Al finalizar el partido del Barcelona contra el PSG, un
amigo mío dictó sentencia: “Puta UEFA”. Acabábamos de asistir a una epopeya del
deporte y mi amigo lo resumía todo en un robo del árbitro y de la UEFA. De nada
valía que los culés hubiesen marcado seis goles en toda una eliminatoria de la
mejor competición del mundo. De nada servía tampoco que esos seis goles se los
hubiesen marcado a un equipazo como es el PSG. Nada. Todo era responsabilidad
del árbitro que era cómplice de una oscura conspiración de la UEFA. Todo muy
culé, si se piensa. Igual que muy del Madrid la victoria de ayer del Barcelona.
Me gusta el deporte cuando alcanza lo imposible. Creo que
muchos partidos de fútbol contienen la mejor de las novelas. Los mejores giros
de guión se han visto en multitud de ocasiones en un césped. Sí, es fútbol,
pero ahí está la vida misma, háganme caso. La fe en la victoria del que lo
tiene todo perdido. La chica que se va con el otro cuando el público ya la veía feliz y comiendo perdices con el inesperado perdedor. Insisto, la vida está en el césped. Sobre
todo, en noches como la de ayer en Barcelona. Nadie podía esperarse lo que
ocurrió, porque nadie puede imaginarse nunca que suceda lo imposible.
Lo que vimos ayer fue Historia del Deporte. A ningún
madridista le hace gracia que gane el Barça, porque es su máximo rival. Es ley
de vida. Pero aquí viene una lección importante, para el deporte y para la vida
en general: no pasa nada por concederle mérito a tu rival. De verdad. No duele.
No te vas a morir. No vas a coger ninguna enfermedad. Se le aplaude y se le
desea que se cruce contigo para ganarle tú en la siguiente ronda. Y ya está. El
deporte debería ser eso y muchos se han empeñado en emponzoñarlo y convertirlo
en motivo de discordia permanente. Reconocerle algún mérito al rival está
tipificado como delito.
Volviendo a mi amigo. El del sesudo análisis. Sobra decir
que es madridista. Nada dijo cuando el Madrid empató en el 93’ en Lisboa, o
cuando Ramos marcó un gol ilegal en la final de Milán contra el Atleti también.
Ni él ni ninguno de los que son como él dicen ni dirán nada nunca de las
tropelías que cometan los árbitros a favor de su equipo. Y vaya por delante una
cosa: me parece igual de grandioso que el Madrid gane siempre al final que lo
haga el Barcelona o el Sestao. En esta vida soy muy del personaje que nunca
deja de creer, aunque no pueda ni ver a ese personaje.
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