jueves, 2 de febrero de 2017

Mi relación con James Joyce

Con la estatua de James Joyce en O´Connell Street en Dublín
Con la estatua de James Joyce al lado de O´Connell Street en Dublín.

En 2017 celebro diez años de "lo mío" con el escritor James Joyce. Aprovecho para contaros esto porque se acaban de cumplir 135 años de su nacimiento. En el año 2007 me hice íntimo del autor irlandés. Os quiero contar muchas cosas y no sé ni por donde empezar. Voy a intentarlo.

El curso 2006/2007 fue el último de mis cinco años de Periodismo, un año alegre, emocionante, con ilusión y con miedo por lo que vendría después. Teníamos que hacer el Trabajo Fin de Carrera y yo no sabía muy bien sobre qué tema realizarlo. Finalmente, opté por elegir como tutora a mi profesora de Literatura del primer año, de la que ya os he hablado en este blog, Margarita Garbisu. Yo había estado el verano anterior en Irlanda y había regresado sintiéndome Michael Collins. Todo esto tiene sentido, os lo aseguro. La decisión fue hacerlo con mi profesora favorita y combinar dos pasiones: los libros y el país del trébol. Nada podía salir mal. Tras dar varias vueltas, decidimos enfocarlo en este título: "La relación de James Joyce con Irlanda a través de sus cartas". 

Me pasé todo el año leyéndome biografías del bueno de James. Me leí sus cartas. Llegué a conocerle bien, finalmente. Fui avanzando en el trabajo hasta el momento final que tanto temíamos todos.Me refiero al del Tribunal. Llegó el Día D, y defendí mi trabajo como buenamente pude. Pero hay cosas para las que uno no está preparado. Yo les estaba citando a Richard Ellman, que era el autor de la mejor biografía sobre Joyce. Un miembro del Tribunal, una profesora de la Universidad, me preguntó si para mi trabajo había contactado con Richard Ellman. No hubiera tenido ningún problema en contactar con él. Pero era difícil: Ellman llevaba muerto muchos años, veinte para ser exactos. Recuerdo mi absoluta estupefacción en aquel momento. No sabía donde meterme y no me sentía con fuerzas como para desautorizar de esa manera a un miembro del Tribunal. Contesté que no, que no había contactado con él. Mentalmente, mi respuesta fue otra y había improperios en ella.

James Joyce escribió Ulises, uno de los grandes clásicos de la literatura. La idea principal se basa en La Odisea de Homero y cuenta las peripecias de dos personajes, Leopold Bloom y Stephen Dedalus, durante todo un día en la ciudad de Dubín. Es una novela muy famosa por su dificultad para leerla. ("Escribí Ulises para mantener a los críticos ocupados durante los próximos trescientos años", dijo Joyce). Yo la quiero leer algún día, pero aún no me he atrevido. Si alguna vez tenéis un Ulises entre manos, abridlo por cualquier página, da igual. Servirá para que te hagas una idea del tipo de libro que es. Yo lo hice y tocotoc tocotoc tocotoc. Acabas de sentirte confuso al leer esto último. Lo sé. Es lo que me ocurrió a mí cuando abrí el libro en casa de mis padres y en esa página Joyce escribía un párrafo en el que de repente decía eso mismo: tocotoc tocotoc tocotoc. Porque hace monólogos interiores y mientras narra una experiencia, describe los ruidos que acompañan a la escena.

El Ulises de Joyce es considerado por muchos como la mejor novela en lengua inglesa del siglo XX. Y, sin embargo, costó mucho publicarla. Y una vez publicada, no fue hasta muchísimos años después cuando obtuvo su reconocimiento. Durante mucho tiempo su sola mención en su país natal era una provocación. Hoy se reivindica como un éxito nacional y a su autor, como un héroe de Irlanda. La que creyó desde el principio en aquel manuscrito fue la editora Sylvia Beach, de la que ya hemos hablado en este blog. Si no es por ella, nunca se hubiera publicado.

La leyenda del Ulises renace cada 16 de junio en todo el mundo, pero especialmente, por supuesto, en Dublín. El 16 de junio fue la primera cita de James Joyce con Nora Barnacle, la mujer que le acompañaría, y sufriría por ello, toda su vida. Se conocieron el viernes 10 de junio de 1904, quedaron en verse el martes 14, pero ella no apareció y no se vieron hasta el jueves 16, que salieron a pasear por primera vez. Joyce quiso que su obra cumbre transcurriese en un 16 de junio en homenaje a esa fecha tan especial en su vida. Venga, no me digáis que no era un romanticón. Era un borracho, sí, no paraba de beber. Pero era un romántico.

