jueves, 18 de mayo de 2017

De cuando me colé en el concierto de Bruce Springsteen

Bruce Springsteen actuaba en el Santiago Bernabéu, en Madrid
Ahí estaba Bruce conquistando una vez más la ciudad de Madrid

Os voy a contar una cosa que me ocurrió y que muchas personas de mi entorno ya conocen porque di mucho la lata con ella. Lo que pasa es que siempre he creído que hay historias que se ganan a pulso el derecho a que des la lata las veces que sean necesarias con ellas. Y me parece que esta es una digna de tales honores. Por eso la quiero compartir aquí hoy con todos vosotros.

Sucedió hace aproximadamente un año. Venía Bruce Springsteen a actuar a Madrid, en el Bernabéu, donde ya había tocado las últimas veces. A Bruce le descubrí gracias a mi tío. Luego comprobé que mis padres también tenían vinilos suyos, entre ellos, mi preferido, el que publicó en el año de mi nacimiento, 1984: Born in the U.S.A. Pero de mis padres recibí otras influencias musicales, no había escuchado mucho a Springsteen en casa. Recuerdo que cuando lo descubrí sufrí ese síndrome compulsivo que me entra a mí cuando conozco algo por primera vez y me entusiasma. Me vuelvo loco, de verdad. Lo escuchaba a él y a su banda la E Street Band en bucle. Podía escuchar algunas canciones 1.254 veces al día sin dar muestras de agotamiento en ningún momento. Se convirtió muy rápido en una de mis referencias musicales.

Lo había visto ya en directo tres veces. Para una de ellas, hice algo que no haré nunca más. Una noche entera haciendo cola en la calle Preciados para comprar las entradas en la FNAC, al lado de Sol, con un tipo al que había conocido ese verano en unas prácticas y que luego resultó ser un cretino porque me dejó tirado el día del concierto. Springsteen era una pasada. A su edad dudo que yo esté para esos trotes. Pero el cabrón se entrega en cuerpo y alma durante las casi tres horas del espectáculo. Va de un lado para otro. Yo creo sinceramente que suda más que algunos de los jugadores del Madrid que suelen pisar ese césped. Es uno de esos artistas por el que merece la pena pagar ese pastón que suele costar verle. No se reserva ni una gota de sudor el prenda. Lo recomiendo firmemente como una experiencia a tener en la vida, aunque no hayas escuchado una sola canción suya. Algo que, por cierto, debería estar tipificado como delito en el Código Penal, pero bueno, ese es otro tema. Habría mucha gente en la cárcel según mis obsesiones.

Esta vez no había comprado entradas. Fueron esos momentos de duda en los que acabas diciendo: <<bueno, me ahorro la pasta>> pero, por otro lado, estás ahí rumiando: <<joder, es que es el puto Bruce, y me puedo llevar a mi novia para que viva eso de lo que tanto le ha hablado el pesado de su novio>> pero finalmente no las compras y te quedas intranquilo. Tienes la sensación de que cuando llegue el día te van a entrar unas ganas muy locas de estar ahí dentro. Tal cual.

Cuando quedaban pocos días, comenzó a hablarse del concierto en los medios. Ya empezaban a calentar el ambiente los malditos. Recordaban sus últimas actuaciones, hablaban del nuevo disco y viviendo como vivía cerca del Bernabéu iba viendo los preparativos los días previos. Parecía como si entre unos y otros me lo quisieran restregar en la cara, joder. Ante semejante acoso de los elementos a mi alrededor, comencé a buscar como loco en las redes a gente que no pudiese acudir y que vendiese la entrada de última hora. Tuve varios "casi" de esos horribles que te ponen la miel en la boca para luego decirte que nada. Auténticas cobras, os lo aseguro. Menuda gentuza.

Finalmente, llegó el Día D y ahí estaba yo, como me había imaginado, deseando entrar a un lugar para el que no tenía entrada. Como no me apetecía quedarme en casa, decidí irme al Paseo de La Castellana. Me di cuenta de que algo se escuchaba más o menos. Me acerqué más y me quedé en el lado de la Castellana en el que está el estadio. Estaba todo cortado y no te podías acercar más. <<Esto es lo más cerca que vas a estar del Boss, chaval>> me dije algo desolado, que es sin duda la peor forma de dirigirse a uno mismo. Para animarme, llamé por teléfono a mi amiga Irene, que es también fanática de Bruce. Estuvimos hablando muchísimo rato. Y mientras nos poníamos al día, le iba poniendo canciones que iban sonando ahí dentro y que se escuchaban mejor de lo que hubiera imaginado al llegar ahí. Era una forma distinta de asistir al evento.

Durante la primera hora me quedé ahí. Estaba yo solo. Recuerdo que había un grupo de policías que de vez en cuando me echaba un ojo, pero ya debieron darse cuenta de que, más allá de estar un poco loco, no tenía demasiado peligro. De repente, vi que quitaron las vallas y que el camino estaba despejado hasta el estadio. Les pregunté si se podía pasar y me dijeron que sí. Continuaba sin poder entrar, pero iba a poder estar en las mismas puertas de acceso, a unos metros del epicentro del terremoto que estaba teniendo lugar aquella noche de mayo en Madrid.

