viernes, 27 de mayo de 2016

El falso dilema de un madridista



No sé muy bien ni lo que quiero contar en este artículo. Supongo que quiero hablar de la gran final de Champions que volverá a paralizar Madrid por segunda vez en tres años. Después de haberse visto las caras en Lisboa en 2014, lo que a todos nos pareció irrepetible, se repite tan sólo dos años después, esta vez en el escaparate, nunca mejor dicho, de Milán, en el estadio de San Siro.

Durante las últimas semanas he fantaseado con la posibilidad de ir con el Atleti. Creía que ese era un escenario bastante realista. Las razones eran, principalmente, mi abuela, mi madre y mi hermana. Y bueno, un poco también mis tíos. La familia de mi madre es ejemplo de amor a unos colores como he visto pocos en mi vida, creedme. Y sus previas en días de partidos importantes pueden alcanzar fácilmente la categoría de legendarias.

También tenía en la cabeza eso que habréis leído y escuchado en los análisis previos al partido, lo de que el fútbol le debe una al Atleti. Sí, que en realidad el fútbol no es una persona y no le debe nada a nadie, es caprichoso y si tiene que volver a ser cruel con el Atleti, lo será. Pero ay, que soy de los que cree en la justicia poética y me veía sinceramente animando al Atleti porque "se lo merece".

La tontería me ha durado hasta esta semana. Nada como los instantes decisivos de la vida para conocerse a uno mismo. Nada mejor que la vida nos ponga a prueba para conocer nuestras emociones más profundas. A pocos días de la gran final, escuchando hablar del partido en la radio, ya sentí esa punzada. Ocurre a cualquier aficionado de un equipo antes de un encuentro decisivo: hay un momento, en la semana previa, en la que salta un "click" del que ya no te recuperas hasta que empiece el partido. A algunos tarda en activárseles ese mecanismo hasta el día antes, otros hasta dos horas antes de que ruede el balón, y otros les salta el click a veinte días de la final y se vuelven locos.

El caso es que yo lo sentí ayer, creo. Hablaban de la final en la radio y, estando solo en casa, grité un "¡¡Vamoooooooossssss!!" que me sorprendió a mí mismo. Pero no debió causarme tanto asombro. Me di cuenta de que incluso era igual de ridículo que si de repente me levantase una mañana y me sorprendiese de ser rubio y tener los ojos azules. Soy del Madrid. Lo llevo dentro. Y nunca dejaré de ser del Madrid. No me sale otra cosa. No sabría sentir otros colores. Lo mío es el blanco. En el momento en el que lo descubrí, respiré bastante aliviado.

Cuando te gusta una chica, intentas estar siempre pendiente de cualquier acontecimiento que ocurre en su vida, por nimio que éste sea. Si el Real Madrid fuese una chica, yo la escribiría un mensaje preguntándole: "Qué tal, cuéntame cómo te ha ido el amistoso contra el Murcia" porque aunque no se juegue nada, necesito saber cómo ha quedado. Puede sonar tonto, pero me parece muy real.

Confesaré de todas formas que de pequeño era del Atleti. Me hice del Madrid porque, alguna vez en la vida, quería tener opciones de ganar. Suena muy mal, que conste que soy consciente. Pero era pequeño, veía al Madrid ganar y al Atleti perder, salvo en el año del Doblete, y me fui a lo fácil. Yo no sabía cómo iba a ser mi vida entonces, y me agarré a la seguridad del triunfo que me ofrecían entonces los blancos. Y bueno, mi padre tuvo mucho que ver, claro que sí. Esta es mi teoría. Mi abuela Loli os contaría que "la victoria", porque ella lo considera una victoria, de que sea del Madrid es suya. De hecho, suya es la mítica frase de "esa victoria es mía" una sentencia que soltó un día en el que la familia discutía acerca de mis orígenes madridistas.

El caso es que ya resuelto el dilema, que resultó ser completamente falso, de con quién ir mañana, ya sólo quiero que sea sábado por la tarde y disfrutar de la previa con amigos y después tocará irse a verlo a casa. Somos una familia dividida, mi padre y yo blancos, y mi madre y mi hermana colchoneras. Conseguimos superar lo-de-Lisboa. No era fácil. Cuando marcó Ramos, no sabía dónde mirar. Tenía a mi madre y a mi hermana delante. Me parecía tan cruel. Me sentía hasta culpable. Me fui a gritar y a celebrar el gol al pasillo. Y a pesar de estar feliz, tenía una sensación agridulce: intentaba ponerme en el lugar de mi madre y de mi hermana. Pensaba en mi abuela, que ya sufrió en el 74 el mismo castigo contra el Bayern. Pensaba que cómo podían tener esa mala suerte. Por eso tengo un deseo para mañana: que si gana el Madrid, por favor no sea de forma cruel de nuevo. Lo pido por favor, de verdad.


Y sí. Si gana el Atleti, me alegraré. No lo digo con la boca pequeña ni mucho menos. Por mi familia atlética sobre todo. Pero también por todos los amigos y compañeros de trabajo y de clase que la vida me ha colocado en algún momento al lado, y sin los cuales nada de esto sería lo mismo. Porque ese es también un elemento muy importante: lo que mola Madrid, y lo que mola que sus dos equipos estén ahí conquistando Europa por segunda vez en tres años, algo que no había ocurrido nunca. Decía hoy Panchito Varona que todo Madriddebería salir a celebrar después del partido, quizá es pedir mucho, pero la fiesta sería monumental. Y en Madrid no nos cuesta mucho pegarnos una buena fiesta por el motivo que sea. Venga, pensadlo.

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