Pues bien, a lo que iba. El 16 de junio se celebra el Bloomsday, en homenaje al protagonista de la novela, Leopold Bloom. Ese día, las calles de Dublín homenajean a Joyce. Centenares de personas recrean las peripecias de los personajes del libro, intentan comer o beber lo mismo que ellos, acuden a los mismos lugares y realizan el mismo itinerario que Bloom y Dedalus en las páginas. Un día me haría ilusión poder estar presente y ver el espectáculo que se monta.

Por cierto, una curiosidad sobre Joyce. Escribía unas cartas muy subidas de tono a su mujer, Nora Barnacle. Y yo no voy a poner ningún link. Si quieres las buscas. Me hace gracia imaginar las palabras que se pueden emplear para realizar esta búsqueda. Cuidadito con Google.

Para finalizar, mi frase preferida de Joyce: "Me hablas de lengua, patria y religión. Esas son las redes de las que he de procurar escapar".

Con esto he terminado. No quería contaros la biografía de James Joyce, porque la podéis encontrar en muchos sitios. Trato de escribir cosas personales, que os descubran cosas de mí que no conocíais. Siempre que hable de algo, trataré de buscar el gancho personal para explicaros por qué algo es importante para mí. Hoy ha tocado hablar de mi buen amigo James Joyce. Espero que os haya gustado.

sábado, 28 de enero de 2017

Baile de asientos en el AVE

"Tren AVE Barcelona Madrid"


El día de San Esteban, en Cataluña, ocurren cosas extrañas. La prueba es lo que me ocurrió esta última festividad, el 26 de diciembre pasado, cuando me disponía a emprender el viaje de vuelta en AVE a Madrid desde la estación de Sants en Barcelona, tras haber pasado unos días allí con mi novia y su familia.

Aparentemente, todo estaba en orden. Había llegado con tiempo. Había localizado mi asiento y había realizado ya mi habitual despliegue de artilugios, el mismo que hago en mi casa cuando me siento en el sofá, que van desde una radio con casquitos a un libro, más algún cuaderno en blanco con un boli bic azul. Siempre quiero tener una serie de elementos imprescindibles conmigo por si los necesito.

Quedaba poco para la salida del tren. Raras veces sale tarde un AVE. Estando ya cómodo y listo, comenzó un sainete para el que nadie me había preparado. Bueno, de hecho, el mencionado sainete había comenzado ya al encontrar mi asiento. Al llegar a mi sitio, el mío y el de al lado estaban ocupados por una pareja china. Mediante gestos, no demasiado sofisticados, nos entendimos. Sonrieron, como suelen hacer ellos, y se fueron a otros dos asientos justo al otro lado del pasillo. No se me ocurrió pensar que aquello era una señal de lo que estaba por venir.

Mi asiento de al lado permanecía vacío, por lo que aún no sabía si estaría acompañado o no. Finalmente, observé venir a un chico que no tendría más de veinte años andando arrastrando su maleta por el pasillo. Al llegar a su destino, empezó a mirarme a mí, empezó a mirar a los que iban delante de mí, miró a los de detrás, miró a los de más allá, y también miró a los chinos, que se vieron venir que les iban a volver a dar boleta. 

Finalmente, con un tono de voz ciertamente divertido, habló: "Hay alguien aquí que no va en su asiento", que fue una forma muy sutil, muy de Gila (ese "alguien ha matado a alguien" mítico) de anunciar que había alguien ahí que no estaba haciendo bien las cosas. Alguien que había permanecido callado hasta ese mismo momento. Pero ya no podía seguir escondiéndose por más tiempo.

Finalmente, la pareja de más allá, más o menos situada en diagonal a donde estaba yo, anunció que eran ellos los causantes de semejante desajuste. En concreto, era la chica la que nos informó a todos de que se había cambiado para estar con su chico. El damnificado reaccionó bien. Una vez descubierto el culpable, no le importó sentarse a mi lado. Podía haberlo hecho desde un primer momento, pero supongo que necesitaba entender qué era lo que allí se estaba tramando antes de tomar ninguna decisión en firme. Yo hubiera hecho exactamente lo mismo.