Decidí irme a la zona de detrás, porque ahí estaba todo más desierto y sin presencia policial. No sé por qué lo hice. Quizá mi cerebro había comenzado a tramar algo sin decírmelo. A veces pasa. Pero estar ahí me daba más tranquilidad, no me preguntéis por qué. Me coloqué muy cerca de una de las puertas de acceso y Bruce, como si lo supiese, empezó a darlo todo con los grandes temas de su repertorio. Y cuando llegó Born in the U.S.A. no pude reprimirme. Ahí, de noche, solateras, delante del guardia de seguridad, empecé a cantar, bailar y brincar como si no hubiese un mañana. Sabía que parecía un maldito chiflado, pero es que me ocurre siempre. Cuando escucho una canción que me gusta mucho, nunca he sabido contenerme. Enseguida empiezo a mover los pies, o a silbarla, o a mover los labios como si la cantase. Admiro a la gente que, en lugares públicos, es capaz de escuchar una canción que les entusiasma y quedarse como si tal cosa.

Ya le iba dando vueltas a la idea, y pensé que me arrepentiría siempre de no haberlo intentado. Así que le pregunté directamente al vigilante si existía alguna posibilidad de colarme. Me dijo que imposible y me lo razonó bastante bien, algo innecesario porque yo ya contaba con el no y me parecía de cajón no poder entrar a una fiesta como aquella sin haber pagado la entrada. Seguí a lo mío. Me volví loco de nuevo con Dancing in the dark. Realmente era muy feliz solo con estar ahí.

Debía quedar ya poco, porque el ambiente iba in crescendo como suele ocurrir en los conciertos de Bruce Springsteen. El clímax se acercaba. De repente, escucho dos palabras: <<Venga, cuélate>>. Como a veces me pasa que estoy tan ensimismado que acabo creando realidades que no existen, no hice caso. Pero miré al guardia, por si acaso. <<Venga, cuélate>>, me dice el tío otra vez. Y me señala hasta el camino con la mano. No acababa de creérmelo. Subí las escaleras con muchas más ganas de las que las he subido en otras ocasiones para escuchar el Himno de la Champions League en ese estadio. Y de repente, ahí tenía a Dios Todopoderoso en el escenario, entregado en cuerpo y alma, como no podía ser de otra manera, a sus fieles.

Era consciente de que debía quedar muy poquito. Y recé porque aún le quedase alguna buena bala en la recámara. Todavía no había sonado el clásico Twist and Shout de los Beatles mezclado con La Lambada con el que "El Jefe" suele finalizar cada una de sus actuaciones, así que sabía que eso al menos lo disfrutaría. Estaba haciendo mis elucubraciones cuando de repente "¡Two, three, four!"..."Bobby Jean", mi puta canción preferida de Bruce Springsteen. ¿No os pasa que hay canciones que os calan de tal manera que sientes que se te meten dentro de ti y que no puedes hacer nada para evitarlo? Con Bobby Jean me pasa exactamente eso. No sirve de nada oponer resistencia, me posee por completo. Es una canción que me emociona mucho cada vez que la escucho, por la música, por la letra, por la forma de cantarla, por todo. 

Cuenta la historia, o al menos así lo he creído yo siempre, de ese amigo de la infancia/adolescencia del que no vuelves a saber nada más nunca. Aquel con el que compartías "la misma música, las mismas bandas, la misma ropa" y del que crees que "nunca nadie me va a entender de la manera que tú lo hacías". La parte más bonita de la canción es en la que Bruce le dice que, allá donde esté, "in some bus or train traveling along in some motel room" habrá una radio sonando, y que si suena esta canción, la cante con él y sabrá que está pensando en él. Evidentemente, lloré. Claro que lloré. Como un niño. El poder estar ahí cuando pensaba que sería imposible. Que justo tocase aquella maldita canción. Había estado en tres conciertos y en ninguno la había tocado, joder. Menuda forma más estupenda de quitarme la espina. Me parecía demasiado todo lo que estaba viviendo. Me daba igual no haber visto el concierto porque aquellos minutos lo habían compensado todo.

Después vino ese mix del que os he hablado antes. Una combinación muy loca entre Twist and Shout y La Lambada que hace bailar a todo el mundo y despedirse a lo grande. Canté dejándome la garganta y bailé pensando que era el jodido último baile de mi vida. Y quedaba un final completamente inesperado: un clasicazo como Thunder Road pero en una versión lenta que cayó suavemente sobre aquella noche de Madrid que nunca podré olvidar.

Esa noche aprendí que puedes buscar la suerte. Y no. No me refiero a las idioteces de que si quieres puedes que tanto mal han hecho. Si quieres, no siempre puedes. La vida es muy puta y las frustraciones forman parte de ella. Eso es así. Y cuesta darse cuenta. Pero es la cruda realidad. Lo que quiero decir es que si yo aquella noche me hubiese quedado en casa deprimido pensando que tenía que haber comprado las entradas no me hubiese pasado nada de lo que me pasó. A veces tienes que poner de tu parte. A veces tienes que coger a la vida y decirle "¡Eh! ¡Aquí estoy yo y tengo algo que decir!". Que por lo menos vas a intentarlo con todas las ganas del mundo. Si no te sale, no te castigues. El premio es el saber que no te rendiste sin siquiera intentarlo. Al final, como dice uno de mis poemas preferidos, tanto el triunfo como la derrota son dos impostores. No les concedas demasiada importancia a ninguno de los dos.



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