en lo alucinante de todo esto, en como la vida te da mil vueltas y te acaba llevando al origen de todo sin que tú puedas hacer absolutamente nada.

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