La pareja de delante también se metió en la conversación. Se formó un batiburrillo en el que yo escuchaba y no lograba entender absolutamente nada de lo que estaban diciendo. La cosa es que no quise ser menos, y me uní. Me puse a disposición de cualquier pareja que estuviese separada por si necesitaban cambiar para ir juntos. En realidad, no hacía ninguna falta el ofrecimiento, porque estaba todo más que arreglado. Fue un ofrecimiento sin el menor sentido. Pero hubo una respuesta inesperada. El chico de la pareja de delante me comunicó que, textualmente, "si ésta se pone pesada, te lo cambio", a lo cual respondí con una risa más o menos natural pero que era muy falsa y diciéndole que ahí estaba, para lo que necesitase.

Todo estaba ya en calma, al parecer. Pero de seis filas más adelante, surgió una voz masculina, en forma de cabeza asomándose por el pasillo, contándonos lo que él definió como su "problemática". El caso es que, según este pasajero, último invitado del gran sainete, había conocido a una "titi", palabra textual, en la cola para entrar al tren, y aseguraba que, debido a su "arte para la palabrería barata, pues siempre he sido un canalla de las letras", la tenía ya en el bote. Yo estaba perplejo. Aseguraba que la chica le había prometido que si conseguía que alguien de su vagón se cambiase, no tendría inconveniente alguno en hacer el viaje a su lado. 

El tío lo logró. Un incauto accedió y se fue donde la chica, que vino e hizo todo el trayecto con el menda. Tuvieron que sentarse en dos asientos que estaban ocupados, cambiándole a otra pareja los suyos. Ya no había forma humana de saber quién iba sentado en dónde. Los chinos no se volvieron a cambiar de asiento, pero creo que tenían la permanente sensación de que en cualquier momento les iban a dar boleta, por lo que no llegaron a disfrutar plenamente del viaje en AVE.


Recuerdo perfectamente la aterradora sensación que tuve durante todo el trayecto. Pensaba que vendría el revisor a pedirnos los billetes a todas las personas que estábamos en el vagón. Me daba la sensación de ser el único que iba en su asiento correcto. Y que, precisamente por ser esa excepción, sería yo el culpable de algo, y no sabía definir de qué exactamente. Pero me daba mucho miedo. Y no me abandonó desde Barcelona hasta que llegamos a Madrid.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Gracias Reverte por inventar a Falcó

Arturo Pérez-Reverte Falcó Guerra Civil espías España Alfaguara

Hace poco pensé que, además de escribir mis propios textos, podría atreverme a escribir sobre lo que otros escriben. Quizá pueda dar un poco de respeto, pero al fin y al cabo, no solamente disfruto de cada lectura, sino que también me gusta recomendar algunos de los libros que mejor me lo han hecho pasar. Así que me parece lógico canalizar todo eso en este blog. No serán reseñas al uso, de momento, sino que contaré las sensaciones que tuve mientras los leía, mi relación con algunos libros y autores, los motivos por los que me haya gustado y lo que se me ocurra. Hoy empiezo con la última novela de Arturo Pérez- Reverte, Falcó, de la editorial Alfaguara. A ver si os gusta.

Empezaré diciendo que es el primer libro que leo de Pérez-Reverte. Seguiré diciendo que me ha encantado y quizá me quedo corto con esa palabra. Me ha durado dos semanas en las manos. Es una novela trepidante, en la que no paran de ocurrir cosas. Con un comienzo como "la mujer que iba a morir hablaba desde hacía diez minutos en el vagón de primera clase" está todo dicho. Desde la impactante primera frase hasta la última te mantiene sumergido en la acción, sin saber en ningún momento lo que vendrá a continuación.

La novela tiene como escenario la convulsa España del año 1936. El protagonista es Lorenzo Falcó, un agente de los servicios de inteligencia. El nuevo personaje de Pérez-Reverte lo tiene todo para convertirse en el protagonista de una nueva serie del autor. No sé a vosotros, pero sé cuando me gusta un libro porque tengo la sensación de que me gustaría poder conocer a su protagonista y tomarme una cerveza con él. Con Falcó me ha ocurrido. Es un tipo único. En un momento de la novela, se realiza la siguiente descripción: "El mundo de Falcó era otro, y allí los bandos estaban perfectamente definidos: de una parte él, y de la otra todos los demás".

A Falcó le encargan una misión que podría cambiar el curso de la historia de España. Lo hará junto a sus compañeros Fabián Estévez, los hermanos Montero, y Eva Rengel. El carácter de cada personaje está muy bien descrito, no ya en profundidad, sino a través de gestos puntuales que delatan el valor o cobardía de algunos de ellos. Falcó es de los que se atreven. De los que asumen las consecuencias de sus actos. También es un canalla y un mujeriego. Por ese motivo hay también algunas escenas muy subidas de tono con descripciones bastante explícitas.

