jueves, 17 de mayo de 2018

Todo lo que vi en veinte minutos corriendo

Un paseo por Madrid para escribir
Cae la tarde en Santa Engracia

Ayer salí veinte minutos a correr y vi todo esto, aún no doy crédito.

Vi a una madre con su hija pequeña. Iban a comprar unos rotuladores a la papelería, dijeron. Al salir, un chico de aspecto joven dejaba su moto justo delante de mi portal. Un grupo de adolescentes iban hablando de un concierto al que estaban a punto de entrar en una sala musical cerca de donde vivo. Mencionaron el nombre del artista, pero ni idea. Un matrimonio salía de una panadería con dos barras de pan. Pensé que sólo quedaba la última comida del día y me sorprendió lo de las dos barras. Supuse que les gustaba mucho el pan o que tenían hijos aún en casa. Quizá lo congelaban para desayunar por las mañanas. Ese tipo de nimiedades son cosas que me muero por saber.

A veces siento unas ganas imperiosas de ir y preguntarle a la gente. El problema es que me iban a mirar como a un loco. Si no fuese por ese inconveniente, me pasaría el día entero haciéndole todo tipo de preguntas a todo tipo de desconocidos. ¿Por qué compras plátanos y no manzanas? Así, a bocajarro, en el momento de pesar la compra de fruta en el supermercado. Perdón, me he despistado en mi tarea. Les contaba lo que pude ver ayer en veinte minutos que salí a correr por mi barrio. Lo que pasa es que según veía las cosas también pensaba para mis adentros y al compartirlo con ustedes, me sale todo, hechos y reflexiones. Continúo, si me lo permiten.

Había muchos niños y muchas niñas. Enloquecidos todos. Salían del colegio y pensé que algo mal hacían ahí dentro, porque salían corriendo, espantaban a las palomas, chillaban, jugaban y se mostraban exultantes. ¿También hacía yo eso al salir de mi cole? Por cierto, a propósito de las palomas, creo que alguien, que disponga de mucho tiempo libre, debería estudiar la relación entre niños, palomas y perros. Hay toda una tesis ahí, me parece, y convendría desarrollarla. A mí al menos me interesa, de verdad.

Hacía buen tiempo, se podía ir en manga corta, experiencia empírica que de poco me sirvió ya que más tarde salí a dar un paseo y me cogí la chaqueta. Un rollo porque luego tuve que ir cargando con ella en los brazos toda la noche. No sé por qué lo hice. A veces algo es obvio y ni por esas entramos en razón. Muchos ejecutivos también. Vivo en zona de oficinas. Era la hora de salir del trabajo aunque no parecían especialmente contentos. Quizá al llegar a casa tenían que seguir preparando las reuniones.

Vi a un hombre pasear al perro. Era graciosísimo porque era un perro de estos minucias y no paraba de ladrar el tío. El dueño ya no sabía que hacer para intentar callarle. Era un poco ridículo todo, y a él se le veía consciente de que lo era, me pareció. Había también dos hombres de mediana edad sentados en el borde de un escaparate y tres hombres sentados en un banco delante de ellos. Parecía que se miraban y se retaban de alguna manera. Pero igual de alguna manera es sólo para mí. En realidad, puede que no se mirasen, pero la escena ganaba mucho en interés de esa manera a la hora de contársela a ustedes.

Pasé por una zona de terrazas. La imagen de una terraza llena de gente bebiendo, hablando y riendo me alegra la vida siempre que la veo. Había todo tipo de personas. En una mesa, tres chicas hablaban. Cada una con su cerveza. Una había conocido a alguien, según parecía. Era curioso porque no se interrumpían, la escuchaban atenta. Creo que los hombres nos interrumpimos, nos ponemos nerviosos y comenzamos a hacer bromas de lo más estúpido cuando nos ponemos a contarle a nuestros amigos que hemos conocido a alguien. No sé qué pensarán ustedes.

De la puerta del Mercadona salían y entraban riadas de gente como si se fuese a acabar el mundo. Igual sí. No estoy nada conectado a las noticias. Agradecería un comentario al final del artículo informándome de ello. Había un chico muy joven que llevaba dos bolsas muy cargadas. Seguramente un estudiante que había sobrevalorado su fuerza y ahora estaba pasándolo fatal. En ese tipo de fracasos haciendo la compra se aprende un montón de la vida, créanme.

Chicos y chicas con bolsas de las tiendas de la calle Orense. Quizá un día malo, quizá un capricho porque sí. Y punto. Tampoco hay que buscarle explicación a cada acto del ser humano, ¿no? Pasé delante de una tienda de ropa que huele de maravilla. Aunque vaya distraído y agotado por la carrera, siempre que paso por ahí, es imposible no darme cuenta. Me crucé con dos tipos muy altos. Pasé miedo, como siempre que tengo delante a un ser humano de mayor altura que yo. Una chica joven iba en bici y casi la atropellan. Qué susto se llevó todo el mundo.

Subí toda una cuesta, que se me hizo eterna, hasta llegar a Cuatro Caminos, lugar castizo donde los haya. Intenté seguir fijándome en todo lo que veía a mi alrededor. En una cafetería muy mona los clientes merendaban. Tres jubiladas se reían a carcajadas en una mesa. Quiero reírme así cuando tenga su edad, pensé. Había un hombre que leía el periódico, El Mundo, creo. Estaba en las páginas de opinión. Llegué a Cuatro Caminos. Descansé diez segundos en los que, como siempre que paso por ahí, me dedico a observar fijamente a todas las personas que pasan ese momento. Háganlo alguna vez. Váyanse una tarde a la glorieta de Cuatro Caminos y quédense mirando. No hay más que hacer. Ir allí y mirar. Ya me contarán qué tal la experiencia.

Cuando bajé la cuesta de nuevo, me fijé en que el hombre seguía en las mismas páginas de opinión en las que le había dejado antes. Carai con el hombre. Si no sale de esa página no se va a enterar de que se acaba el mundo, pensé. Estaba agotado y respiraba de tal manera que algunos transeúntes me miraban un tanto preocupados, otros directamente asustados. Tenía ganas de ofrecerles una explicación y de paso tranquilizarles con que no me iba a morir ahí delante de ellos, que eso sería una faena.

Me quedé con las ganas de saber qué llevaban en las bolsas todos. Los que salían de hacer la compra y los que salían de las tiendas. O de preguntarle a un señor el motivo de su horrorosa camisa rosa estampada con puntos azules pequeños extendidos por todos lados. O si las personas que entraban a esa librería se compraban libros para ellas o de regalo. Siempre quiero hacerles preguntas a los demás. Es un problema, créanme. Al llegar a casa, me duché y me quedé dormido. No sé si se ha acabado el mundo, si es así, les agradecería que me lo hicieran saber. Muchas gracias, de verdad.

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