jueves, 7 de mayo de 2020

Diarios del Confinamiento X: entre Formentera y Malasaña está el paraíso


Pasear por Madrid cuando se acaba el confinamiento
La felicidad de volver a las calles de Madrid


Nunca me hubiera imaginado queriendo vivir en Formentera hasta que el lunes por la mañana escucho a un tío en la radio que dice que se está tomando un café en una terraza al sol. Esos privilegios de la fase uno.

No sé vosotros, pero yo estoy muy nervioso por lo de las fases. Madrid ha pedido pasar a la fase 1 porque debe haber un coach por ahí diciéndoles que hay que atreverse a lo imposible y todo eso. A mí me divierte mucho los piques que puedan producirse entre ciudades y pueblos vecinos. Quiero decir que si por ejemplo Huesca pasa a la fase 1 y Zaragoza se queda en la 0, los de Huesca se podrán reír mucho de los de Zaragoza.

Por fin hemos vuelto a las calles. Oli y yo hemos salido todos los días desde el sábado. El primer día salí a correr y llegué hasta la Puerta del Sol. Los entusiasmos son peligrosos y a veces se pagan. No he podido volver a correr ningún día de las agujetas que tengo. Volviendo de Sol, me encontré en Fuencarral con Virginia, amiga de Oli. Virginia es de esas personas que dejan siempre alegría. Quiero decir que tú te despides de ellas y durante un rato te sientes muy alegre y no sabes por qué. Pues es porque acabas de estar con una de esas personas.

Dos amigos a los que quiero mucho me dijeron que no habían salido de casa ni tenían intención de hacerlo. No era por miedo, era porque pasaban de salir. Es decir, a ti te encierran dos meses en tu casa y cuando te dicen que por fin puedes salir tú vas y te quedas en casa. Les dije que no lo podía entender. Y yo lo que no puedo entender casi siempre me saca de quicio. Oli siempre me dice que no puedo ver todo desde mi prisma. Pero es que mi prisma, en este caso, coincide con el de mucha gente que se ha echado a la calle harta de no poder salir. Para mí, no salir de casa es perderse la vida.

En los paseos tienes una sensación de irrealidad que es imposible quitarte de encima. Todo parece una ficción. De repente, a las ocho, todos salimos de casa y nos ponemos a pasear un poco como zombies, sin saber muy bien qué rumbo tomar. "Pero dónde vamos" "No lo sé, tú anda y ya está" puede ser el diálogo más repetido estos días.

En el paseo del martes me encontré con mi amigo Luis y su novia Maria Ángeles. Me hizo un montón de ilusión. Es el primer amigo al que veo después de todo esto. Se hizo rarísimo el no poder darnos un abrazo. No sé si voy a aguantar mucho sin poder dar abrazos a la gente que quiero, la verdad.

El martes fue un gran día. Me lo pasé casi entero en la calle. Y de manera legal todo, por supuesto. Se me acaba de hacer muy raro escribir esto que acabo de escribir. Si hace unos meses leo "me pasé el día en la calle y de manera legal" no hubiera entendido nada de nada. Por la mañana me fui hasta mi librería favorita en Malasaña, Tipos Infames. Podía haber esperado a la semana que viene, sí, pero es que soy un poco ansias y necesito volver a hacer cuanto antes todo lo que no he podido hacer en dos meses. Pequeñas metas que ir conquistando en cada fase. Lo siguiente, ver a la familia y la cerveza en una terraza. "Esto ya no es lo que era" tiene ahora un sentido positivo.

Las compras. Soy una persona a la que le gusta cargar de significado determinados acontecimientos. Por eso, me parecía que el primer libro que debía comprar después de todo esto tenía que ser uno especial, un libro que al comprarlo sintiese que, ya sí, todo está terminando y que supusiese una especie de celebración. Así que me compré un libro de Salinger que aún no tenía y del que me han hablado maravillas, Franny y Zooey. Dicen que Franny es tremenda. Me lo leeré este verano. Me compré también Suave es la noche, de Fitzgerald, porque no he leído nada suyo y creo que va siendo hora.

En esa lucha por conquistar pequeñas metas, el lunes empecé a hacer lo que más me gusta en esta vida: planes. Cogí el móvil y les pregunté a Iván y a Eliana que cuando quedábamos. Oli ya se agobiaba. El solo acto de preguntarle a unos amigos que cuándo quedábamos me sentó la mar de bien, en serio.

Mi amigo Iván ha montado un podcast con un amigo suyo en el que van entrevistando a gente de su entorno. Me parece una idea genial porque todos vemos a los famosos en videoconferencias en la tele contándonos su confinamiento, pero a mí me gusta más saber cómo lleva el confinamiento la gente normal y anónima.

Hay personas que creen que ando paranoico perdido con el coronavirus. Vamos a ver, yo sólo soy paranoico con que un psicópata entre en mi casa de noche y me descuartice. Creo que eso puede suceder, y tomo mis precauciones. Pero en cuanto al coronavirus, no soy paranoico. No lavo la compra, por ejemplo. Hay gente que vuelve de comprar, se ducha, lava la ropa y se pone a lavar la compra. Es decir, hay gente que compra un frasco de lentejas y va y lo lava con lejía, de verdad.

El lunes fue nuestro aniversario. Ocho años juntos. A mí siempre me ha gustado más este aniversario que el de boda. Me parece más auténtico. Porque de alguna manera, al recordar un comienzo, estamos recordando la incertidumbre que acompaña a todos los comienzos. Y es una incertidumbre bonita. Yo siempre he tenido una pedrada con las historias de cómo se conoció la gente. Me encanta conocer los detalles, las casualidades que llevan a dos personas a cruzarse. Aunque el día de la boda es bonito, me interesan más los comienzos.

En el caso de Oli y mío, yo pasé de no haber tenido novia nunca a de pronto decirle a mis padres que me iba un mes a vivir a casa de una chica que iba conmigo al máster. Así, de repente, una cosa de locos. Pero Oli siempre me decía que cuando volviese a Barcelona eso se acababa. Cuando la chica que te gusta te dice que lo vuestro tiene fecha de caducidad te pones muy triste. Pero mi amigo Álvaro me dijo algo así como que de mí dependía que cambiase de opinión. Digo algo así porque igual no me dijo nada parecido porque es que yo me invento cosas a veces. Holden decía que la gente se cree que las cosas tienen que ser verdad del todo. La gente en general es agotadora.
  
Qué importante es tener a alguien que te aguante. Que te apoye, que te entienda, que comparta tus opiniones, que tenga tus mismas aficiones, que se ría contigo o que te haga reír mucho. Todo eso está muy bien, pero son tonterías al lado de tener a alguien que te aguante en tus peores momentos, cuando no te aguantas ni a ti mismo.
  
Con toda la libertad, aunque en pequeñas dosis, que hemos recuperado, no le veo sentido a seguir hablando de confinamiento. Así que este texto será el último de los diarios del confinamiento pero, agradecido y animado por algunos de vuestros comentarios, voy a continuar escribiendo este diario. Lo único que espero es seguir estando a la altura.

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