Es una historia en la que se habla, y mucho, de la lealtad, del engaño, de la traición y del valor. También contiene muy buenas descripciones de cómo era la vida en la España del 36, meses después del golpe de Estado de Franco contra la República con el que se inició la Guerra Civil. De la miseria y del fanatismo que hay en toda guerra.

Falcó tiene todo lo que se le tiene que pedir a un buen libro. Arturo Pérez-Reverte inventa una historia, con su principio, su nudo y su desenlace. Inventa un personaje con gran futuro, Lorenzo Falcó. Con una trama muy bien montada que te mantiene enganchado desde el principio hasta el final. Y te sorprende, vaya que sí te sorprende. Como en las buenas novelas de espías, nada es lo que parece. Ya estoy esperando el siguiente.

martes, 13 de diciembre de 2016

Me gusta, no me gusta

Aficiones luna mar hobbies

Me gusta llegar a casa y que esté ella. Me gusta la radio. Me gusta el reflejo de la luna en el mar. Me gusta el café de los domingos. Me gustan los días en los que juega mi equipo. Me gusta hacer listas de cinco sobre cualquier tema. Me gustan las noches que no se acaban nunca. Me gusta contar las luces de los faros. Me gusta el poema de Neruda en el que dice que puede escribir los versos más tristes esta noche. Me gustan los matices. Me gusta que mi hermana me haga reír. Me gusta perderme dentro de un libro. Me gusta la gente que tiene pasiones. Me gusta la alegría de las reuniones familiares. Me gustan algunas rutinas. Me gusta el misterio. Me gusta quedarme en el sofá con mis padres viendo alguna serie por la noche. Me gusta ir moviendo a los Reyes Magos en el Belén. Me gusta ver capítulos de Friends en bucle. Me gustan las sonrisas amables y sinceras. Me gusta estar con gente. Me gustan las tormentas. Me gusta andar sin rumbo por las calles de Madrid. Me gusta hacer amigos en cualquier lugar. Me gusta imaginarme dentro de una película de aventuras. Me gusta Calafell. Me gusta el momento en el que se apagan las luces del cine. Me gustan los días de sol en invierno. Me gusta el sexo de repente. Me gusta entusiasmarme con las cosas más tontas. Me gusta el primer baño del verano. Me gusta el barullo de gente. Me gustan las personas que aceptan los desafíos de la vida con valentía. Me gustan las personas que han aprendido a no preocuparse por todo. Me gusta ver llover desde la ventana. Me gustan los amigos que te dejan su cama y duermen en el sofá. Me gusta comerme el pico de la barra de pan recién salida del horno. Me gusta recordar los buenos momentos con alegría por haberlos vivido. Me gusta pensar en cada momento como una oportunidad. Me gusta pasear por el barrio latino de París. Me gusta la emoción que acompaña al inicio de cualquier viaje. Me gusta disfrutar de un buen plato de carne. Me gusta cuando ella se ríe.

No me gusta el silencio. No me gusta equivocarme y no aprender de ello. No me gusta el sectarismo. No me gusta el frío. No me gusta la gente maleducada. No me gustan las avispas. No me gusta ponerme rojo. No me gusta que las emociones dicten mi conducta. No me gusta llegar tarde. No me gustan las alturas. No me gusta que me interrumpan cuando cuento algo. No me gusta la sensación de estar perdiendo el tiempo. No me gustan los números. No me gusta no atreverme. No me gusta que el futuro me asuste en vez de ilusionarme. No me gusta sentirme decepcionado. No me gusta saber que he decepcionado a gente. No me gusta planchar camisas. No me gusta la persona que no sabe perder. No me gustan los aguafiestas. No me gusta hacer una tortilla francesa y que se me rompa en pedazos. No me gusta perder la capacidad de sorprenderme de la vida. No me gusta darme cuenta de que no hay leche cuando voy a tomarme el café por la mañana. No me gusta el imprudente. No me gusta que me cambien los planes. No me gustan las personas que andan por la calle como si sólo estuviesen ellos. No me gusta darle tantas vueltas a las cosas. No me gusta morderme las uñas. No me gusta ser tan torpe. No me gustan la personas que no tienen contradicciones. No me gusta quejarme. No me gusta verte triste.

Algo parecido a esto que he escrito es lo que nos pidió la profesora de Lengua y Literatura en cuarto de ESO. Eran deberes. Por el motivo que sea, no los hice y a la profesora no le gustó. Muchos años más tarde, aquí lo tienes, Mavi, el “me gusta/no me gusta” pendiente.